lunes, 15 de octubre de 2018

El trabajo afectivo, Silvia Federici


Referencia:
Federici, Silvia, “Sobre el trabajo afectivo” en Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas, traficantes de sueños, España, 2013, pp. 181-205. Disponible en: https://www.traficantes.net/sites/default/files/pdfs/Revolucion%20en%20punto%20cero-TdS.pdf

Sobre el trabajo afectivo (2011)

Acuñado a mediados de los años noventa por los marxistas autónomos para reflejar las nuevas formas de trabajo creadas por la reestructuración de la economía mundial, el término «trabajo afectivo» se ha convertido en un concepto de uso común dentro de los círculos radicales alcanzando cotas casi de concepto proteico. Pese a lo breve de su existencia, su alcance se ha expandido al intentar proporcionar una definición precisa a una tarea difícil. El «trabajo afectivo» (TA a partir de ahora) como concepto se utiliza a día de hoy para describir las nuevas tareas-trabajos desarrollados dentro del sector servicios o para conceptualizar la naturaleza del trabajo en la era postfordista; para otras personas supone un sinónimo de trabajo reproductivo o un punto de partida para un replanteamiento y una reestructuración de las bases del discurso feminista.
Claramente, se trata de un concepto que ha atrapado el imaginario del pensamiento radical. A continuación argumentaré las razones de esta atracción, planteando diferentes interrogantes acerca del alcance de la reconfiguración que la utilización de este concepto provoca en nuestra percepción sobre la incidencia de los cambios acaecidos en la organización social de la producción y sobre qué proyectos políticos sustenta el mismo. Más particularmente, cuestiono la comparación realizada entre el TA y las categorías de trabajo con las que las feministas marxistas han analizado y comprendido el trabajo reproductivo en el capitalismo y la relación mujer-capitalismo. Desde mi punto de vista el TA arroja luz sobre aspectos significativos de la mercantilización de la reproducción pero se torna problemático si se toma como el principal significante de las actividades y relaciones que sustentan actualmente la reproducción de la fuerza de trabajo. En este caso marca un retroceso respecto a la comprensión y la explicación que proporcionó el movimiento feminista de los años setenta de estas relaciones, puesto que su uso oculta la persistencia de la constante explotación que supone el trabajo doméstico no remunerado de las mujeres e invisibiliza las luchas que en este terreno se están llevando a cabo.
Desde este punto de vista y subrayando las críticas a esta invisibilización, analizo la teoría del TA a partir de los trabajos de Negri y Hardt, sus principales defensores, pero también examino el uso de dicha conceptualización en la teoría social contemporánea y su recepción por parte de las pensadoras feministas. Mi interés es predominantemente político. El objetivo es dilucidar qué recursos y herramientas proporciona el concepto de TA y la teoría que lo sustenta para la comprensión y el desarrollo de las luchas anticapitalistas contemporáneas, qué posibilidades de pensamiento nos brinda y cómo expande el imaginario colectivo.
Mi planteamiento en este contexto es un acercamiento «partisano», puesto que muchas de las respuestas proporcionadas por los marxistas autónomos cuestionan el análisis de la reproducción social que ha supuesto el núcleo de mi trabajo durante al menos las tres últimas décadas.1 Este análisis se basa en la asunción de las diferencias cualitativas existentes en el capitalismo entre la producción de mercancías y la producción de fuerza de trabajo y entre el trabajo asalariado y el no asalariado, una tesis que la teoría del TA rechaza, al menos tal y como los marxistas autónomos la han desarrollado.

El trabajo afectivo y la teoría del trabajo inmaterial de Imperio a Multitud y Commonwealth

El análisis del TA debe partir de un examen del trabajo desarrollado por Negri y Hardt puesto que es aquí donde se definió primeramente el concepto de TA, y la configuración que le dieron ha determinado el marco que ha conformado a posteriori los debates. Sin embargo, el TA no es un concepto aislado en el trabajo de Negri y Hardt, sino más bien un aspecto de la teoría del trabajo inmaterial que conforma el corazón mismo de su trabajo. Es por ello que primero centraré el análisis en este marco más amplio en el que se inserta el TA y en el proyecto teórico/político con el que Negri y Hardt se han comprometido en su trilogía Empire (2000), Multitude (2004) y Commonwealth (2009).2
Este compromiso podría ser descrito como un intento de relanzar la teoría marxista de cara a una generación de activistas e intelectuales para la cual, en palabras de Maurizio Lazzarato,3 el comunismo se ha convertido en una hipótesis muerta, así como un esfuerzo para disipar el pesimismo generado por una concepción postmodernista de la historia. Con el fin de lograr los objetivos arriba mencionados, Negri y Hardt han desarrollado una teoría que afirma que las luchas de los años sesenta obligaron al capitalismo a instaurar un nuevo orden económico que por sí mismo ya representa la transición a una sociedad postcapitalista, ya que esta reconfiguración proporciona mayor autonomía al trabajo en relación al capital, incrementa la producción de cooperación social y disuelve las bases materiales en las que se han asentado y fortalecido las relaciones desiguales de poder, fomentando una recomposición política de la fuerza de trabajo global.
En líneas generales (sus argumentos principales han sido debatidos de forma amplia y extensa), esta teoría afirma que la reestructuración de la economía mundial, y en particular las revoluciones de la información y la informática, ha dado paso a una fase del desarrollo capitalista, ya anticipada de manera parcial por Marx en los Grundrisse,4 en la que la ciencia se convierte en la fuerza productiva principal y en la que el componente cognitivo/cultural de la mercancía constituye el combustible del proceso de valorización, por lo que el trabajo inmaterial (TI) se transforma en la forma dominante de trabajo.
Definido como un trabajo que produce objetos no-físicos: códigos, información, símbolos, imágenes, ideas, conocimientos, subjetividades, relaciones sociales,5 el TI vendría a definir una esfera específica de actividades y trabajadores (por ejemplo, informáticos, artistas, diseñadores) y tal vez a ampliar las jerarquías impuestas por la división social del trabajo. Sin embargo se nos asegura que este no es el caso. El TI no crea jerarquías u otras distinciones significativas, ya que en cierto momento, todas las formas de trabajo se transformarán en inmateriales,6 en consonancia con el principio articulado por Marx en el capítulo «Maquinaria y gran industria»7 que estipula que en cada una de las fases del desarrollo capitalista la forma dominante de trabajo asimilará hegemónicamente en sí misma a todas las demás, transformándolas de esta manera a su propia imagen.8 Por eso el TI no instituye, en la actual economía global, una línea divisoria entre el trabajo intelectual y el manual, entre la cabeza y la mano, ni tampoco supone una separación entre el trabajador y las facultades intelectuales de la producción, tal y como sí lo hacía el trabajo intelectual en las anteriores fases del capitalismo como, por ejemplo, afirmaba Alfred Sohn-Rethel.9

Al contrario, el TI instituye una relación positiva y cualitativamente nueva entre el trabajo y el capital, por la cual el trabajo se convierte en una labor autónoma, autoorganizada y productora de cooperación social, una realidad a la que Negri y Hardt denominan «lo común». Se ofrecen dos razones para esta transformación. De un lado, las luchas de los trabajadores han forzado al capital a abandonar el terreno de la producción hacia el terreno más seguro de la financiarización, dejando a los trabajadores como amos del primero.10 Del otro, al contrario que el trabajo manual, el trabajo basado en la información/ conocimiento no puede ser controlado o supervisado, y tampoco puede ser confinado a ninguna localización específica ni tiempo determinado.11 Según esto, estaríamos presumiblemente frente a un fenómeno cualitativamente diferente: la emergencia de zonas liberadas en pleno corazón del capitalismo tecnológico que coexistirían con la explotación actualmente en curso, la cual no tendría lugar en el transcurso de la organización directa de la producción sino mediante actos de desposesión llevados a cabo por el capitalismo en el tramo final del proceso laboral, por ejemplo, mediante la «captura» a través de la imposición de las leyes de propiedad intelectual.12
Tercero, y más importante, Negri y Hardt sostienen que, gracias a la in-materialización de la producción, desaparecen todos los contrastes que han caracterizado a la era industrial ―productividad/improductividad, producción/reproducción, trabajo/ocio, tiempo de vida/tiempo de trabajo, trabajo asalariado/no asalariado― por lo que el trabajo deja de ser una fuente de diferenciación y de relaciones de poder desiguales.13 En lugar de las viejas divisiones, Negri y Hardt visualizan un proceso titánico de reproducción social tal que cada una de las articulaciones de la vida social pasa a ser un espacio de producción y la sociedad misma se transforma en una inmensa máquina de trabajo que produce tanto valor para el capital, como conocimientos, culturas, subjetividades. Citando a Foucault, Negri y Hardt denominan a este nuevo régimen producción biopolítica afirmando que, aun siendo trabajo, este se transforma en política al adoptar las características típicas del intercambio político ―es decir, al transformarse en un acto comunicativo, interactivo y afectivo― y simultáneamente en un campo de entrenamiento para la autoorganización de los trabajadores.14 Más importante todavía es que no dependa de una base material, ya que así no permite el mantenimiento de la producción de jerarquías diferenciadoras, al ser todos los sujetos sociales ecuánimemente creadores de la riqueza producida. De ahí que la imagen de la «multitud» sea la que encarne el sujeto político del trabajo inmaterial que presumiblemente incorpora las diferencias pero sin establecer ningún tipo de jerarquía o división. Tal y como escriben Hardt y Negri:
No existe una diferencia cualitativa que separe a los pobres de los trabajadores asalariados; en su lugar, existe cada vez más una condición común de existencia y actividad creativa que define a la multitud en su conjunto […] En realidad, siempre fue ambigua la antigua distinción marxista entre trabajo productivo e improductivo, o entre el trabajo productivo y reproductivo. Hoy deberíamos prescindir por completo de ella.15
En resumen, según Negri y Hardt, la posibilidad de una transformación social sustantiva ya se encuentra de hecho en la agenda, ya que la llegada del TI y de la biopolítica significan que ya podemos construir una alternativa, comenzando por nuestro día a día, desde la cotidianidad, y que lo que falta por lograr es la expansión de nuestra capacidad de producción colectiva y de intercambio de conocimiento además de educarnos a nosotros mismos para el autogobierno.16
Esta teoría supone una perspectiva altamente empoderadora por lo que es fácil entender por qué sus presupuestos han resultado tan exitosos. El mensaje positivo y su focalización en el trabajo y en el antagonismo de clase han supuesto un importante giro teórico bienvenido tras tantos años de «deconstrucción» postmoderna. Tal vez resulta todavía más atractivo relanzar la idea de que la revolución es ahora, más que ser una posibilidad confinada a un futuro indefinido, constantemente pospuesto, y poner en el centro del análisis político la problemática de la «transición». Al mismo tiempo, los cimientos empíricos de sus dogmas principales son bastante inestables al ser extremadamente dependientes para su validación de la asunción de «tendencias» y «modas», y estar su mensaje político a menudo plagado de contradicciones.
La evidencia de que el capitalismo hoy en día se alimenta primordial-mente de formas inmateriales de producción es cuestionable tanto en los hechos como políticamente, incluso si aceptamos que lo que Negri y Hardt describen es a día de hoy tan solo una tendencia.17 Con más consistencia se puede afirmar que la fuerza motriz de la economía mundial ha sido la capacidad del capitalismo internacional de apropiarse de las masas trabajadoras globales de campesinos expropiados y de amas de casa, es decir, de la inmensa cantidad de trabajo no contractual, incrementando así de manera exponencial los porcentajes de extracción de plusvalía. Igual de discutible es la postulada autonomía de los «trabajadores inmateriales». Dos décadas después de la revolución de las «punto com» ha desaparecido en gran medida la ilusión de que el trabajo digital pudiese proveer un oasis de creatividad y libertad, tal y como indica la aparición del término «esclavos de la red».18 Incluso para los trabajadores más creativos, la autonomía se ha convertido en algo transitorio, una actividad insostenible o ha producido el efecto de una completa identificación del trabajador con los intereses de los empresarios. También deberíamos mostrarnos escépticos ante las alabanzas lanzadas a una cooperación social en la organización del trabajo que no especifica con qué propósitos se lleva a cabo. Por ejemplo, ¿cuál es el potencial político de la cooperación, que requiere y crea el TI, si en el corazón de la biopolítica la producción de herramientas bélicas es una actividad tan «comunitaria» como la crianza de los niños? ¿Y si todas las diferencias entre el trabajo salariado y no asalariado se amalgaman?
También existen conflictos con el concepto de «multitud», la figura mítica descrita como el uno y el todo, singularidad y multiplicidad, indefinida en términos de género, raza, origen étnico, empleo… término que Negri y Hardt han identificado como el principal significante de la fuerza de trabajo mundial. Su carácter incorpóreo la hace sospechosa, especialmente cuando la imaginamos compuesta por expertos trabajadores inmateriales, inmersos en un flujo mundial de comunicaciones en red. ¿Podría ser (parafraseando a Antonella Corsani) que esta criatura amorfa sea el último paraíso de la fuerza de trabajo masculina metropolitana que ahora ya no tiene necesidad de identidad puesto que su dominio no se encuentra en disputa?19
Hay otra evidencia indicativa de que la multitud se encuentra primordial-mente compuesta por trabajadores masculinos metropolitanos. Negri y Hardt, por ejemplo, describen la reestructuración postfordista de la producción como un derrame de trabajo de la fábrica al territorio. Pero en realidad, la mayor parte del trabajo industrial se ha «derramado» sobre el «Tercer Mundo», mientras que el crecimiento del sector servicios ha sido en su mayoría producto de la mercantilización del trabajo reproductivo y, en consecuencia, se ha producido un «derrame» en el territorio pero no desde la fábrica sino desde el hogar.
Por último, la hipótesis de una homogeneización inevitable del trabajo bajo la hegemonía del TI no puede ser validada. Marx estaba equivocado a este respecto, ya que el capitalismo ha requerido y se ha beneficiado históricamente de formas de trabajo drásticamente diferentes. Esto es evidente si observamos el desarrollo capitalista desde el punto de vista del trabajo doméstico y reproductivo (de la misma manera que si lo observamos desde la óptica de aquellos a los que el desarrollo capitalista ha «subdesarrollado» sistemáticamente). Como han demostrado las historiadoras feministas, el capitalismo nunca ha podido industrializar el trabajo doméstico, pese a que la familia nuclear no pueda ser considerada un legado de las relaciones precapitalistas.20 El trabajo doméstico fue una creación del capitalismo de finales del siglo XIX, construido en el auge de la industrialización tanto para pacificar a los trabajadores masculinos como para impulsar el cambio de la industria textil a la pesada (en términos marxistas, de la plusvalía absoluta a la relativa), que requiere una explotación más intensiva de la mano de obra y en consecuencia un aumento en la inversión en su reproducción.21 Su creación fue parte de la misma estrategia capitalista que dirigió la institución del salario familiar y que culminó en el fordismo. Una completa industrialización del trabajo doméstico, como la intentada en los primeros años de la Revolución Bolchevique, era indudablemente una opción, recomendada por algunos socialistas e incluso algunas feministas.22 Aun así, ni durante el siglo XIX ni en las siguientes décadas del siglo XX se acometió esta tarea. Pese a la época de cambios que sufrió el capitalismo, el trabajo doméstico nunca fue industrializado.
Lo que esto demuestra es que la afirmación marxista de que la forma dominante de trabajo iguala a todas las demás consigo misma debe ser revisada, una vez probada como errónea frente a la experiencia del trabajo doméstico no remunerado. También debe ser moldeada para acomodarse a factores no directamente económicos, como la necesidad de disgregar/dispersar a los trabajadores una vez se encuentran fuera de la fábrica y/o como la incapacidad de romper su resistencia a la completa regimentación de sus vidas. Esto significa que puede alcanzarse un régimen de «subsunción real»23 aun sin un proceso de homogeneización total en las formas y las condiciones del trabajo y que las discontinuidades son fundamentales para la reproducción de las relaciones capitalistas.
Lo que queda por ver es el papel que el TA juega en la teoría del TI. El TI, de hecho, tiene tanto un componente cognitivo como uno afectivo, una división sugerente de los dos principales aspectos de la reestructuración de la economía global en las áreas metropolitanas: el crecimiento del sector servicios y la informatización del trabajo. En este sentido, el TI puede ser fragmentado y de hecho el TA es a menudo utilizado para describir la mercantilización del trabajo reproductivo. Pero sería un error concluir que el TA es una expresión de la división generizada del trabajo. Este es un equívoco que Negri y Hardt promueven activamente al referirse al componente cognitivo del TI como el desarrollo inteligente del trabajo24 y al afectivo (citando a Dorothy Smith) como «el trabajo en su modo corporal».25 Mediante esta estructuración jerárquica y generizada de las actividades, Negri y Hardt le hacen un guiño al movimiento feminista, al subrayar que la faceta femenina de la ecuación social no ha sido olvidada y que su visión de las nuevas formas de la fuerza productiva abarca la totalidad de la vida social.26 Yo afirmo, sin embargo, que más que arrojar luz sobre la división generizada del trabajo, el TA nos lleva más allá. El trabajo afectivo no hace referencia a la división generizada de los trabajos, aunque a veces se defina como «trabajo de mujeres». El TA remite al carácter interactivo del trabajo, a su capacidad de promover flujos de comunicación, por lo que es polivalente en función de las actividades asociadas con él. Esto se hace evidente cuando consideramos cómo se construye el concepto de TA y cómo se utiliza en el actual mapa laboral.

El origen de los afectos y del trabajo afectivo

El concepto del TA se origina en la filosofía de Spinoza, el filósofo holandés del siglo XVII que en las décadas de 1970 y 1980 se convirtió en la bandera de la revuelta antihegeliana dentro del pensamiento radical francés e italiano y un punto de referencia dentro de la investigación de la naturaleza del poder inspirada por el trabajo de Michel Foucault. Spinoza es un autor que tanto Negri como Hardt han estudiado,27 sobre el que han escrito libros y que han encontrado profundamente inspirador como indica la constante presencia de su marco ontológico en sus trabajos, especialmente en Commonwealth.28 Spinoza proporciona el espíritu, la filosofía y la sabiduría para la reconstrucción que proponen Negri y Hardt de la teoría marxista. Como para Deleuze y Guattari, para Negri y Hardt, el naturalismo y el inmanentismo de la ontología materialista renacentista de Spinoza es la respuesta a la visión hegeliana de la historia como el despliegue de las fuerzas trascendentes, que relega a los aspirantes a revolucionarios al papel de ejecutores del desarrollo histórico. Spinoza también proporciona la conexión crucial entre la «naturaleza humana» y la economía política mediante la noción de «afecto», la semilla ontológica de la que ha nacido el TA.
Los escritos cruciales para trazar una genealogía del afecto y del trabajo afectivo se encuentran en la Tercera Parte de su Ética (1677), en la que Spinoza desarrolla una visión materialista, no cartesiana, de la relación alma-cuerpo enraizada en la idea del «ser» como afectividad, esto es, como un proceso constante de interacción y de autoproducción.29
Los «afectos» en Spinoza son modificaciones del cuerpo que incrementan o disminuyen su capacidad de actuar.30 Spinoza especifica que estas pueden ser fuerzas activas y positivas si surgen de nosotros, o pasivas, «pasiones» negativas, si lo que las provoca es externo a nosotros. Por esto, su ética es una exhortación a cultivar los afectos activos y empoderadores como la alegría, a liberarnos de los negativos, pasivos, y a prevenirnos de caer en la esclavitud de las pasiones. Es esta la noción de «afectividad», como capacidad de actuar y de que se actúe sobre nosotros, incorporada en la visión política de Negri y Hardt. El «afecto» no significa un sentimiento de cariño o amor. Más que eso significa nuestra capacidad para la interacción, nuestra capacidad de movimiento y de ser movidos dentro de un flujo sin fin de intercambios y encuentros que presumiblemente expanden nuestras capacidades, y que demuestra no solo la productividad de por sí infinita de nuestro ser sino también el carácter transformador y en consecuencia político de nuestra vida cotidiana.31
Una de las funciones de la teoría del trabajo afectivo es la de transponer el concepto filosófico de «afecto» al plano económico y político, demostrando en este proceso que en la sociedad capitalista actual el trabajo realiza y amplifica esta disposición ontológica de nuestro ser fomentando así la capacidad para la autoorganización y autotransformación que evoca el concepto de «afecto». Esta es la lectura que yo hago de la tesis que afirma que en el capitalismo contemporáneo la afectividad se ha convertido en un componente de cada forma de trabajo ya que el TI es altamente interactivo y moviliza no solo las energías físicas sino también toda la subjetividad de los trabajadores.32 Mediante esta afirmación, Negri y Hardt sugieren una alineación única entre las posibilidades ontológicas de nuestro ser y las actividades económicas de nuestra vida económica, marcando el advenimiento de una nueva fase histórica, como si supusiese el «comienzo de la historia».33 El TA también sirve para extender el alcance del TI incluyendo de esta manera un amplio rango de actividades características de la mercantilización del trabajo reproductivo y, de una manera aún más ambigua, la reproducción fuera del mercado. Pero, tal y como veremos más tarde, la principal función que desempeña el TA es la degenerización del trabajo, sugiriendo que las características que una vez se asociaron al «trabajo reproductivo de las mujeres» actualmente se han generalizado, por lo que, en lo que respecta al trabajo, los hombres se parecen cada vez más a las mujeres. Este es el porqué, como he señalado anteriormente, más que evocar una división sexual del trabajo, el TA anuncia el fin de esta división, al menos como factor significativo de la vida social y como base para un punto de vista y análisis feminista.

El trabajo afectivo y la degenerización del trabajo

Cómo se lleva a cabo la «degenerización» del trabajo es algo que puede observarse mediante el seguimiento de las mutaciones sufridas por el trabajo afectivo en su transición del plano ontológico al plano económico. Como ya se ha afirmado anteriormente, el TA posee tanto una dimensión sociológica como una ontológica. Del mismo modo que la parte cognitiva del TI se concreta en las actividades engendradas por la informatización del trabajo y el uso de Internet, a menudo se dice que el TA describe actividades dentro del sector servicios, en especial, los referidos a la mercantilización de la reproducción. A este respecto, el trabajo de la socióloga feminista Arlie Hochschild sobre la «mercantilización de las emociones» y el «trabajo emocional» ha supuesto una clara influencia en el desarrollo del TA.34  El análisis de los cambios que habían tenido lugar durante los años ochenta en los puestos de trabajo estadounidenses desarrollado en The Managed Heart (1983) fue precursor de sus esfuerzos. Ya en este libro, y citando la obra de Daniel Bell, The Coming Post-Industrial Society (1973), Hochschild afirmaba que, con el declive de la producción industrial (que en 1983 había descendido hasta suponer tan solo el 6 % del total del empleo) y el aumento del sector servicios, «en nuestros días, la mayoría de trabajos exigen competencias en relación al trato con personas más que con cosas, competencias en las relaciones interpersonales más que competencias técnicas».35 De esta manera, ya entonces la autora había situado en el punto de mira el «trabajo emocional» que, por ejemplo, deben ejercer las azafatas para calmar la ansiedad de los pasajeros, proyectar una sensación de seguridad, reprimir el enfado o la irritación frente al abuso y hacer sentirse valorados a aquellos a los que atiende. También en subsiguientes afirmaciones,36 Hochschild regresaba a este punto para investigar las consecuencias psicológicas y sociales de la mercantilización de los servicios que antes proveían las familias siguiendo los pasos de la masiva entrada de las mujeres en la fuerza de trabajo asalariada.
Desde el punto de vista desde el que describen Negri y Hardt el TA, el tipo de industria que ocasionalmente le asocian y el tipo de trabajadores a los que se refieren, todo indica que se trata de un pariente cercano del «trabajo emocional» de Hochschild. En palabras de los autores, «el trabajo afectivo es el que produce o manipula afectos, como las sensaciones gratas o de bienestar, la satisfacción, la excitación o la pasión».37 Se nos dice que este es el tipo de trabajo que encontramos en la industria del ocio y de la publicidad; podemos deducir su creciente importancia del hecho de cada vez más los empresarios exigen que sus trabajadores tengan buena actitud, posean habilidades sociales y sean educados; se consideran trabajadores afectivos los «asistentes legales, azafatas de vuelos», trabajadores de locales de comida rápida que deben «servir con una sonrisa».38  De todas maneras existen diferencias significativas entre la teoría de Hochschild y la de Negri y Hardt. El análisis de Hochschild no deja duda alguna de que las mujeres son los sujetos centrales del trabajo emocional y de que, aunque este sea un trabajo asalariado de atención al público, en esencia se trata del mismo tipo de trabajo que las mujeres han realizado siempre. Tal y como subraya, frente a la falta de otro tipo de recursos y dependiendo de los hombres para la obtención de dinero las mujeres siempre han transformado sus emociones en valores (activos), ofreciéndoselos a los hombres en contraprestación por los recursos materiales de los que ellas carecían. En palabras de la autora, el aumento del sector servicios ha incrementado la sistematización, la estandarización y la producción en masa del trabajo emocional, pero su existencia todavía radica en el hecho que desde la infancia las mujeres han sido entrenadas para tener una relación instrumental con sus emociones.39
Además Hochschild establece una relación directa entre la mercantilización de las emociones y el rechazo de las mujeres a continuar con el trabajo doméstico no remunerado. De hecho, su análisis del trabajo emocional es parte de un trabajo de investigación más amplio sobre los efectos de la «revolución feminista» en la situación social de las mujeres y dentro de las relaciones familiares. Una de sus principales preocupaciones es la crisis de cuidados que el empleo asalariado de las mujeres ha desatado debido a la ausencia de cambios dentro de los lugares de trabajo (asalariados) y a la falta de incremento del apoyo institucional para el trabajo reproductivo, así como a que no ha aumentado la buena disposición/predisposición de los hombres en el reparto de los trabajos domésticos.40 El panorama que nos retrata es preocupante: niños que tienen que hacerse cargo de ellos mismos, habitualmente tan resentidos por la cotidiana ausencia de sus progenitores que estos últimos incluso alargan su jornada laboral para evitar enfrentarse a ellos; ancianos destinados a residencias y a una vida de aislamiento; y en general un mundo más duro en el que las relaciones que no conllevan una relación monetaria se ven cada vez más y más devaluadas.41
En lo que a estos aspectos se refiere, la teoría del TA de Negri y Hardt parte de la de Hochschild. Pese a que los ejemplos del TA son extraídos de los trabajos del sector servicios que habitualmente son realizados por mujeres y que a menudo también se etiquetan como «trabajos de mujeres»,42 este tipo de trabajo no se describe de una forma generizada. Al contrario, tal y como hemos podido ver, se afirma que es un componente de la mayor parte de las formas de TI, trabajos que presumiblemente son cada vez más comunicativos, interactivos y productores de relaciones sociales.43 Es en este sentido que Negri y Hardt hablan de la «feminización del trabajo»44. Esta referencia no apela a la entrada masiva de las mujeres dentro de la fuerza de trabajo (asalariada), sino a la «feminización» del trabajo realizado por los hombres, lo que justifica por qué no se dan en ninguno de sus textos más que referencias por encima a formas de trabajo con una especificación de género, como la procreación o el cuidado de los niños.45 Negri y Hardt no están interesados en el «trabajo de las mujeres» como tal, ya sea remunerado o no, dentro o fuera de la casa, aunque podríamos describirlo como el mayor espacio común de «trabajo afectivo» del planeta. De la misma manera, parecen no ser conscientes de las masivas luchas, visibles e invisibles, que las mujeres han llevado a cabo contra el chantaje de la «afectividad», y que culminan en la lucha de las welfare mothers y del movimiento de liberación de las mujeres.46 Cuando se describen las revueltas de los trabajadores durante los años sesenta y setenta, que según su punto de vista condujeron a la reestructuración de la economía global, Negri y Hardt se centran exclusivamente en el proletariado industrial. Es en la masa proletaria de Fiat y de River Rouge en la que ellos reconocen la fuerza motriz del cambio del capital a una forma diferente de producción.47 En contraste, nada transpira en sus textos del rechazo de las mujeres, pese a que generalmente se ha reconocido que este ha sido la mayor y más transformadora revolución de nuestro tiempo. Como consecuencia de esta omisión se entiende que la teoría del TA no pueda explicar las dinámicas que dirigen la socialización de la reproducción y la nueva división internacional del trabajo reproductivo. Como hemos visto, Negri y Hardt hablan del trabajo derramándose desde las fábricas a la sociedad, haciendo caso omiso de la revolución doméstica que tuvo lugar durante los años sesenta y setenta, que volcó gran cantidad de tareas que antiguamente se realizaban en el hogar al mercado laboral. También obvian el hecho de que más que emerger con la producción, el trabajo reproductivo, tal y como se reconfiguró en la era postfordista, se ha volcado en gran medida sobre las espaldas de las mujeres inmigrantes.48
De hecho, tanto el TA como la producción biopolítica no pueden responder a las cuestiones clave de la vida de las mujeres a día de hoy: la crisis a la que las mujeres se están enfrentando al tratar de reconciliar el trabajo remunerado con la reproducción, además del hecho de que la reproducción social aún recae sobre el trabajo no remunerado de las mujeres,49 ya que la misma cantidad de trabajo que se ha extraído del hogar es la que ha vuelto a él como consecuencia de los recortes en sanidad, en cuidados hospitalarios y de la reducción del pequeño comercio, debido también a la expansión (mundial) del trabajo doméstico, pero por encima de todo a la continuidad del hogar como un imán que atrae el trabajo impagado o mal pagado.50
Visto todo lo anterior, podemos trazar algunas conclusiones preliminares. La generalización del trabajo afectivo, es decir, su diseminación sobre cada forma de trabajo, nos lleva a una situación prefeminista, donde no solo la especificidad sino la misma existencia del trabajo reproductivo de las mujeres y la lucha que estas llevan a cabo en este terreno se vuelven invisibles de nuevo.


El trabajo afectivo en la literatura feminista

Mientras que en el pensamiento de Negri y Hardt el TA representa una característica general del trabajo en la era postfordista, entre las estudiosas feministas el concepto ha proporcionado una herramienta de análisis para la exploración de nuevas formas de explotación laboral (mayoritariamente femeninas), así como para el análisis de los nuevos modos de subjetividad y de proyectualidad, estimulando la investigación empírica sobre los cambios sufridos por el trabajo reproductivo y sus sujetos al entrar en la esfera pública/ mercantil. Estos análisis, en la forma de casos de estudio de las actividades re-productivas en el sector servicios, sin embargo, no han apoyado las teorías de Negri y Hardt de la «hipótesis de la autonomía». Comparado con la cadena de montaje, el «trabajo afectivo» puede aparecer como más creativo, ya que los trabajadores deben enrolarse en una constante rearticulación/reinvención de su propia subjetividad, elegir cuánto de «sí mismos» quieren ceder al trabajo, e intervenir en conflictos de interés. Pero deben hacer esto bajo la presión de las condiciones de un trabajo precario, un intenso ritmo y una racionalización y regimentación neotaylorista del trabajo que solo hubiésemos creído posible en el anterior régimen fordista.
Las contradicciones a las que se enfrentan los trabajadores cuando las relaciones laborales se transforman en «afectivas» y subjetivizadas están bien documentadas en las investigaciones desarrolladas por Emma Dowling, Kristin Carls, Elizabeth Wissinger y Allison Hearn (entre otras) sobre el TA en el trabajo de camarera, de dependienta en una tienda de una gran superficie, de modelo o en la promoción de la «marca personal» en programas de televisión (respectivamente). Cada una de ellas proporciona una fascinante descripción de lo que implica poner la propia subjetividad, la personalidad y los afectos en la esfera del trabajo asalariado bajo condiciones de creciente competitividad, y de la cada vez mayor capacidad de supervisión tecnológica por parte de los empresarios. Dowling, por ejemplo, señala que no solo estaba aleccionada (como camarera en un restaurante exclusivo en Londres) para situar los elementos «afectivos» (conversación, entretenimiento, valorización del cliente) en el centro de su servicio para proporcionar una «experiencia gastronómica», sino que para ello tenía que hacerlo de acuerdo a unas directrices codificadas y altamente estructuradas «meticulosamente detalladas en una “secuencia de servicio” establecida en 25 puntos, que especificaban a qué distancia tenía que establecerse el contacto visual, cómo estrechar las manos y cuán fuerte debía hacerse».51
También Carls afirma, esta vez en relación a la industria de venta al detalle, que más que abrir nuevas posibilidades de cooperación y de «apropiación colectiva de las condiciones laborales», la creciente focalización en el afecto es un mecanismo central y una estrategia para el control laboral.52 En un contexto laboral caracterizado por el recorte de gastos, la competitividad y una estricta regimentación del trabajo de todo tipo, desde los códigos de vestimenta a los descansos para ir al lavabo, todo es regulado y reforzado mediante múltiples formas de vigilancia; la focalización en el afecto y la interactividad en las relaciones entre trabajadores-gestores y trabajadores-clientes favorece la interiorización de los códigos de conducta y de la responsabilidad por el éxito en la consecución de los objetivos de la empresa, y la individualización de las prácticas laborales más que la solidaridad con otros trabajadores ―todas ellas dinámicas intensificadas por la precarización del trabajo y la permanente inseguridad respecto al futuro laboral.53
La precariedad también emerge como un componente esencial de la disciplina laboral dentro de la obra de Elizabeth Wissinger en su análisis del trabajo afectivo dentro de la industria de la moda, y del trabajo de modelo en particular. Esta es una actividad en la que realmente la vida se difumina con el empleo, dado el continuo trabajo sobre el propio cuerpo y la percepción de la imagen propia mezclada con la proyectada, elementos básicos en la vida de una modelo. Pero la aparente autovalorización esconde altos niveles de trabajo no remunerado, y además hace que los trabajadores acaten tanto las promesas de recompensas constantemente aplazadas como un régimen que los identifica como totalmente prescindibles y por el cual pueden ser inmediatamente despedidos si dejan de ser «divertidos», «incluso antes de acabar el trabajo».54
Por último, el análisis de Hearn sobre la promoción de la marca personal en los reality-shows desafía directamente la asunción de que el trabajo afectivo sea una actividad creativa o un vehículo para la expresión personal. Demuestra que, al extraerse de las emociones y la personalidad de los trabajadores, la imagen personal mostrada se encuentra cincelada por dictados específicos y estructuras disciplinarias, y que la venta de la «subjetividad» y de las experiencias vitales es una estratagema de los gestores para reducir los costes de producción, al pretender que realmente no hay ningún tipo de trabajo envuelto en ello.55
Podrían multiplicarse los ejemplos, pero obtendríamos resultados similares.
En resumen, más que ser una forma autónoma, autoorganizada, espontánea, productora de las formas elementales del comunismo, para los trabajadores del TA se trata de una experiencia mecánica, alienante, realizada bajo un mandato directo en el que son espiados y realmente medidos y cuantificados respecto a su capacidad para producir valor tanto como en cualquier otra forma de trabajo físico.56 También se trata de una forma de trabajo que genera un sentimiento más intenso de responsabilidad e incluso ocasionalmente de orgullo en los trabajadores, minando de esta manera cualquier potencial rebelión contra la injusticia sufrida.

Las anteriores descripciones acerca del TA pueden generalizarse. Pocas de las actividades laborales del TA crean lo común «internamente en el trabajo» y de forma «externa al capital» tal y como Negri y Hardt lo imaginan. Como señala Carls, «el desarrollo de la cooperación y de la agencia colectiva no es un proceso autónomo, inherente a la lógica de la reorganización postfordista del trabajo».57 Las relaciones que se dan entre camareras o dependientes y clientes, entre niñeras y los niños que cuidan, entre enfermeras o celadores y pacientes de los hospitales, no son productoras espontáneas de «lo común». En el puesto de trabajo neoliberal, donde la falta de personal hace que los acelerones estén a la orden del día y la precariedad genera altos niveles de inseguridad y ansiedad, el TA es más propicio a las tensiones y a los conflictos que al descubrimiento de los comunes.58 De hecho es una ilusión creer que en un régimen laboral en el que las relaciones laborales están estructuradas en beneficio de la acumulación, el trabajo pueda tener un carácter autónomo, estar autoorganizado y escapar a mediciones y cuantificaciones.
Que el capitalismo no pueda «capturar» toda la energía/productividad del trabajo vivo no va en detrimento del hecho de que el trabajo subsumido bajo la lógica capitalista llega a la mente de los trabajadores, manipulando, distorsionando y estructurando nuestra propia alma. Esto se ve reconocido por Maurizio Lazzarato cuando atestigua que bajo la hegemonía del TI «la personalidad y la subjetividad de los trabajadores tienen que estar preparadas para organizarse y recibir órdenes».59 Hochschild estaría de acuerdo; esta autora ha detectado diferentes estrategias a las que recurren los trabajadores para dar respuesta a las técnicas que utilizan los gerentes empresariales para apropiarse de su energía emocional. Algunas personas les dan su alma, consagrando todo su ser al trabajo, haciendo de las preocupaciones de los clientes las suyas propias; otras se disocian totalmente del trabajo, «representando» mecánicamente el contenido afectivo del trabajo esperado de ellos; y también hay quien por su parte intenta navegar entre estos dos extremos.60 Pero seguro que en ningún caso es «lo común» lo que se produce, en un desarrollo automático inmanente al trabajo mismo. Poniéndolo en otros términos «lo común» no puede ser producido cuando tenemos que ofrecerles bebidas a los clientes sin importar sus posibles problemas de hígado o si debemos convencerles de comprar un vestido, un coche o unos muebles que puede que no sean capaces de pagar, sin escatimar en hincharles el ego, dando consejos y comentarios según prescripciones previas. De hecho, como ya se ha comentado, lo que aparece como «autonomía» es frecuentemente la interiorización de las necesidades del empresario.
De hecho, tal y como ejemplificó perfectamente el azafato Steven Slater con su decisión de dejar de ser complaciente con sus clientes y abandonar su puesto de trabajo lanzándose por el tobogán de emergencia del avión, las luchas contra el TA existen, y probablemente uno de los principales límites de la teoría de Negri y Hardt es haber ignorado esta realidad.61
Y sin embargo este error no es casual. La insistencia de Negri y Hardt en definir la afectividad primordialmente como cooperativa, autoorganizada e interactiva descarta el reconocimiento de las relaciones antagonistas que son constitutivas de este trabajo. También excluye la elaboración de estrategias que permitan a los trabajadores afectivos superar el sentimiento de culpabilidad que acompaña al rechazo a efectuar un trabajo del que depende la reproducción de otras personas. Solo cuando consideramos el trabajo afectivo como trabajo reproductivo, en su doble y contradictoria función, como la reproducción de los seres humanos y simultáneamente como la reproducción de la fuerza de trabajo, podemos imaginar y plantear distintas maneras y formas de lucha y de rechazo que empoderen a los que cuidamos en vez de destruirlos. La lección dada por el movimiento feminista ha sido crucial a este respecto, ya que ha reconocido que el rechazo de las mujeres a la explotación y al chantaje emocional, que se encuentran tanto en el núcleo del trabajo doméstico no remunerado como en el trabajo de cuidados remunerado, a su vez libera a aquellos que dependen de este trabajo.
De todas maneras, este reconocimiento y el acercamiento estratégico al TA no es posible mientras que esta actividad no se presente como un trabajo organizado por y para el capital y se siga mostrando como una actividad que ya ejemplifica el tipo de trabajo que tendría lugar en una sociedad postcapitalista.

Conclusiones

Es significativo que los análisis llevados a cabo bajo el enunciado de trabajo afectivo se hayan concentrado en las nuevas formas de trabajo de marketing y especialmente en el trabajo reproductivo mercantilizado (realizado en su mayoría por mujeres). Esto, por un lado, no es sorprendente; la mercantilización de muchas de las tareas reproductivas ha supuesto una de las principales novedades dentro de la nueva economía mundial, resultado también de las luchas y revueltas mantenidas por las mujeres contra el trabajo doméstico no remunerado durante los años ochenta y noventa. Por otro lado, esto se ha convertido en algo problemático, ya que la focalización en el trabajo reproductivo mercantilizado se arriesga a ocultar los archipiélagos de actividades no remuneradas que aún se llevan a cabo en los hogares y los efectos que esto tiene en la posición de las mujeres también como trabajadoras asalariadas. Aún más importante, el estrés dominante en el trabajo mercantil y (según la visión de Negri y de Hardt) el colapso de las distinciones entre producción y reproducción, asalariado y no asalariado, amenaza con ocultar un factor fundamental en la naturaleza del capitalismo: la acumulación capitalista se alimenta de la inmensa cantidad de trabajo no remunerado, y por encima de todo, sobre la devaluación sistemática del trabajo reproductivo, lo que se traduce en la desvalorización de grandes sectores del mundo proletario, hecho que obligaron a reconocer las luchas de los no asalariados durante los años sesenta. Este reconocimiento corre el riesgo de perderse cuando el «trabajo afectivo» se convierte en el prisma exclusivo a través del cual leemos la reestructuración de la reproducción o se transforma en el indicador de una visión global donde las distinciones entre trabajo productivo y reproductivo, asalariado o no asalariado se obliteran totalmente.

Notas


1 Véase Silvia Federici, «Wages Against Housework», en E. Malos (ed.), The politics of Housework, Cheltenham, New Clarion Press, 1980; S. Federici, «Reproduction and Feminist Struggle in the New International Division of Labor», en M. Dalla Costa y F. Dalla Costa (eds.), Women, Development and Labor Reproduction, Trenton (NJ), Africa World Press, 1999.
2 Empire, Cambridge, Harvard University Press, 2000 [ed. cast.: Imperio, Barcelona, Paidós, 2002]; Multitudes, Cambridge, Harvard University Press, 2004 [ed. cast.: Multitud: Guerra y democracia en la era del Imperio, Barcelona, Debate, 2004]; y Commonwealth, Cambridge, Harvard University Press, 2009 [ed. cast.: Commonwealth: el proyecto de una revolución del común, Madrid, Akal, 2011].
3 Maurizio Lazzarato, «From Knowledge to Belief, from Critique to the Production of subjectivity», EIPCP, 2008; disponible en eipcp.net/transversal/0808/lazzarato/en.
4 Marx creía que la total integración de la ciencia en la producción llevaría a la plena mecanización del proceso productivo, dejando a los trabajadores en una posición de meros asistentes de la maquinaria. Por el contrario, Negri y Hardt minimizan el papel de la tecnología en el capitalismo tardío, aunque las transformaciones que ellos consideran más significativas están directamente relacionadas con la informatización del trabajo. Su principal preocupación consiste en arrojar luz sobre la creatividad y la autonomía del «trabajo vivo»; la tecnología, en sus estudios, ni libera ni domina a los trabajadores (Hardt y Negri, Commonwealth, op. cit.). Aunque coinciden con Marx en afirmar que en el momento en el que la ciencia se convierte en el principal modo de producción se crea un situación cualitativamente novedosa en la que el tiempo de trabajo deja de ser la medida del valor.
5 Hardt y Negri, op. cit., 2004, pp. 65-66; Hardt y Negri, op. cit., 2009, pp. 132, 287.
6 Hardt y Negri, Multitud, op. cit., pp. 107, 338, 349.
7 Karl Marx, Capital, vol. 1, Londres, Penguin Classics, 1990 [ed. cast.: El capital, vol. 1, México, Fondo de Cultura Económica, 1959].
8 Hardt y Negri, Multitud, op. cit., pp. 135-136; Hardt y Negri, Empire, op. cit., p. 292. El fragmento clave en el que Marx enuncia este «principio» es el siguiente: «Con el desarrollo del régimen fabril y la transformación de la agricultura que este régimen lleva aparejado, no solo se extiende la escala de la producción en todas las demás ramas industriales, sino que cambia también su carácter. El principio de la industria mecanizada, consistente en analizar el proceso de producción en las fases que la integran, y en resolver los problemas así planteados por la aplicación de la mecánica, la química, etc., es decir, de las ciencias naturales, da el tono en todas las industrias» (Marx, Capital, vol. 1, op. cit., p. 384).
9 Sohn-Rethel señala que el advenimiento del taylorismo determina una nueva división del trabajo intelectual y manual que agrupa una intelectualidad técnica y organizativa aliada con el capital frente a la fuerza de trabajo manual productora de las mercancías materiales; véase Alfred Sohn-Rethel, Intellectual and Manual Labor: A Critique of Epistemology, Londres, Macmillan, 1978, p. 157.
10 Hardt y Negri, Commonwealth, op. cit., p. 289. 11 Ibidem, p. 266. 12 Hardt y Negri, Multitud, op. cit., pp. 184-188; Hardt y Negri, Commonwealth, op. cit., p. 141. 13 Hardt y Negri, Multitud, op. cit., pp. 134-135.
14 Hardt y Negri, Commonwealth, op. cit., 2009, pp. 132-137. 15 Hardt y Negri, Multitud, op. cit., pp. 134-135. 16 Hardt y Negri, Commonwealth, op. cit., pp. 314-321.
17 S. Federici y G. Caentzis, «Notes on the edu–factory and Cognitive Capitalism», en Edufactory Collective (ed.), Towards a Global University. Cognitive Labor, the Production of Knowledge and Exodus from the Education Factory, Brooklyn, Autonomedia, 2009.
18 T. Terranova, «Free Labour: Producing Culture for the Digital Economy», Social Text, núm. 63, 2000.
19 A. Corsani, «Beyond the Myth of Woman: The Becoming Transfeminist of (Post-) Marxism», SubStance #112, vol. 36, núm. 1, 2007, pp. 107-138.
20 Para una visión general de los debates que tuvieron lugar en el siglo XIX y XX acerca de la industrialización del trabajo doméstico, véase D. Hayden, The Grand Domestic Revolution: A History of Feminist Designs for American Homes, Neighborhoods, and Cities, Cambridge (MA), The MIT Press, 1985.
21 S. Federici, «The Development of Domestic Work in the Transition From Absolute to Relative Surplus Value», inédito.
22 Para una recopilación del debate soviético sobre la industrialización del trabajo doméstico durante los años veinte, véase Anatole Kopp, Ville et Revolution: Architecture et Urbanisme Sovietiques des Annees Vingt, París, Editions Anthropos, 1967. Un ejemplo de ello es la obra de Charlotte Perkins Gilman (The Home, Its Work and Influence, Nueva York, McClure, Phillips, & Co., 1903), feminista estadounidense que apoyaba ciertos modos de industrialización del trabajo doméstico.
23 Marx diferenciaba entre la subsunción real y la formal. La primera es la fase inicial en la que el capitalismo incorpora las formas previas existentes de producción sin alterarlas. La segunda emerge del periodo de industrialización a gran escala cuando el capital adopta la iniciativa de remodelar cada aspecto del proceso productivo de acuerdo a sus propias necesidades (Marx, Capital, Vol. 1, Londres, Penguin Classics, 1976, pp. 1019-1025 [ed. cast.: El capital. Libro I, capítulo VI inédito. Resultados del proceso inmediato de producción, México, Siglo XXI, 1971].
24 Hardt y Negri, Multitud, op. cit., p. 109.
25 Hardt y Negri, Empire, op. cit., p. 293.
26 S. Schultz, «Dissolved Boundaries and “Aective Labor”: On the Disappearance of Reproductive Labor and Feminist Critique in Empire», Capitalism, Nature and Socialism, vol. 17, núm. 1, marzo de 2006, pp. 77-82.
27 Véanse A. Negri, The Savage Anomaly. The Power of Spinoza’s Metaphysics and Politics, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1991 [ed. cast.: La anomalía salvaje. Ensayo sobre poder y potencia en B. Spinoza, Barcelona, Anthropos, 1993]; y M. Hardt, Gilles Deleuze: an Apprenticeship in Philosophy, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1993 [ed. cast.: Deleuze, un aprendizaje filosófico, Barcelona, Paidós, 2004].
28 Un buen indicativo de la importancia del pensamiento de Spinoza para Hardt y Negri es su teoría de la acción revolucionaria, que se basa de manera consciente en la solución del problema alma-cuerpo de aquel; Hardt y Negri, Commonwealth, op. cit.
29 Spinoza, On the Improvement of the Understanding, The Ethics, The Correspondence, Nueva York, Dover Publication, 1955. 30 Spinoza, op. cit., 1955, p. 130. 31 Hardt y Negri, Commonwealth, op. cit., p. 379.
32 Hardt y Negri, Multitud, op. cit., p. 108.
33 Hardt y Negri, Commonwealth, op. cit., p. 377.
34 Hardt y Negri, Multitud, op. cit., p. 375; Hardt y Negri, Commonwealth, op. cit., p. 407.
35 A. R. Hochschild, The Managed Heart. Commercialization of Human Feeling, Berkeley, University of California Press, 1983, p. 9.
36 Las más importantes se recogen en A. R. Hochschild, Time Bind. When Work Becomes Home and Home Becomes Work, Nueva York, Metropolitan Book, 1997; y A. R. Hochschild, The Commercialization of Intimate Life, Berkeley, University of California Press, 2003 [ed. cast.: La mercantilización de la vida íntima: apuntes de la casa y el trabajo, Madrid, Katz, 2008].
37 Hardt y Negri, Multitud, op. cit., p. 108.
38 Ibidem.
39 Hochschild, The Managed Heart, op. cit., p. 171. 40 Hochschild, The Commercialization of Intimate Life, op. cit., pp. 1-3, 37-38. 41 Ibidem, pp. 131, 145; Hochschild, Time Bind, op. cit., pp. 212-225.
42 Hardt y Negri, Empire, op. cit., p. 293.
43 Hardt y Negri, Multitud, op. cit., p. 108.
44 Como se describe en Commonwealth (p. 133) la «feminización del trabajo» expresa «que las cualidades tradicionalmente asociadas al “trabajo de las mujeres” […] se han vuelto cada vez más centrales en todos los sectores de la producción». Negri y Hardt se refieren aquí a la generalización del empleo informal, a tiempo parcial, a la difuminación de las distinciones entre el tiempo de vida y el tiempo de trabajo, y al hecho de que se supone que la producción se transforma en producción de «relaciones sociales» y en «formas de vida», con rasgos característicos de los trabajos definidos tradicionalmente como femeninos. No explica, de todas maneras, por qué el «trabajo doméstico» debería ser más productor de «formas de vida» que la cadena de montaje y exactamente qué «formas de vida» representa.
45 Véase Hardt y Negri, Commonwealth, op. cit., pp. 133-134.
46 Véase Milwaukee County Welfare Rights Organization, Welfare Mothers Speak Out, Nueva York, W. W. Norton Co., 1972.
47 Hardt y Negri, Empire, op. cit., pp. 261-279.
48 S. Federici, «Reproduction and Feminist Struggle in the New International Division of Labor», en M. Dalla Costa y F. Dalla Costa (eds.), Women, Development and Labor Reproduction, Trenton (NJ), Africa World Press, 1999; S. Ongaro, «De la reproduction productive à la production reproductive», Multitudes, núm. 12, 2003, pp. 145-153; R. S. Parreñas, Servants of Globalization: Women, Migration and Domestic Work, Stanford, Stanford University Press, 2001.
49 Solo hay un pasaje en el cual Hardt y Negri confrontan esta crisis (Hardt y Negri, Commonwealth, op. cit., p. 134): «A las mujeres se les exige trabajo afectivo de forma desproporcionada, dentro y fuera del empleo […] a pesar de su masiva entrada en el trabajo asalariado […] todavía son las mujeres las que asumen la responsabilidad, en todos los países del mundo, del trabajo doméstico no pagado y del trabajo reproductivo, trabajos tales como las labores domésticas y el cuidado de los niños». Pero incluso esta acotación es cuestionable, dada la reivindicación continuamente repetida a lo largo de la trilogía (e incluso en esta misma página) de que la producción biopolítica difumina todas las distinciones entre producción y reproducción. ¿Qué significa hablar de trabajo reproductivo en este contexto? ¿Cómo podríamos imaginar una solución a la crisis mencionada si la distinción entre trabajo productivo y reproductivo es negada?
50 Glazer, Women’s Paid and Unpaid Labor: Work Transfer in Health Care and Retail, Filadelfia, Temple University Press, 1993; David E. Staples, No Place Like Home: Organizing Home-Based Labor in the Era of Structural Adjustment, Nueva York, Routledge, 2006.
51 E. Dowling, «Producing the Dining Experience: Measure Subjectivity and the A ective Worker», Ephemera, vol. 7, núm. 1, 2007, pp. 120-121.
52 K. Carls, «Aective Labor in Milanese Large Scale Retailing: Labor Control and Employees Coping Strategies», Ephemera, vol. 7, núm. 1, 2007, p. 46.
53 Ibidem, pp. 49-51.
54 E. Wissinger, «Modelling a Way of Life: Immaterial and Aective Labour in the Fashion Modelling Industry», Ephemera, vol. 7, núm. 1, 2007, pp. 252-257.
55 A. Hearn, «Reality television, The Hills, and the limits of the immaterial labor thesis», tripleC: Cognition, Communication, Cooperation, vol. 8, núm. 1, 2010.
56 Véase Dowling, «Producing the Dining Experience», op cit., pp. 121, 128. Es una ilusión creer que el TA escapa a la medición del valor. Téngase en cuenta, por ejemplo, el trabajo de Eileen Boris y Jennifer Klein y sus reveladores comentarios sobre la taylorización de los trabajos de cuidados y del cuidado doméstico en EEUU durante los años noventa; estas autoras describen, por ejemplo, que aunque el cuidado es un acto que «desborda los límites preestablecidos» los hospitales y las empresas privadas han definido y regimentado sus tareas y jornadas bajo un modelo taylorista, reduciendo por ejemplo los cuidados que se efectúan en los domicilios al mero mantenimiento corporal, purgando las conversaciones y el tiempo de compañía, es decir, el cuidado emocional, pese a ser considerado esencial por los trabajadores de cuidados» (p. 189). Véase E. Boris y J. Klein, «We are the Invisible Workforce. Unionizing Home Care», en D. S. Cobble (ed.), The Sex of Class. Women Transform American Labor, Ithaca, Cornell University Press, 2007.
57 Carls, «Aective Labor in Milanese Large Scale Retailing», op. cit., p. 58. 58 Ibidem, p. 46. 59 Maurizio Lazzarato, citado por Dowling, «Producing the Dining Experience op. cit., 2007, p. 121. 60 Hochschild, The Managed Heart, op. cit.
61 L. King, entrevista con Steven Slater, 2010; disponible en Transcripts.cnn.com/TRANSCRIPTS/1010/26/lkl.01.html.


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