Las cuerpas lesbianas y la geopolítica del
placer
Norma
Mogrovejo
Éntreme religiosa,
porque aunque conocía que tenía el estado cosas…
muchas repugnantes a
mi genio,
con todo, para la
total negación que tenía al matrimonio,
era lo menos
desproporcionado y lo más decente que podía elegir
en materia de la
seguridad que deseaba mi salvación.
Sor Juana Inés de la
Cruz.
Ellas m/e atraen
hasta tus pedazos dispersos, hay un brazo, hay un pie […] ellas m/e preguntan
dónde construirte la sepultura en qué orden recoger tus fragmentos lo que hace
que y/o m/e incorpore aullando, y/o pronuncie la prohibición de registrar tu
muerte, que la traidora responsable de tu despedazamiento no sea molestada, y/o
digo que tú estás ahí viviente aunque despedazada, y/o busco a toda prisa tus
pedazos en el lodo […] y/o te recompongo pedazo a pedazo, y/o te reconstruyo,
y/o coloco en su lugar los ojos, y/o junto borde con borde las pieles
separadas… Wittig, El cuerpo lesbiano.
El cuerpo de las mujeres ha sido y
sigue siendo un territorio de interés geo, económico y político para las invasiones
coloniales. Cualquier forma de colonialidad ha tenido y tiene un eficaz
enriquecimiento con los cuerpos de las mujeres. La invasión de occidente en los
pueblos del Abya Yala, marcó en el cuerpo de las mujeres la política del
despojo de los bienes naturales, culturales, materiales y simbólicos de la
comunidad y la apropiación del trabajo gratuito de hombres y mujeres. Los fines
geopolíticos del colonialismo para someter, dominar, despojar, y sustraer
riquezas empezó estratégicamente en el cuerpo de las mujeres.
La invasión territorial del
colonialismo se impuso con la violación de mujeres y el sometimiento físico y
económico de toda la población. El cuerpo de las mujeres fue sometido y negociado
por el conjunto de hombres. Sin sexualidad ni cuerpo propio, las mujeres
constituyeron el activo de la economía colonial.
Mendoza explica la invasión de los
cuerpos de las mujeres, a través de actos de violación sexual cometidas por
hombres españoles sobre mujeres indígenas o negras, como una vinculación entre
conquista, racismo y sexualidad. De ahí que en un sistema de castas, afirma
Mendoza, el carácter heterosexual y el factor reproductivo regulan el régimen
de familia patriarcal, núcleo de la organización económica. La imposición de la
heterosexualidad y sus consecuentes engenerizaciones sirvieron a la
colonización europea para el disciplinamiento de la población, la apropiación
del trabajo gratuito de hombres y mujeres y la reproducción de dicha fuerza de
trabajo, imposiciones de las que se beneficiaron además de los colonizadores, los
hombres colonizados. El mestizaje ha sido construido como una categoría
heterosexual, pues implicó el producto híbrido de la relación entre el español
y la mujer indígena o negra, a través de la apropiación de sus cuerpos, de su
sexualidad y su fuerza de trabajo.
El cuerpo de las mestizas, indígenas, negras o mulatas sirvieron para el uso,
la explotación, la reproducción y el control de la población y sus jerarquías.
La colonia significó la anulación y
sometimiento de las mujeres por medio de la tortura, la violación o la
inquisición, clasificada como no humana o cuasi humana, el cuerpo de las
mujeres fue fundamental para el surgimiento y desarrollo del capitalismo y una
economía de mercado. Desde donde se pudo desarrollar e imponer una mirada y un
modelo económico depredador, explotador y apropiador del excedente de mercancía
producida por los grupos y culturas sometidas y esclavizadas por la empresa
colonial.
Para diversas autoras, junto a la
racialización y generización se impuso la heterosexualidad característica de la
construcción colonial/moderna de las relaciones entre hombres y mujeres. Pero
la heterosexualidad no está simplemente biologizada de una manera ficticia,
también es obligatoria y permea la totalidad de la colonialidad del género, en
la compresión más amplia del concepto. En este sentido, el capitalismo
Eurocentrado global es heterosexual. Esta heterosexualidad ha sido coherente y
duraderamente perversa, violenta, degradante, y ha convertido a la gente ‘no
blanca’ en animales, a las mujeres blancas en reproductoras de “la Raza
(blanca)” y de “la Clase” (burguesa); y a los homosexuales en parias,
despreciados, perseguidos y ejecutados.
Luis Mott habla del suplicio del aperramiento, castigo mediante el cual perros
hambrientos devoraban a una persona viva, como forma de persecución a las
prácticas homoeróticas parte de la cultura
ancestral,
indígenas a quienes los invasores
llamaron sodomitas
y a las mujeres que se resistían a la violación.
Diversos autores dan cuenta de la
existencia de un "tercer” género, berdaches, chamanes, sacerdotxs que
aceptaban prácticas homoeróticas, estaban asociadas a prácticas religiosas
(Nahuas y Mayas) o
eran parte de la vida cotidiana. Algunas culturas han sido más permisivas que
otras, algunas como los mexicas han sido homofóbicos, no así los tlateloscas,
sus vecinos. Según Lugones, las diferencias de actividades o comportamientos
entre hombres y mujeres no representaban categorías opuestas ni jerárquicas
como el binario en su traducción occidental.
Para otras autoras como Paredes, existía un concepto de género, eran sociedades
patriarcales pero las mujeres poseían propiedad de la tierra, en menor cantidad
por lo que no quedaban en la indefensión.
La relación entre colonialismo, racismo,
capitalismo, patriarcado y régimen heterosexual se funda en la división sexual
del trabajo y el trabajo no asalariado de las mujeres que incluye las tareas
reproductivas y de cuidado que permiten asegurar la reproducción de la fuerza
de trabajo y de la raza. La relación de la pareja heterosexual varón-mujer
jerárquica es la que garantiza no sólo la dominación sino también la
reproducción de la fuerza de trabajo y del capital.
La clasificación racial del trabajo
se mundializó como un patrón de poder. La idea de raza y la jerarquía
etno-racial global atravesó todas las relaciones sociales existentes,
instalando nuevos significados del mundo y de la vida. Las clasificaciones de
las castas dan cuenta que el mestizaje ha sido construido como una categoría
heterosexual fundada en la violencia sexual contra las mujeres para el control
de la población y su trabajo. Escobar afirma que la identidad predominante del
cuerpo blanco, racional, productivo, heteronormado y confesional, buscó
imponerse a la pluralidad de experiencias de cuerpos mixturados, la blanquitud
del cuerpo emergió como ideal para constituir la imagen homogénea y
predominante de una nación que aspiraba a un proceso civilizatorio de
desarrollo, así nuestras etnias, mestizajes y culturas resultaron atrasadas y
obsoletas.
El cuerpo de las mujeres fue
docilizado y el modelo corporal europeo se impuso como superior y deseable. El
proceso de blanqueamiento fue una política de estado, de tal manera que la
reproducción de la raza implicó estratificación social y por tanto beneficio
económico. La Colonia, para Paredes, tiene
el significado de invasión evidente o sutil de un territorio ajeno para
usufructuar los frutos y productos de los territorios colonizados, y los
cuerpos de las y los colonizados para tomar sus ajayus, sus energías,
sus espíritus, para enajenarlos, ocuparlos y disciplinarlos hasta lograr la
internalización de los invasores en los territorios del cuerpo, la subjetividad,
las percepciones y los sentimientos de identidad y deseo.
Así, el mayor triunfo del colonizador es que el colonizado piense, actúe y
desee como el colonizador.
Reconocer los agravios que nuestros
cuerpos han recibido, nos dice Julieta Paredes, implica recuperar la historia
que ha colonizado nuestro pensamiento. El reconocimiento de la existencia del
alma de los indígenas devino en la negación de sus cuerpos y en consecuencia,
la negación de la existencia entera de las mujeres indígenas (que hasta entonces
habían sido puro cuerpo). La colonia puso nuestros cuerpos de mujeres indias,
al tutelaje del sistema para la reproducción, el uso sexual, la violencia y la
explotación que ha beneficiado a unos pocos. Con el entronque entre el
patriarcado originario y el colonial, los hombres indígenas negociaron a las
mujeres para mantener su poder político, lo que potenció el poder colonial
patriarcal. Para el control de los cuerpos y la sexualidad, la colonia impuso
la violación a las mujeres abuelas indígenas y la cristianización de los
abuelos indígenas, así se garantizó que la sexualidad sea únicamente
reproductiva, heterosexual, y monogámica para las mujeres.
Para
Mariana Berlanga, las
conquistas están acompañadas de violaciones multitudinarias de mujeres indígenas
y el control de natalidad. Violar se vuelve un arma de perpetración a todos los
niveles, no sólo en el entendido de que se está violentando a las mujeres, sino
también es considerada humillación a los hombres que se relacionan con ellas,
como propiedad de estos. La guerra contra América, se realizó a partir de la
guerra en contra de sus mujeres, puesto que este acto garantizaba reproducir la
propia dominación de una cultura sobre otra.
Para Lugones la violenta
inferiorizaron de las mujeres colonizadas, fue estratégico para la empresa
colonial porque desintegró las relaciones comunales e igualitarias, el
pensamiento ritual y su cosmogonía, los procesos colectivos de toma de
decisiones, las economías, las construcciones del saber, etc. La violación heterosexual
de mujeres indias o de esclavas africanas coexistió con el concubinato como,
así también, con la imposición del entendimiento heterosexual de las relaciones
de género entre los colonizados, cuando convino y favoreció al capitalismo
Eurocentrado global y a la dominación heterosexual sobre las mujeres blancas. La
imposición del sistema de género fue y es completamente violento, ha implicado
la reducción profunda de hombres, mujeres y el tercer género del Abya Yala. De
ser dueñxs de sus territorios, cuerpos, sexualidad, deseo, de su cosmogonía,
religiosidad, economía, etc., fueron
reducidos a la animalidad, al sexo forzado con los colonizadores blancos, y a
una explotación laboral tan profunda que, a menudo, los llevó a trabajar hasta
la muerte.
En reemplazo al cuerpo indígena se
impuso la imagen del sujeto moderno, hombre, blanco, hétero, padre de familia,
como unívoco y estable, hegemónico, vinculado a un ideal eurocéntrico tendiente
a la universalización y sustentado en modos del conocimiento con pretensiones
de verdad. Habituación y similitud configuran la experiencia corporal de un
sujeto inserto en una sociedad disciplinar, cuyo cuerpo se refleja
certeramente, categorizado en roles delimitados estrictamente. Esos cuerpos
dóciles de la modernidad capitalista corresponden a una identidad forjada en
lógica binaria de construcción de alteridades.
Así la heterosexualización y la engenerización sirvieron para el
disciplinamiento de lógicas binarias, donde la feminización significó sometimiento.
Junto a la engenerización y
heterosexualización, el racismo
se impuso como el imperativo de la modernidad y la blanquitud como ejes de la
identidad nacional, configurando tensiones con los cuerpos cuya huella racial
daba cuenta de procesos históricos signados por el mestizaje entre pueblos y
culturas.
Otras genealogías
En los 70s Monique
Wittig escribe El cuerpo lesbiano,
poesía o canto alegórico, desde donde deconstruye el lenguaje heterosexual y el
cuerpo femenino de las mujeres para reconstruir un corpus de un nuevo sujeto
lesbiano.
El cuerpo lesbiano de Wittig es la
construcción de un lugar posible más allá de la heterosexualidad normativa, una
reivindicación de los cuerpos abyectos, excluidos de la norma social/sexual
donde deconstruye los estereotipos de la femineidad, lugares y modos del cuerpo
y la subjetividad femenina posibles en el sistema de la heterosexualidad.
Wittig desafía la erotización heterosexual con
el que el cuerpo femenino se ha construido y advierte que la medicina y la
pornografía comparten la misma epistemología de representación del cuerpo, como
formas de pedagogía biopolítica que enseñan cómo hacerse un cuerpo hetero. En
una especie de limpieza ideológica, desintegra el cuerpo, lo deconstruye, lo desmembra,
lo vacía de sus atributos heterosexuales, para recordar la abyección del cuerpo
lesbiano. Erotiza lo abyecto dando un lugar al cuerpo lesbiano exiliado de lo
simbólico. Señala la diferencia que mantiene con el cuerpo femenino que ha
analizado, criticado, deconstruido y rechazado. Los nuevos nombres hablan de
los nuevos cuerpos. Por eso el cuerpo de la amada es un monstruo, porque es
ajeno al universo simbólico aceptado por lo social, pero ese monstruo es
adorado y bello, en tanto que está atravesado por el deseo. El cuerpo desmembrado
debe ser reconstruido, eso que no tiene nombre hasta ahora debe encontrar su
nombre, construir un nuevo lugar, negado hasta ahora por la cultura
heterosexual: el cuerpo lesbiano.
Con este libro, Wittig abrió dimensiones
nuevas para el debate sobre las reconstrucciones corporales en términos
biológicos y simbólicos. Su propuesta inspiró a Butler, Preciado, el feminismo
post estructural, el posfeminismo y la teoría queer, entre otrxs. Lo simbólico
del cuerpo tomó dimensión, la posibilidad de trastocar los dispositivos
disciplinarios del cuerpo, y hacer construcciones autónomas, no seriadas como
indisciplina al sistema binario y fundamentalmente heterosexual, se convierte
en desafío y muchxs intervienen sus cuerpos.
El cuerpo lesbiano es un desafío
epistémico, pone en cuestión la
aprobación de la mirada masculina y el entendimiento de la cultura y la forma
de organización social. Fugar de la feminidad, vaciar el cuerpo y la razón
heterosexual tiene dimensiones políticas. Está en cuestión un modelo
civilizatorio heterosexual, colonizante, racista, clasista, sexista, que ha
impuesto a la mujer la subordinación a partir de su cuerpo feminizado. Diversos
autores han denominado como “violencia epistémica”, la imposición de un tipo de
conocimiento asumido como universal para someter y explotar a las poblaciones
colonizadas, de quienes se desaparece su cultura y conocimientos tras conceptos
de atraso y subdesarrollo. Un conocimiento biologizado que naturalizó la
heterosexualidad.
El Régimen heterosexual
De la misma manera
que el racismo construyó una idea de raza desde lógicas de poder, Monique
Wittig, afirma que el "sexo" es sólo una construcción sofisticada y
mítica, una "formación imaginaria" que reinterpreta los rasgos
físicos en función y a través del
entramado de relaciones por las que son percibidas. En tal sentido, sexo, es
una categoría política totalitaria que funda la sociedad como heterosexual; con
sus propias instituciones, su propio sistema de leyes, su propia policía.
Conforma el cuerpo y la mente, hasta el punto de que no podemos pensar fuera de
ella. La heterosexualidad constituye un Régimen Político, concluye Wittig, se
expresa en los discursos, instituciones, mecanismos, prácticas, que organizan
la vida social sobre la pretendida idea de la diferencia sexual como algo
natural o dado sobre lo que se funda toda sociedad o comunidad. La ideología de
la diferencia sexual instala la idea de la existencia de dos sexos que tiene
efectos no solo a nivel de lo simbólico y la significación del mundo, sino
efectos materiales económicos y políticos en la vida de quienes así son definidos
por la relación heterosexual como varones y mujeres. Para Wittig la categoría
de sexo produce materialidad en tanto define una relación jerárquica y los
sujetos de esta relación.
La modelación del cuerpo sexuado, la
generización masculina o femenina, dispositivo de regulación ejercida desde
ámbitos de poder posiciona a uno de los cuerpos e identidades al servicio del
otro. La construcción de esa diferencia sexual aparentemente irreconciliable en
base a supuestos biologistas, marca el género, entendida como
complementariedad. Así la feminidad, sin lugar propio, está construida al servicio
de la masculinidad, lo que significa, trabajo doméstico gratuito y reproducción
biológica. Para varias lesbianas feministas radicales el lesbianismo se
presenta como una relación no reproductiva y por tanto anticapitalista. Así,
autoras como Cheryl Clarke, lesbiana feminista marxista y antirracista,
plantean el lesbianismo como un acto de resistencia señalando que “tiene toda
la posibilidad de trastocar la heterosexualidad como uno de los sistemas de la
opresión de las mujeres, siempre y cuando parta de una visión antirracista y
anti clasista”.
Desde el feminismo lésbico, la heterosexualidad
ha sido entendida como dogmatismo, un lugar donde la mirada masculina modela
los deseos y aspiraciones de las mujeres, a lo que Wittig denomina falsa
conciencia, o a lo que Paredes denomina, el robo de los ajayus; la
internalización de lxs colonizadores en los pensamientos, deseos, aspiraciones
y proyectos de lxs colonizadxs. En consecuencia, la heterosexualización va de
la mano de regímenes coloniales, es una forma de colonización.
En 1970, Carla Lonzi publicó “Escupamos sobre Hegel y otros escritos sobre
liberación femenina”, señalando que “La imagen femenina
con que el hombre ha interpretado a la mujer, es una invención suya, el hombre
siempre ha hablado en nombre del género humano. Consideramos incompleta una
historia que se ha construido, siempre, sin considerar a la mujer como sujeto
activo de la misma”. Con esto Lonzi define la heterosexualidad como un dogma
que considera a las mujeres como complementos “naturales” de los hombres,
relación que se sostiene a través de la
reproducción.
Posteriormente, en 1975, aparece el texto The normative status of
heterosexuality escrito por el Colectivo de lesbianas feministas Purple
September de Ámsterdam en el cual se afirma que una de las definiciones
implícitas de la feminidad es la heterosexualidad y que el objetivo
general del condicionamiento femenino es hacer que las mujeres se
perciban a sí mismas y a sus vidas a través de ojos masculinos, lo que
da a la heterosexualidad un estatuto normativo.
La heterosexualización,
como la religión católica tiene lógicas de fe, por tanto disciplinarias y jerarquizadas
para el dominio y la explotación económica, no en vano coincidieron en la
empresa colonizadora, vivir en clave heterosexual no deja de ser sospechosa de
obediencia. Para el feminismo lésbico de los 80s, la estrategia estaba en
transformar la esfera privada y los roles masculino femenino, que sostiene la
división del trabajo.
Si el espacio privado era la razón del
confinamiento, para algunas feministas se debía arrebatar de la exclusividad
masculina el espacio público y ocuparlo. Sin embargo, para otras, había que
transformar algunos aspectos del ámbito privado, uno de esos era la sexualidad.
Es así que las radicales acuñan “lo
personal es político”, que sirvió para analizar espacios de la vida privada.
Kate Millet plantea que “La estructuración de la sociedad a través de la
división sexual, limita las actividades, trabajo, deseos y aspiraciones de las
mujeres. El sexo es una categoría de posición social con implicaciones
políticas”.
Transformar lo privado implica transformar las reglas de la relación entre
hombres y mujeres y en consecuencia los roles femenino y masculino, lo que a su
vez trastocaría profundamente las bases de la política que se estructura en
términos de dominio y subordinación entre los sexos.
Que el sexo sea una categoría con
implicaciones políticas, refiere al valor diferenciado en lo político,
económico y social que tienen hombres y mujeres. El concepto hombre y el
concepto mujer son políticos y deben destruirse para desaparecer la
heterosexualidad como régimen político, afirma Wittig. En su texto el cuerpo
lesbiano, Wittig propone cuerpos lesbianos devenidos monstruos, reconstruidos como
fuga de la engenerización o feminización. Un desafío que muchas lesbianas asumen
sin hacerlo consiente, cuerpos abyectos a la aprobación de la mirada masculina
y el heteropatriarcado, para el gozo lésbico exclusivo, en consecuencia, libres
de las imposiciones reproductivas.
Las fisuras del
régimen heterosexual y la recuperación del cuerpo territorio
Las fisuras de la
modernidad como modelo civilizatorio, impactan de manera profunda en los modos
de conformación de los sujetos. El cuerpo puede entenderse como un campo en
pugna por las distintas fuerzas que producen sujeto en contextos de espacio-tiempos
particulares. La modernidad como modelo civilizatorio opera mediante la
producción de subjetividades, para ello busca intervenir los cuerpos,
moldeándolos hacia identidades que se privilegian como modelos poblacionales.
Intervenir el cuerpo da lugar a la producción de sujeto, de manera que
corporalidad y subjetividad acontecen en íntima conjunción. Indagar por el
cuerpo nos remite al tipo de sociedad en el que éste es posible, así la
producción de sujeto está relacionada a determinados proyectos políticos, en
los que operan tanto la obediencia como la resistencia. La resistencia a las
sobredeterminaciones corporales a lo que algunos autores han denominado la
cultura somática de la modernidad, que han buscado consolidar los Estado-Nación
(orientado al modelo de desarrollo euro y anglo céntrico), con énfasis en la
modernidad capitalista (de acumulación y consumo), dan cuenta de las tensiones
del sujeto en un modelo civilizatorio hegemónico.
Cuerpos insumisos dieron cuenta de
las fisuras del modelo civilizatorio. Mujeres que entendieron que su destino al
lado de un hombre sería de sometimiento prefirieron el convento, la soltería,
el travestismo, la locura o la disidencia. Las que reivindicaron sus cuerpos
indios, negros, deshumanizados, las que prefirieron intervenir su cuerpo
procurando un cuerpo no deseable para los hombres. Mujeres que devinieron monstruos
a los ojos del heteropatriarcado porque no respondieron a modelos
estandarizados, objetos del consumo capitalista. Nada sencillo ha sido o es para
las mujeres, vivir fuera de la norma hetero patriarcal. Acusadas de brujas,
herejes, locas, inmaduras, las mujeres están predestinadas al servicio de un
hombre y la colectividad masculina, a menos que la insumisión tenga lugar.
Nuestros cuerpos han resistido siglos
de opresión colonial. Sobre estos cuerpos ha recaído el racismo, el sexismo,
los distintos sistemas económicos, el régimen heteronormativo y diversas formas
de imposición. Nuestros cuerpos han resentido la apropiación de nuestro
trabajo, la violencia física, las violaciones como marca de conquista de un
nuevo territorio o estrategia de disciplinamiento; la destrucción de nuestra
cultura y conocimientos, la imposición de un modo de pensar, el
disciplinamiento genérico y sexual, entre otros.
Julieta Paredes afirma que las
lesbianas siempre estuvimos en el Abya Yala como en una trinchera, lo que el
sistema pretende separar, reducir al hecho de la cama. Con el cuerpo luchamos,
con el cuerpo soñamos. Las “Chullas”
eran estrategas guerreras en los levantamientos indígenas, no eran parejas
heterosexuales de los guerreros. No llevaban el actapi, la merienda, estaban
encargadas de la logística y las estrategias militares, y no se les conocía
varón. En los procesos de independencia y la formación de los Estados Nación,
hombres y mujeres indígenas pusieron sus cuerpos como carne de cañón.
La
descolonización tiene la dimensión de la recuperación de la tierra, territorios, la soberanía de nuestros
pueblos y la recuperación del cuerpo territorio de las mujeres, la soberanía de
los cuerpos, lo que a decir de Julieta Paredes implica la denuncia de la
heterosexualidad obligatoria, la violación a las mujeres como práctica
machista, de la penalización del aborto, del matrimonio, de la monogamia de las
mujeres y la invisibilización de las lesbianas o marimachos en las comunidades
y en el imaginario del proceso de cambio.
En ese sentido, la soberanía de los cuerpos de las mujeres tiene la dimensión
territorial, la lucha por la autodeterminación de los pueblos y los cuerpos de
las mujeres.
Hablar de cuerpo territorio ha
implicado asumir el cuerpo de las mujeres como territorio político para la
liberación. Para las feministas comunitarias xinkas, la recuperación y defensa
del territorio, cuerpo y tierra, implica reconocer que el cuerpo de las mujeres
ha sido expropiado históricamente y asumir como principio feminista de mujeres
comunitarias la recuperación de ese primer territorio de energía vital que es
el cuerpo.
Dorotea Gómez, maya k´iché, lesbiana
feminista y antropóloga, da cuenta de la somatización que su cuerpo sufrió
producto de la guerra y el etnocidio guatemalteco, alergias que la medicina
alópata nunca pudo curar. Acercarse al feminismo le permitió comprender su
historia de dolor y conectar su cuerpo con su existencia como mujer que
renunciaba a sobredeterminaciones sociales como la heterosexualidad.
Asumirse lesbiana feminista, adquirió
un significado político
y espiritual: apostar a
la descolonización patriarcal
desde el cuerpo
y la sexualidad, ello implicó un
proceso profundo de
reflexión emocional, política
y espiritual. Decidir sobre
el propio cuerpo, le requirió
fortaleza para lidiar con el
racismo y la exclusión
lesbofóbica y reivindicar su cuerpo como un territorio político de
liberación de las imposiciones patriarcales.
Pensar nuestro cuerpo como producto de
los intereses del poder heteropatriarcal colonial, implica reconocer que es ese
poder masculino que modela los cuerpos femeninos, a la medida del servicio, el
uso y el abuso. En esa deconstrucción detectamos resabios impositivos del
falogocentrismo en la imposición de un cuerpo físico, delgado, occidental,
acéptico, sin vellos a costa de la salud, el uso de uñas postizas que
inutilizan los dedos, el uso de brasieres, el modelaje insano de un cuerpo tipo
barbie, la obsesión por el cuerpo delgado, por las nalgas prominentes, el
rostro sin arrugas, el desprecio al abdomen crecido, el uso de tacones, ropa
apretada, etc., y toda aquella práctica estética que inutiliza la libertad de
acción de las mujeres,
y que ha pretendido su cosificación como figura decorativa y sexual. La frase
de Sheyla Jeffreys “la liberación de las mujeres no será posible mientras se
considere sexy su subordinación”
refiere a un sistema que ha aniquilado la capacidad de las mujeres para
identificar los dispositivos de su propia subordinación, asumiéndolos como
“ideales propios de su sexo” para el beneplácito de su opresor.
Así, deconstruir la representación de
lo femenino como modelo normativizado al servicio del poder
hetero-falogocéntrico, no implica necesariamente asumir los modelos masculinos
de representación genérica, aun cuando para algunas lesbianas les es válido, a
pesar de que tengan que recibir permanentes señalamientos de “error”
programático.
Ni darles la vuelta, ni peyorizar lo femenino, el proceso implica un
cuestionamiento profundo de los viejos estereotipos y valores de la sociedad
hetero-patriarcal, la descolocación de la imposición de un modelo de lo
bello/bueno/verdadero/natural/etc. Que ha significado opresión. La alternativa
“entre mujeres” puede remitirnos también a la permanencia de ciertos valores de la heterosexualidad. Sin
embargo la crítica lesbofeminista a la deconstrucción del cuerpo heterosexual y
la resignificación de la cuerpa lesbiana, que supone un quebranto a vernos a
través de los ojos de los hombres, puede ser un proceso interesante de
resignificación de las representaciones genéricas.
Gargallo plantea que la lucha por
el cuerpo territorio si bien tiene una crítica a la construcción de la
corporalidad femenina y la reapropiación del cuerpo propio, tiene sobre todo la
resistencia a la privatización de la tierra y la asimilación de la cultura
patriarcal de las repúblicas latinoamericanas y sus leyes centradas en la
defensa del individuo y su derecho a la propiedad privada, una confrontación a
la ideología capitalista que se impondrá en cada rincón del mundo, apropiándose
de todas las tierras comunales e imponiendo una única economía salarial del trabajo.
Las ideas de la buena vida de las mujeres pensadas desde comunidades indígenas
actuales, en el campo y la recomposición del colectivo en los barrios
marginales urbanos, incluyen la idea de economías comunitarias, solidaridad
femenina, territorio cuerpo, trabajo de reproducción colectivo y
antimilitarismo.
La defensa de la tierra sigue siendo
una de las demandas vigentes desde la colonia ya que la apropiación de la misma
ha tenido modos y reacomodos en los distintos regímenes. Chuy Tinoco, da cuenta
de la forma en que la militarización es una estrategia del neoliberalismo para
la apropiación de territorios, el desplazamiento de poblaciones y la forma en
cómo ello afecta particularmente al cuerpo de las mujeres. La política de la
lucha contra el narcotráfico, con la Iniciativa Mérida, impuesta por Estados
Unidos al Abya Yala, advierte, similar a la lucha contra el terrorismo impuesta
hace algunos años, sirvió para reprimir impunemente todo deseo de libertad,
igualdad y justicia, tiene como fin militarizar los territorios con presencia
de la
CIA, la DEA, el FBI y el Pentágono por parte del gobierno norteamericano
y los correspondientes en los países del Abya Yala como estrategia para
recolonizar la región por medio de políticas económicas y la apropiación de los
territorios de pueblos originarios. Ello ha provocado desplazamientos, poniendo
en situación de riesgo a niñas y mujeres con el tráfico de mujeres y
feminicidios. La militarización las desplaza a las maquiladoras instaladas en
las fronteras, trabajos deshumanizados para luego deshacerse de ellas
traficándolas y consignándolas a la esclavitud sexual, generando mayores
ganancias a las redes criminales, dice Chuy. Los cuerpos de las mujeres generan
plusvalía, muchas de ellas después encuentran la muerte. Mujeres y lesbianas
que originalmente huían de la violencia doméstica y sexual dentro de sus
familias, recorren de punta a punta su país, encontrándose con la crudeza y la
impunidad que envuelve la militarización, los ejércitos que se han apropiado de
caminos, de centros de diversión y centros laborales.
Si nuestro cuerpo es territorio donde
operan los múltiples mecanismos de dominación, como describe Chuy, es también
lugar donde se evidencian nuestras resistencias. La construcción de una cuerpa
política en resistencia, llámese cuerpa lesbiana, implica no únicamente la
defensa de la autodeterminación del cuerpo biológico sino, también del
territorio del Abya Yala como unidad corporal a la que hay que liberar de todas
las formas de colonización que están presentes y que con el neoliberalismo y
las políticas extractivistas han encontrado nichos de expansión. La cuerpa
lesbiana es pues un sujeto colectivo contrahegemónico, antipatriarcal,
anticapitalista, anticolonial, anticlasista, antijerárquico, así lo consideran
y reconstruyen varias lesbianas feministas:
Para Marian Pessah, el carácter
político por sobre el amoroso o sexual del lesbianismo es la posibilidad de
apropiarnos de nuestros cuerpos. La lesbianidad es una categoría política y no
una circunstancia amatoria/amorosa/¿coyuntural? ¿Si no amo, no soy? ¿Y si no
soy amada, vuelvo a la norma heterosexual? La idea es revisar y (re)crear las
formas de vida que nos lleven a vivir en armonía con nuestros cuerpos,
placeres, deseos, amores, reinventando nuestros propios códigos. Sin propiedad
privada de cuerpos, ni deseos instituidos.
Para Binford, la resignificación del
concepto mujer por parte de las lesbianas implica una construcción colectiva
del cuerpo Lesbiano. En su tesis de maestría, La relación de las mujeres lesbianas con sus cuerpos, un estudio del
protagonismo de lesbianas guatemaltecas, plantea que el cuerpo es una
unidad compleja en la que intervienen dimensiones fisiológicas y
socioculturales y es, además, un sitio en donde el patriarcado ha instaurado su
poder. Dicho poder patriarcal se ejerce mediante la expropiación del cuerpo
femenino, a partir del mandato de ser para otros. “Así, el control que se
ejerce sobre el cuerpo de las mujeres rige para garantizar que la mujer haga
del mismo un uso apropiado, lo que significa su uso en función de la persona a
que se encuentre asignada”. Binford visibiliza el cuerpo lesbiano como forma de
resistencia, en grados de conciencia diversos y escribe: “De alguna manera, las
mujeres lesbianas resignificamos el término ‘mujer’, tal como es entendido por
el sistema patriarcal”.
Nadia Rosso concibe el cuerpo lesbiano
como un territorio de resistencia a la imposición patriarcal a través del
matrimonio monogámico y heterosexual, institución que a través del amor romántico
mantiene a las mujeres en situación de servidumbre. El matrimonio monogámico,
afirma Nadia, es la institución que ha convalidado la violencia para la
apropiación de los hombres sobre los cuerpos y sexualidad de las mujeres. A
pesar de que el origen del matrimonio era económico-social, de alianza entre
tribus, de manutención de la propiedad privada, de adquisición de mano de obra
gratuita, modernamente el matrimonio para legitimarse asume el discurso del
amor. La resistencia a este sistema opresivo, se vive cotidianamente desde el
cuerpo lésbico. Un cuerpo que busca descolonizarse y deslindarse de todos los
parámetros sociales impuestos para una mujer. Un cuerpo insumiso, que busca
libertad. Este es un cuerpo heterogéneo que se construye a sí mismo con sus
propios referentes, pero con algo en común: la disidencia. Los cuerpos
disidentes que se niegan al coito obligatorio, a la sumisión, a ser amas de
casa, a ser esposas, a la maternidad obligatoria.
Lyliana Chávez desde un pensamiento
anarquista, reflexiona sobre la política del cuerpo como la necesidad de
sanación y reparación histórica a los agravios recibidos en lxs cuerpxs, lo que
permite hacer una crítica a las jerarquías y sobredeterminaciones y la
responsabilidad personal de la transformación creativa desde lxs cuerpxs. La
política entendida desde lxs cuerpxs, afirma Lyliana, desde el deseo, desde las
relaciones mismas, amplía enormemente el ámbito de acción y propuesta política;
pero también de responsabilidad tanto personal como colectiva. El asumirse
mujer en un contexto donde discursivamente las identidades son desdibujadas y/o
móviles, sigue siendo pertinente. Si bien ha habido una inclusión de las
mujeres en nombre de la “equidad de género” dentro de las prácticas políticas
partidarias por ejemplo, desde el feminismo autónomo, específicamente
anarquista se cuestiona y se construye más allá del mantenimiento e inclusión
en el orden establecido. Desde esta perspectiva, señalada y de la mano de
propuestas por la autonomía y autogestión, se busca reconocer la propia voz y
prácticas políticas en cuestionamiento de las jerarquías en todos los niveles.
Es así que se vuelve necesaria la acción no únicamente en señalamiento de una
forma de opresión sino en la totalidad de las mismas. Es de acuerdo a contextos
específicos, historias de vida, que cobra sentido el posicionarse de una u otra
forma. No se trata de identidades fijas, universales o esenciales, sino
cambiantes, específicas y en revisión constante, ojalá no entendidas ni
apropiadas como dogma sino como convicción sentida y auto-reflexiva. El
lesbofeminismo surge como una experiencia y propuesta desde lo íntimo hacia la
colectividad, en una búsqueda, donde el posicionamiento discursivo sin práctica
seria, es una incongruencia. Es un camino cargado tanto de posibilidades como
de retos porque las referencias que rigen desde lxs cuerpxs están naturalizadas
en un orden patriarcal. Se requiere de una disposición, esfuerzo y energía
continua y renovable tanto personal como colectiva para la no reproducción
sistemática o no caer meramente en el
discurso; se necesita más que de razón. Está en cuestión todo lo que implica lo
que muchas entendemos como sanación y reparación histórica no únicamente
generalizada, sino dentro de la propia historia de nuestrxs cuerpxs y
relaciones, para poder compartir desde sitios no opresivos y poder crear de
forma diferente.
Reconstruir el cuerpo lesbiano como un
territorio de resistencia a la imposición patriarcal desde el lesbianismo
feminista tiene diversas aristas, ha significado resignificar los agravios que
nos tocó vivir históricamente y en consecuencia resimbolizar la cuerpa en
términos físicos, culturales, simbólicos, sociales y políticos. La apropiación
de este cuerpo, ha implicado reconocerlo, nombrarlo y renombrarlo, Cuerpa
lesbiana, Cuerpas lesbianas, se escucha desde reflexiones personales,
colectivas, talleres, encuentros, etc., desde donde se deconstruye el cuerpo
heterosexual del Abya Yala.
La cuerpa lesbiana y la geopolítica del placer
En la escuela para la libertad de las
mujeres de Oaxaca, un proyecto de formación lésbica feminista, con
especialidades técnicas y manuales (oficios no tradicionales) discutíamos sobre
los intereses geopolíticos de los países colonizadores para invadir
territorios, y las estrategias de dominación como la violación a mujeres. La
recuperación del cuerpo territorio tiene también una estrategia geopolítica para
la autonomía, tanto en la geografía corporal, conocerlo, cuidarlo, liberarlo de
mandatos corporativos médicos, estéticos, alimentarios, etc., conectarlo a la
naturaleza y el universo, reconocerse en las cuerpas de las nuestras; como en
la reapropiación del placer autónomo, como desafío al heterosexualismo. La
recuperación de nuestros territorios pueblo, también tiene el objetivo del
placer y la conexión con la pacha mama.
La geopolítica del placer plantea la
habilidad de la re-apropiación del cuerpo de las mujeres para el placer propio
o compartido desde el conocimiento, atocuidado, defensa corporal,
deconstrucción de imaginarios corporales de obediencia y auto conocimiento para
el disfrute y un desafío al régimen colonial moderno y heteropatriarcal. La
geopolítica del placer plantea una destreza de recuperación de la cuerpa como
construcción colectiva de sujeto que le disputa a la hegemonía hetero
patriarcal blanca imginarios que valorizan, jerarquizan e imponen modelos
civilizatorios. Es la estrategia en la construcción de la cuerpa lesbiana. Un
parte importante del módulo de sexualidad de la Escuela fue el conocimiento de
nuestra geografía biológica y morfológica y el taller de sexo divertido o cómo
usar los juguetes sexuales para la autonomía sexual, como una estrategia
geopolítica del placer.
La cuerpa lesbiana es una respuesta al
modelo unívoco de sujeto como fue la exigencia de la modernidad como modelo
civilizatorio. Atenta a la primacía de “la” identidad del sujeto moderno:
hombre, blanco, hétero, padre de familia, o su suplemento, mujer hétero,
monógama, blanca aspiracional, dedicada a la familia; un sujeto vinculado a un
ideal eurocéntrico tendiente a la universalización y sustentado en modos del
conocimiento con pretensiones de verdad. Es una deconstrucción de la feminidad
y sus representaciones de obediencia y subordinación. En la alteridad, es parte
de la construcción de “lo otro” como subrogado, déficit, menor, “eso” distinto
a lo que precisamente ratifica la pretendida normalidad de quien domina. La
cuerpa lesbiana es fundamentalmente un territorio en búsqueda de autonomía ante
cualquier tipo de sobredeterminación. La cuerpa lesbiana desarticula un modelo
civilizatorio sustentado en la masculinidad, la blanquitud y el régimen
heteropatriarcal.
La búsqueda de una cuerpa lesbiana
cuestiona no solamente la imposición físico biológica de un cuerpo femenino
determinado para el servicio de la masculinidad, sino, también el
posicionamiento epistémico de la construcción de un sujeto corporal insertado
en tramas de poder-saber-actuar con el que organizan la población para
subordinarla y explotarla.
En 2010 escribía sobre la cuerpa lesbiana: “Sigue siendo una incógnita, una necesidad en
construcción que parte de una negación, no quiero un cuerpo para los demás,
necesito un cuerpo para mí, fuera de la lógica masculina y heterosexual en un
intento por romper con una historia sobredeterminada por el cuerpo femenino”. Soy una lesbiana
atrapada en un cuerpo de mujer. Este es un cuerpo que ha sido construido
culturalmente, del cual no puedo escapar y sin embargo también lo voy
construyendo día a día. Estoy en el límite entre mi construcción personal de
este cuerpo propio y la sobre determinación de la sociedad, hecha en base a un
pensamiento colonial de lo que es ser mujer, del cual yo trato de escapar.
Cinco años después, encuentro muchos más referentes en la construcción colectiva
de las cuerpas lesbianas, diversos colectivos, algunas investigaciones,
activistas, afirman a las cuerpas lesbianas.
Desde la experiencia de lesbianas en
consultas ginecológicas,
Karina Vergara reflexiona sobre esos cuerpos lesbianos disidentes al mandato
heterosexual, al que denomina “La cuerpa lesbiana”. En ella encontré lógicas
discriminatorias y violencias del sistema médico que dan cuenta de un fenómeno
de dimensiones políticas; afirma, pues resultan de una estructura social,
cultural y económica que controla el cuerpo y la sexualidad de las mujeres en
general, es decir, las somete a la heterosexualidad obligatoria. Sin embargo, también pude ver que tanto la
enunciación como propia presencia de la
cuerpa lesbiana en el consultorio era en sí misma una acción política que
descolocaba las lógicas institucionales ante el sujeto que exigía atención,
pero no era el esperado por el sistema. Esta cuerpa política desafía al régimen
heterosexual. Donde se manifiesta, la cuerpa, interpela, cuestiona y dinamita
visiones ya concebidas de cómo debe de ser la vida, lógicas institucionales e
incluso científicas y tecnológicas concebidas desde la heterocentralidad.
Karina Vergara afirma que algunas colectivas lésbicas feministas en distintos lugares del Abya Yala y
lesbianas feministas independientes han venido usando el concepto Cuerpa
o Cuerpa lesbiana, sí, con la “A” ruidosa, incómoda y poco decorativa que a
tanta gente incomoda porque deforma
el lenguaje, porque suena feo, la A necesaria para marcar disidencia, La cuerpa
de las lesbianas, como constructo teórico político está en desarrollo todavía,
pero sirve para referirse a aquella unidad físico–biológica con genitales y
características que le asignan el sexo femenino, pero que no es el cuerpo femenino construido en relación
y/o correspondencia al masculino, si no esa construcción para sí misma en una lógica diferente a la de la
heteronormatividad. Nombrar
la cuerpa lesbiana no es sólo un asunto que atañe a la conformación o
transformación del lenguaje, es un ejercicio de enunciación política. Para
enunciar la cuerpa existe un proceso previo que parte de una existencia
lesbiana, la que de acuerdo con Adrienne Rich, sugiere pensar tanto en la
presencia histórica de las lesbianas, como en la puesta en marcha del sentido
de tal existencia. Así, esta puesta en marcha se convierte en algo que he
llamado lesbopolitización.
Se construye una existencia política, sexual y de placer, existencia
sexopolítica, la cual construye a su vez un cuerpo: cuerpo político–cuerpa–.
La heterosexualización y
engenerización han hecho posible que después de 500 años las estructuras de
dominación colonial sigan presentes, las que se han alimentado del racismo, el
clasismo el neoliberalismo, nacionalismos y militarismo. Desafiar el poder
hetero patriarcal, la estructura que parecía natural y perpetua, implicaría
desheterosexualizar la cuerpa, el pensamiento y la cultura. La cuerpa puede
devenir monstruo o cualquier otra figura, pero es estratégico denominarla
lesbiana. Políticamente hablando la lesbiana es una identidad política que
desafía el poder patriarcal, al tiempo que recupera el amor, afecto y
solidaridad entre mujeres, pactos de apoyo mutuo perseguidos por las sociedades
patriarcales. Esta cuerpa política desafía al régimen heterosexual. Donde sea
que se manifieste, interpela, cuestiona y desestructura visiones ya concebidas
de cómo es o cómo debe de ser la vida, las lógicas institucionales e incluso la
aplicación de la ciencia y la tecnología concebidas desde la heterocentralidad.
Incluso diversas autoras señalan que la relación sexo afectiva entre lesbianas
feministas
no genera división sexual del trabajo y por tanto, tampoco plusvalía.
La construcción de la cuerpa lesbiana
tiene una ruta autónoma. No le pide permiso al estado el ejercicio de su
autodeterminación. Para las lesbianas, empezar a verse con ojos propios, ha
permitido recusar planteamientos teóricos, ideológicos, políticos y espacios
donde lo lésbico está condicionado a la presencia de un otro, de un sistema de
dominación masculino y heterosexual, lo cual ha implicado la crítica a la
política de solicitud al estado patriarcal por parte del feminismo
institucional, y ha posibilitado organizarse, realizar acciones políticas, ser
un referente, y presentarse como un sujeto con voz y cuerpo propio. Lesbianas
en cuerpo de lesbianas.
Lyliana Chávez, desde la revisión de
las acciones artístico-políticas de un grupo de jóvenes lesbianas anarquistas,
“Las Sucias”, con las que reconstruyeron
conceptos, imágenes, lógicas, mandatos genéricos y mitos sobre la sexualidad, propone
la creatividad artística como herramienta de deconstrucción corporal y
reconfiguraciones de cuerpos políticos, entre discursos y prácticas. La
revisión de la “autoconstrucción” identitaria de lesbianas feministas, como
acción política, y su vínculo con procesos creativos, nos invita a la reflexión
sobre la importancia de la construcción del conocimiento y las formas y medios
de su materialización, situándolas como sujetas activas que se posicionan críticamente,
reflexionan y transforman sus contextos, afirma. La expresión artística y/o
creativa va cargada de un deseo cuya definición es contextual, y cuya
apreciación y valoración estética se debe a cánones aprendidos. Las acciones
creativas-políticas, aportan a las prácticas de visibilidad, incidencia y
referencia. Los procesos creativos tienen la posibilidad de plantear caminos
más allá de los racionales, desde lenguajes corporales y emocionales, con humor
y de manera lúdica, sin dejar de señalar lo que se busca visibilizar,
transgredir, nombrar, señalar y crear. Y en consecuencia replantear otras
formas de vivenciar lo social, lo económico, lo político, y la relación entre
lo privado y lo público entre muchas otras. La “virgen de las panochas” como un
acercamiento “gozoso”, por ejemplo a lxs propixs cuerpxs, al igual que las
“antimuñecas”, o el poner la cuerpa en la calle para incidir de forma creativa,
como hacían las Sucias
y muchas compañeras, es una buena referencia al respecto. Lo mismo que valorar
la propia voz a través de herramientas creativas personales y colectivas, que
si bien no generan un cambio total; lo acompañan e incentivan y dejan registro,
nombran, dejan huellas y rastros.
La construcción de esta cuerpa
lesbiana del Abya Yala, tiene distintas referencias lúdicas, creativas,
insurrectas, de ruptura, antisistémicas, las que constituyen ese corpus
lesbiano. Varias de las acciones lesbofeministas, ejercidas desde la autonomía
y radicalidad forman parte de esa construcción colectiva. Mencionaremos
algunas, como pincelada de las agencias políticas de una sujeta colectiva que
corporaliza y politiza su propuesta antisistémica.
Sin Honores a la
bandera, Muerte a la patria, que Arda el patriarcado
Jornadas de
celebraciones antipatrióticas, antipatriarcales, anticapitalistas, en el marco
del espectacular circo patriótico que celebra la hipócrita e inexistente
independencia nacional. Diferentes actos en los que se puso en cuestión la
supremacía del hombre y sus “valores” autoritarios, de los cuales surgió la
patria. Un recorrido mortuorio cargando la bandera de México que llevó como
símbolo patrio un águila pegándole con un tolete a la serpiente, fue seguido
por decenas de personas encapuchadas y con grilletes tricolor, marcharon dentro
de las instalaciones de la UNAM, donde al final del recorrido quemaron la
bandera y los grilletes patrios. Actividad que terminó con un acto político de
discusión y reflexión sobre la patria, el patriarcado y el lugar de las mujeres
en dichas instituciones.
La maja velluda: el
vello es bello
Una intervención
publicitara con pegatinas de pelos sobre las axilas de las modelos de las
vallas publicitarias de las paradas de buses, metro, quioscos, etc., para
recrear y generar cuestionamientos en las representaciones normativas de la
belleza y los cuidados de los cuerpos de las mujeres.
“Sororidad Insumisa. Con todas las secuestradas por los
estados”
Un
fancine que desde la búsqueda de sororidad por las mujeres secuestradas en
cárceles por desobediencia al régimen heteropatriarcal, llaman a la acción como
urgencia. “Enfrentar lo k diariamente nos castiga dentro y fuera, reconociendo
k hay diferentes jaulas, concientizarnos y actuar boicoteando practicas k las
avalen. El fancine, editado por las Chuekas, presenta los casos de seis
mujeres, presas de conciencia, activistas anarquistas, lesbianas, mujeres
pobres o jóvenes, procesadas judicialmente con los valores del
heteropatriarcado clasista y racista, tres de ellas condenadas a más de 21 años
de encierro, en países latinoamericanos y el Estado Español, además del llamado
a la sororidad, proclaman GUERRA AL
ESTADO Y SU SOCIEDAD HETEROPATRIARKAL CAPITALISTA! INSUMISIÓN!! SORORIDAD,
CONSPIRACIÓN Y VENGANZA!!!”
La Clausura del Hotel
Alcazar
Una
acción convocada por el grupo “Las licuadoras”
el 9 de marzo del 2014, en apoyo a Yakiri Rubio, una joven sobreviviente de
feminicidio que fue secuestrada, violada en dicho hotel y acusada de homicidio
por haberse defendido de su agresor, volteando el cuchillo que la iba a matar.
Con batucadas, consignas y performances, diversos colectivos de mujeres
apoyaron a Yakiri en el proceso judicial que se le seguía. Las Likuadoras
tuvieron una especial participación por el carácter autónomo de sus propuestas
y consignas dirigidas fundamentalmente hacia la reparación histórica. “Verga violadora, a la
licuadora, a todo violador, cuchillo volador! Ante la violación, machete al
cabrón! Despide a tu verga, violador de mierda!”,
¡“Luis Omar, Luis Omar, cuida tu yugular”!,
“Ante la violencia machista: Autodefensa feminista”, Te va a volver. El
desprecio que desplegaste. Te va a volver. Las agresiones que cometiste. Las
pagarás. Las mujeres que violentaste. Responderán! Responderán!
El cierre del Hotel Alcazar convocó a
cerca de 100 asistentes, sobre todo lesbianas indignadas, autónomas,
antisistémicas, con el rostro cubierto, vestidas de negro y violeta, la marcha
recorrió la ruta del secuestro. “La clausura del Hotel Alcázar es un hecho que
justificamos y consideramos como acto de reparación y resistencia feminista.
…queremos hacer memoria, justicia y exigir que se hable con la verdad que
denuncia las complicidades de hombres dentro del sistema de justicia que
estuvieron impidiendo la libertad de una mujer que se defendió legítimamente.
Verdad que denuncia que el machismo hace parte de las políticas de justicia que
privilegian y encubren a los verdaderos culpables”.
La marcha dejaba a su paso carteles
pegados en postes y paredes que denunciaban los hechos. Volantes y consignas denunciaban
y advertían a los vecinos la complicidad del Hotel Alcázar en el caso de Yakiri
y otros. “Alerta vecina, violador en la esquina. Alerta vecina: aquí vive un
feminicida”. Huellas de pies con pintura roja marcaron la ruta que exigía
justicia. En el cruce de las calles Dr. Liceaga y Jiménez hicieron un alto y
denunciaron que en ese lugar el 9 de diciembre del 2013, Yakiri Rubio Aupart
fue secuestrada por Luis Omar y Miguel Ángel Ramírez Anaya. La amenazaron con
un cuchillo y la obligaron a subir en la moto. Se realizaron algunos
performances. A un muñeco en forma de violador al que llevaban colgado por el
cuello, le cortaron un grotesco pene de cartón rosa y fue roto a palos y
quemado. Alguien leyó un poema que invitaba a los agresores a no volver a
dormir tranquilos.
La marcha advertía al vecindario de la
complicidad de la policía, el hotel, los violadores, y la administración de
justicia, a los que mostraban como una mafia patriarcal. “Estamos aquí para
decir públicamente que Yaki nunca debió ser privada de su libertad. Estamos
aquí para denunciar que las condiciones actuales del proceso legal, el “exceso
de legítima defensa”, es una respuesta corta y falsa. Nuestra exigencia es una
justicia que tenga en cuenta los crímenes hacia los cuerpos de las mujeres. La
legítima defensa nunca será un exceso frente a las agresiones feminicidas. No
nos callaremos, no dejaremos de hacer ruido, no pararemos de señalar al MP 50,
a la fiscal Lucía Reza, al procurador Rodolfo Ríos Garza, a Santiago Ávila
Negrón, al Tribunal Superior de Justicia, a Alejandro Fernández, y a todos los
cómplices, violadores y feminicidas implicados en esta trama”.
Bajo la consigna: “Hotel Alcázar,
guarida de violadores”. “La complicidad es feminicidio”, colocaron cintas de
alejamiento y carteles que lo declaraban clausurado. Un año antes, en el mismo
hotel, un niño también fue violado. Otras personas han sido torturadas por la
policía cuando el hotel era casa de seguridad, antes del 2001. Al fin del pronunciamiento,
el hotel fue bombardeado con globos de pintura roja.
Con el apoyo de “Las likuadoras” y
otros grupos de mujeres, el caso Yakiri cobró relevancia en la prensa local e
internacional. Yakiri fue acusada por la Procuraduría del Distrito
Federal por homicidio calificado, su defensa apeló pero la reclasificación fue como
homicidio en legítima defensa con exceso
de violencia, lo que permitió que la joven pudiera salir de prisión pagando
32 mil dólares de fianza y llevar su juicio en libertad. Un año después,
Yakiri fue invitada a formar parte de las candidaturas para diputada local por
el Movimiento Ciudadano, una escisión del PRD. Luego del anuncio de su
candidatura, el juez 13 penal exculpó a la joven del delito de homicidio en
legítima defensa con exceso de violencia y le dictó la libertad absoluta debido
a que la joven tenía como medida cautelar presentarse a firmar al juzgado y
ordenó la destrucción de la causa penal que dio lugar al juicio.
Su consigna “Por las mujeres que se defienden;
Por los hombres que las protegen”, causó decepción y cuestionamiento. Las
Likuadoras, sacaron un pronunciamiento en el que declaran: Se protege a quienes
se supone que no pueden defenderse por sus propios medios. En el caso de las
mujeres, la supuesta indefensión ha significado un elemento de dominación
fundamental. El sistema patriarcal perverso coloca los cuerpos de las mujeres
en posiciones de vulnerabilidad y luego ofrece protección. La promesa de
protección viene acompañada del control sobre la vida de las mujeres y
significa el compromiso de sumisión. Rechazan la vía electoral porque no existe propuesta política
partidista que apueste por una ruptura radical con el sistema político actual,
condición necesaria para poder salir de esta crisis genocida permanente que
persigue nuestras vidas, afirman.
Acción
contra la lesbofobia
El 17 de
mayo del 2015 día en contra de la homofobia, un colectivo de organizaciones y
lesbianas independientes tomaron el atrio de Bellas Artes,
con un performance, aparecen de debajo de sábanas blancas, junto a la mención
de lesbianas asesinadas por lesbofobia en distintas partes del Abya Yala, los
cuerpos desnudos y pintados de seis lesbianas, acompañadas de una batucada y un
grupo de lesbianas, leyeron un pronunciamiento:
La lesbofobia no se nombra ni tiene definición propia. Es
una forma de disciplina para aquellas mujeres que deciden no ser tuteladas por
un hombre, desde un régimen que concibe como “natural” sólo las prácticas
heterosexuales. Nuestra apuesta
es política porque nace del desacato; es peligrosa; porque luchamos por la deconstrucción
del régimen heteropatriarcal, su misoginia, y el poder masculino. Nuestra
apuesta política no busca dialogar con el Estado e instituciones ni insertarnos
en este sistema sustentado por las opresiones múltiples de las mujeres y las
lesbianas donde somos vistas como objetos sexuales, mercancías y botines de
guerra. Queremos dinamitar este sistema y construir desde la autonomía y la
horizontalidad, tejer vínculos entre nosotras basados en el reconocimiento y la
complicidad; a esto le llamamos lesbofeminismo. Retomamos esta fecha porque nos
indigna que las acciones a su alrededor se sigan tejiendo desde el discurso de
las “preferencias sexuales”, naturalizando nuevamente el régimen heterosexual,
sin evidenciar su componente sistémico, controlador y organizador de la vida.
Denunciamos el sistema patriarcal capitalista heterosexual racista que nos
empobrece, violenta y mata. No reclamamos migajas ni inclusión, luchamos para
destruirlo y resistir fuera de él. Los discursos de la “igualdad y la tolerancia”
buscan perpetuar un sistema de desigualdades basado en el reclamo de derechos
coloniales y patriarcales, que no nos alcanzan para construir apuestas
políticas revolucionarias.
Estas cinco acciones son un ejemplo de
desobediencia que la cuerpa lesbiana articula en el Abya Yala, aunque las cinco
acciones están centradas en la Ciudad de México, existen colectivas, grupos,
organizaciones de lesbianas autónomas, anarquistas, antisistémicas, feministas,
ecológicas, especistas, etc. que expresan con diversas acciones e
intervenciones su desacato. A lo largo del territorio del Abya Yala, hay
diversas experiencias autonómicas que es importante recuperar, de las que sólo
menciono algunas: En México activan distintos grupos lésbicos autónomos como El
Mal de Aguas Calientes, Lesbrujas de Chiapas, Acción Radical Antipatriarcal
(ARA) de Oaxaca y Las Chuekas, Las Likuadoras, Las sucias, Lesboterroristas,
Las lunas Lesbofeministas, Tierra Lésbika y Comando Colibrí
en el Distrito federal. GLEFAS, un grupo académico de formación y producción
teórica desde distintos países del Abya Yala. En Guatemala, Lesbiradas y La Batucada Feminista contra la Violencia
Sexual; Mulheres Rebeldes un blog lésbico-feminista autónomo desde Porto
Alegre. En Chile hay diversas experiencias: Las perlitas, Las Moiras, Las
Mafaldas, en Perú Las Insurgentes, en Colombia, La tremenda Revoltosa, en
Argentina el grupo La Maleza, por mencionar sólo algunas.
Las acciones que estas diversas colectivas visibilizan, expresan
cuerpas lesbianas que renuncian al sometimiento masculino o institucional como
el estado, la religión, la familia, las costumbres, etc. En el caso concreto de
las cinco acciones expuestas, muestran cuerpas lesbianas críticas a los
mandatos disciplinarios de las estéticas comerciales. Críticas a los
nacionalismos y sus símbolos patrios, inventos del patriarcado para dividir
pueblos, apropiarse de los territorios, riquezas naturales, del trabajo gratuito
y cuerpo de las mujeres. Estas cuerpas lesbianas marcan una distancia con el
estado/nación por heteropatriarcal. Cualquier institución del estado se
constituye patriarcal, el sistema de justicia en sus procedimientos expresa misoginia,
sexismo, lesbofobia y complicidad con los hombres agresores. La denuncia de secuestros de estado, a los encarcelamientos
de mujeres procesadas desde la mirada y el poder de un régimen heterosexual y
misógino, muestra que la calidad de mujeres, pobres, racializadas, lesbianas o
analfabetas es razón para que el proceso no las escuche, la sentencia se agrave
o que la privación de su libertad sea el castigo al desafío de pretender dejar
el sometimiento del régimen heteropatriarcal.
La clausura al Hotel Alcazar tiene un simbolismo especial,
puede ser entendida como un acto de reparación a las innumerables violaciones
de las que hemos sido víctimas las mujeres a lo largo de la historia, que el
patriarcado implementa y mantiene como estrategia de sometimiento y la justicia
deja impune. Mujeres enmascaradas que recorren la ruta del secuestro y
destruyen a palos un muñeco al que luego queman. Consignas de advertencia, de
señalamientos sin miedo, pronunciamientos que denuncian la existencia de un
crimen organizado hetero patriarcal entre dueños de hoteles, policías,
ministerios públicos, jueces, etc. ligados a la trata de mujeres y feminicidio.
Hasta un video que con creatividad y humor, un comando lésbico advierte al
sistema heteropatriarcal y de justicia que estará vigilante de sus acciones que
atenten contra la dignidad y derechos de las mujeres, y actuarán en consecuencia.
El último comunicado de la colectiva “Las likuadoras”, haciendo una crítica a
la campaña electoral de Yakiri, punto central del rechazo a la domesticación
patriarcal, la condición de tutelaje al que el sistema heteropatriarcal ubica a
las mujeres para controlar su libertad. Es un posicionamiento de desobediencia
ante el disciplinamiento que el Estado y sus instituciones, impone a las
mujeres.
El pronunciamiento contra la lesbofobia, es un posicionamiento
lesbofeminista que hace visible otra forma de crimen del estado patriarcal: la
lesbofobia, también para el disciplinamiento de mujeres. Sobre todo, es un
deslinde a las políticas públicas de reconocimiento que hace el estado mediante
los discursos de la “igualdad y la tolerancia” a las “preferencias sexuales” porque
naturaliza un régimen heterosexual, advirtiendo no querer migajas de inclusión
que perpetúan un sistema de desigualdades basado en el reclamo de derechos
coloniales y patriarcales, que no alcanzan para construir apuestas políticas
revolucionarias. La estrategia autónoma es transformar el silencio en sororidad
y acción organizada entre mujeres hacia la libertad, la acción dirigida a la
justicia feminista restitutiva, de reparación del daño, lejos de la fórmulas
estaduales de impunidad patriarcal, entonces, gritar la rabia, evidenciarlos
socialmente, señalar a los culpables y advertirles que están en la mira, que el
comando puede actuar.
Vale la pena mencionar también, las diversas experiencias
de reflexión colectiva a las que se han denominado “Escuelas de formación
lésbico feministas” con motivo de los Encuentros lésbicos latinoamericanos y
fuera de él en otros contextos, se han constituido en espacios semilleros de
generación de ideas y de conocimiento situado, desde donde se cuestiona la matriz
de opresión heteropatriarcal, las que se articulan con acciones diversas que
van construyendo estas cuerpas lesbianas.
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Lugones, María. Hacia un feminismo decolonial. Disponible en:
Aníbal Quijano
define el racismo, como episteme central del colonialismo y de la colonialidad
contemporánea que parte de una matriz de opresión, ha generado violencia real y
simbólica, xenofobia, discriminación y exclusión, puede entenderse en su forma
estructural e interpersonal, y es histórico y particular de acuerdo a las
realidades en donde se concretiza. Por lo tanto, la idea de raza es un
resultado de la dominación colonial moderna y es desde ella que se construye el
racismo. Para Ochy Curiel el racismo, la heterosexualidad obligatoria y el
clasismo, son regímenes que se refuerzan entre sí para construir una misma
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latino-americano", ponencia presentada
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