viernes, 18 de enero de 2013

La femineidad, construcción perversa de la masculinidad



La femineidad, construcción perversa de la masculinidad

Norma Mogrovejo

Resumen
La generización de la identidad masculina o femenina es parte del dispositivo de regulación del poder y que posiciona a uno de los cuerpos e identidades al servicio del otro, así la femineidad, es construida desde la masculinidad para su servicio y dominio. La masculinidad en alianza con el sistema capitalista y los medios de comunicación, a través de la moda imponen la simbólica de lo femenino, con el objeto de mantener la sujeción de las mujeres. La reflexión feminista permitió desentrañar el sentido político de la diferencia sexual entre hombres y mujeres, y desarrollar instrumentos de análisis que posibiliten una visión crítica de las construcciones culturales, sin embargo las feministas en la práctica, reproducen los dispositivos binarios y la feminidad como modelo de dominación sigue intacta.

Abstract
The genderization of masculine and feminine identity a regulatory power mechanism that places one of these bodies or identities at the service of another. Thus, masculinity constructs femininity for service and domination. Masculinity, in alliance with the capitalist system and communications media, employs fashion to erect a symbolism of the feminine to maintain women under subjection. Feminist thought allows us to entangle the political meaning of sexual differences between men and women, and to develop analytical tools to develop a critical vision of cultural constructs. However, in practice feminists reproduce the binary thinking typical of masculinity, and femininity as a model of male domination continues intact. Furthermore, it is absolutely outrageous that women who define themselves as "feminists" continue to wear high heels in the 21st Century. Therefore, the principal thrust of the lesbo-feminist struggle must be the elimination of high heels not only as a phenomenologically concrete fashion item, but as an ideological accessory of masculinity, in its most anachronistic conceptualization.


La interpretación masculina de la mujer


A principios de los 70s salió publicado en España el libro de Esther Vilar, El varón domado, uno de los libros más populares y polémicos de la época. El texto de Vilar apuesta al poder de la femineidad como forma de control social que las mujeres tienen sobre los hombres. Mediante estrategias de seducción, la mujer controla al hombre, algo de lo que ellos muchas veces no son conscientes. “El hombre fue entrenado y condicionado por la mujer, para convertirlo en su esclavo. Como compensación es premiado periódicamente con una vagina”, afirma Vilar en una entrevista. La aparición del libro, justo cuando la efervescencia del movimiento feminista hacía eco en Europa y América, y las mujeres cuestionaban el papel decorativo con el que el sistema patriarcal pretendió esconder la opresión y la explotación de su fuerza de trabajo, fue duramente criticado y puso en cuestión el uso de la feminidad, como un dispositivo que pretendía naturalizar su subordinación y en consecuencia el espacio social y político al que esa naturalización la condenaba: el privado.

Aun cuando la discusión se inició en los 70s, considero que el feminismo no ha profundizado suficientemente la reflexión, ni la práctica estratégica sobre la femineidad y su función social en un mundo patriarcal. De allí que algunas de las preguntas iniciadas entonces, todavía siguen vigentes: ¿Es la femineidad un producto de la naturaleza de las mujeres?, ¿para qué sirve?, ¿a quién le beneficia?, si fuera una construcción cultural, ¿por qué las feministas no prescinden de ella? ¿Por qué ese dispositivo de control sigue manejando la conducta humana y se reproduce intocable como si su existencia fuera natural?

Con el surgimiento de la segunda ola del feminismo, a principio de los 70s, los grupos de reflexión feminista permitieron desentrañar el sentido político de la diferencia sexual entre hombres y mujeres, y desarrollar instrumentos de análisis que posibiliten una visión crítica de las construcciones culturales. La cultura fue puesta bajo sospecha, sometida a inspección y encontrada culpable de misoginia, heterosexismo, etnocentrismo y clasismo. Leer como mujer, al tiempo que ejercicio metodológico, se convirtió en actividad política de resistencia a la universalización masculina que la cultura patriarcal impuso por siglos. Así, la interpretación feminista se convirtió en un acto de supervivencia y resistencia a los dictados ideológicos androcéntricos.

En 1970, Carla Lonzi publicó Escupamos sobre Hegel y otros escritos sobre liberación femenina, señalando que “La imagen femenina con que el hombre ha interpretado a la mujer, es una invención suya, el hombre siempre ha hablado en nombre del género humano, pero la mitad del género humano lo acusa ahora de haber sublimado una mutilación. Consideramos incompleta una historia que se ha construido, siempre, sin considerar a la mujer como sujeto activo de la misma”. Con esto Lonzi define la heterosexualidad como un dogma que considera a las mujeres como complementos “naturales” de los hombres, relación que se sostiene a través de la reproducción.

Posteriormente, en 1975, aparece el texto The normative status of heterosexuality escrito por el Colectivo de lesbianas feministas Purple September de Amsterdam en el cual se afirma que una de las definiciones implícitas de la feminidad es la heterosexualidad y que el objetivo general del condicionamiento femenino es hacer que las mujeres se perciban a sí mismas y a sus vidas a través de ojos masculinos, lo que da a la heterosexualidad un estatuto normativo. Si el espacio privado era la razón del confinamiento, para algunas feministas se debía arrebatar de la exclusividad masculina el espacio público y ocuparlo. Sin embargo, para otras, había que transformar algunos aspectos del ámbito privado, uno de esos era la sexualidad. Es así que las radicales acuñan “lo personal es político”, que sirvió para analizar espacios de la vida privada. Kate Millet plantea que “La estructuración de la sociedad a través de la división sexual, limita las actividades, trabajo, deseos y aspiraciones de las mujeres. El sexo es una categoría de posición social con implicaciones políticas”. Transformar lo privado implica transformar las reglas de la relación entre hombres y mujeres y en consecuencia los roles femenino y masculino, lo que a su vez trastocaría profundamente las bases de la política que se estructura en términos de dominio y subordinación entre los sexos.

La definición de la categoría sexo/género de Rubin como “el conjunto de dispositivos por medio de los cuales una sociedad transforma la sexualidad biológica en un producto de la actividad humana” permitió separar las construcciones culturales como femineidad y masculinidad conceptualizadas como género, de la biología. La oposición hombres y mujeres, “lejos de ser una expresión de las diferencias naturales, “exige en los hombres la represión de todos los rasgos localmente definidos como ‘femeninos’ y, en las mujeres, de los rasgos localmente definidos como ‘masculinos’”, con la finalidad de oponer unos a otros. Según Rubin, en todas las sociedades la personalidad individual y los atributos sexuales “se generizan”, vale decir, la cultura los obliga a adecuarse a la “camisa de fuerza del género”. Estos sistemas sexo/género “no son emanaciones ahistóricas de la mente humana” sino productos de la actividad humana, que es histórica y en consecuencia, responden a intereses políticos.

Para Wittig, masculino/femenino, varón/mujer son categorías que ocultan las diferencias que se crean dentro de un orden económico, político, ideológico. Todo sistema de dominación establece divisiones al nivel material que favorecen a un grupo y desfavorecen al resto. Lo mismo ocurre con el sexo: es la opresión de las mujeres por los hombres la que crea el sexo, y no al contrario; creer que el sexo es la causa de la opresión implica creer que el sexo es algo que preexiste a lo social. "Sexo" es una categoría política totalitaria que funda la sociedad como heterosexual; con sus propias instituciones, su propio sistema de leyes, su propia policía. Conforma el cuerpo y la mente, hasta el punto de que no podemos pensar fuera de ella. Los seres humanos somos forzados a que nuestro cuerpo y nuestra mente se correspondan, rasgo a rasgo, a la idea de "naturaleza", a la idea de sexo y de género.

Ocurre lo mismo que con la raza: ésta, igual que el sexo, es considerado un dato sensorial, una serie de rasgos o características físicas que pertenecen al orden de lo natural. Pero lo que creemos que es una percepción física y directa es sólo una construcción sofisticada y mítica, una "formación imaginaria" que reinterpreta los rasgos físicos (en sí mismo tan neutrales como cualesquiera otros pero marcados con significados específicos por el sistema social) en función y a través del entramado de relaciones por las que son percibidos.

Julieta Paredes y Espinosa hablan de la importancia de reconocer los intereses a los que responde la división genérica y racial, y la normatividad que ello implica en la regulación de los cuerpos a favor de un grupo y detrimento del otro y que implica el hecho práctico de que una persona por sus características físicas de hembra (vulva, vagina, senos y capacidad reproductora) es socialmente reconocida y construida como mujer; o de piel (oscura), y en consecuencia vive una realidad diferente sin los privilegios y prerrogativas sociales, económicas, ideológicas y por tanto políticas de quienes son reconocidos y construidos como hombres y blancos. De esta manera, la modelación del cuerpo sexuado, es decir la generización en una identidad masculina o femenina, es parte del dispositivo de regulación ejercida desde ámbitos de poder y que posiciona a uno de los cuerpos e identidades al servicio del otro. La construcción de esa diferencia sexual aparentemente irreconciliable en base a supuestas características biológicas marca el género, así la feminidad, es construida desde la masculinidad para su servicio y dominio. De ahí que exista una suerte de coacción en hacer corresponder cuerpo y mente a la idea de "naturaleza" y que justifica y refuerza la heterosexualidad como única forma de relación natural y complementaria entre hombres y mujeres.

Pisano plantea que la reducción de la sexualidad al espacio reproductivo es fundamental para declarar al cuerpo como objeto para ser dominado. El hombre concebido como superior, domina su cuerpo, crea, piensa, organiza y elabora valores, lo que se define como masculino y traduce a su cuerpo el lugar de entrenamiento y desarrollo para el dominio. El cuerpo mujer, por su función reproductora, reducido a sujeto instintivo y/o a objeto de placer, está anulado como sujeto pensante, supeditado al dominio. Estos son algunos de los signos con que se construyen las ideas de feminidad y donde la mujer pierde automáticamente la autonomía e independencia, para formar parte de una masculinidad que piensa y diseña nuestra subordinación. Los modelos eróticos con que somos socializadas van construyendo y reconstruyendo la simbólica de lo femenino desde los poderes culturales, que son reforzados permanentemente por la iconografía de los medios de comunicación y de grupos culturales que, aunque, aparentemente tengan una posición permisiva o cuestionadora de la sexualidad o de la libertad, en lo medular siguen sosteniendo los viejos valores de la masculinidad. Para cambiar estos valores se requiere necesariamente de un proceso político cultural civilizatorio que cuestione en lo más profundo los viejos estereotipos de la sociedad patriarcal, que sigue totalmente vigente, aunque se haya travestido de una seudo igualdad en esta masculinidad moderna.


Las modas y la modelación de la feminidad


La femineidad no es una forma esencial de ser de las mujeres, sino una construcción interesada. Las mujeres hemos sido diseñadas rasgo a rasgo bajo los intereses de la masculinidad. Un ejemplo claro de ello son las modas, creadas desde el pensamiento masculino para dominar a las mujeres. La moda indica un mecanismo regulador de elecciones, son aquellas tendencias repetitivas, ya sea de ropa, accesorios, estilos de vida y maneras de comportarse, que marcan o modifican la conducta de las personas. Simmel la define como la imitación de un modelo que proporciona satisfacción a la necesidad de apoyo social y conduce al individuo al mismo camino por el que todos transitan. De ahí que la moda debe ser conceptuada como un sistema de instituciones, esto es, una sucesión de prácticas sociales repetidas con regularidad y continuidad, sancionadas y mantenidas por normas sociales, que encuentran su importancia fundamental dentro de la estructura social.

Con el advenimiento y desarrollo del capitalismo la moda adquiere relevancia, siendo el consumo, uno de los objetivos principales; referida a la compra y uso de mercancías como hechos sociales, constituye la etapa final del proceso económico. En tal sentido, la moda tiene la función de generar necesidades y satisfacción personal, llegando incluso a forjar procesos de fetichización. Por medio de la mercadotecnia o publicidad, herramientas que fomentan el consumismo, el sistema capitalista al tiempo que promueve la adquisición competitiva como signo de status y prestigio, marca las reglas de comportamiento de los sujetos a través del mandato de la moda.

La moda no es un fenómeno de la modernidad, su función principal está en la modelación de comportamientos, genéricos y de clase. Existen ejemplos muy antiguos de imposición de modelos de vestimenta con el objeto de limitar la movilidad de las mujeres. En el siglo X inició en la China la costumbre de vendar los pies de las niñas desde los cinco años para usar el zapato de loto. Desde entonces las mujeres chinas de todas las clases han experimentado el dolor atroz de atrofiar el crecimiento de sus pies. Se creía que manteniendo a las mujeres físicamente limitadas sería menos probable que alcanzaran independencia mental. Los pies deformados eran sinónimo de belleza y el entorno juzgaría que una mujer sin pies minúsculos, estaba desahuciada para contraer matrimonio. La meta del vendaje era juntar los dedos del pie y el talón de modo que el pie pudiera formar un arco, con el propósito de cambiar la posición del cuerpo, de modo que siempre que caminase una mujer, sus nalgas se movieran para apoyar la parte superior del cuerpo. El efecto es similar a usar zapatos de tacón alto actualmente.

Si bien la moda ha cambiado a lo largo de los años, durante el siglo XIX y principios del XX, la denominada moda de clase, respondió a estándares diferenciados, creados, adoptados y difundidos por las élites, con objeto de fijar posiciones sociales. La historia de la indumentaria femenina y la moda no son inocentes. Los valores que situaban a la mujer como “dama inmaculada”, “madre entregada”, “ingenua”, “inocente”, “sin deseos”, “dependiente” y “acompañante del hombre”, fueron inculcados junto a ideales religiosos que predicaban la culpabilidad de la mujer en el pecado original y, en consecuencia, la dependencia de la mujer respecto al hombre. Dichos ideales debían reflejarse en la imagen física de las mujeres, así como en su vestimenta. La imagen de pureza se mostraba en pieles pálidas para lo cual bebían, entre otras cosas, vinagre que aclaraba su cutis.

La vestimenta evolucionó hacia vestidos cada vez más elaborados, aparatosos e incómodos. El vestido victoriano se caracterizaba por cubrir el cuerpo desde el cuello hasta los pies. La parte superior, cubría completamente el torso y los brazos y llevaba debajo un corsé para estrechar la cintura. La falda destacaba por ser muy abultada, lo cual se lograba mediante una estructura de un metal. Si bien el uso de estos accesorios servía para adelgazar la silueta y hacerla más atractiva para los varones, el sentido fundamental de la estética femenina estaba centrada en su imagen débil y dependiente. Los corsés aprisionaban tanto los pulmones que las mujeres se desmayaban con demasiada frecuencia. El corsé desapareció a inicios de la Primera Guerra Mundial debido a que las mujeres debían suplir la mano de obra masculina y requerían mayor comodidad en el vestir para producir mejor. Los tacones eran y aún son indumentarias que representan el símbolo de sumisión dadas sus características restrictivas sobre el cuerpo, ya que limitan la movilidad, afectan el equilibrio, disminuyen la velocidad de desplazamiento y aumentan el cansancio corporal al caminar largos trayectos.

El tacón es reconocido como uno de los más comunes fetiches preferido por los hombres, razón por la cual se utiliza con frecuencia en actividades de prostitución y en los espectáculos diseñados para el público masculino. La falta de inocencia del uso de tacones radica fundamentalmente en los diversos problemas médicos asociados a su uso, como deformaciones en la columna, dolores de espalda, problemas renales o de ovarios. Las mujeres sufren de cuatro veces más problemas en los pies que los hombres, a causa de los tacones. Problemas como el Hallux valgus, Sesamoiditis o el Dedo en martillo son provocados o agravados por el uso de tacones. Estas indumentarias junto a los diversos símbolos de la femineidad como las uñas largas, la depilación de las piernas, el maquillaje, la modelación de un cuerpo delgado, etc., constituyen mandatos genéricos de la femineidad, que tampoco son inocentes.

Si bien el planteamiento feminista reivindica posiciones construccionistas sobre el género y la sexualidad, la modelación binaria del género sigue siendo una práctica cotidiana en ellas como en toda la sociedad. No es raro encontrar activistas feministas vestidas y arregladas a la usanza femenina, sobre todo si deben aparecer en los medios de comunicación. Lo cual significa que el dispositivo del control masculino sigue manejando incluso las mentes más críticas y disidentes presentándose como modelos a seguir dentro de los propios mandatos de las reglas de opresión patriarcal. Así, pareciera que la sexualidad es una fuerza natural que existe con anterioridad a la vida social, eterna, inmutable y transhistórica, imposible de modificar, y que la interiorización de las normas sociales que ordenan la sexualidad, que sirven al refuerzo del status quo, y ratifican la hegemonía de los varones occidentales, blancos, heterosexuales y de clase media y media alta es difícil de romper. Sin embargo, la cadena de la opresión, en el último eslabón se rompe. El feminismo requiere revisar a profundidad los dispositivos de control patriarcal y, las feministas transformar nuestro ámbito privado como ejercicio de lo político. ♀


Artículo tomado del blog de Norma Mogrovejo: http://normamogrovejo.blogspot.mx/2013/01/la-feminineidad-construccion-perversa.html, 13-enero-2013.


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