viernes, 13 de diciembre de 2019

Contra-amor. Descolonizar el Amor y la Política de los Afectos




Contra-amor. Descolonizar el Amor y la Política de los Afectos


Norma Mogrovejo


"El día en que una mujer pueda amar, no desde su debilidad sino desde su fuerza,
no para escapar de sí misma sino para encontrarse, no para rebajarse sino para afirmarse,
ese día será para ella, como para los hombres, una fuente de vida y no de peligro mortal",
 Simone de Beauvoir 


Introducción
En 1984 Kate Millet en una entrevista afirmaba que “El amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas. Mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban. Tal vez no se trate de que el amor en sí sea malo, sino de la manera en que se empleó para engatusar a la mujer y hacerla dependiente, en todos los sentidos” (Falcón, 1984:1). Tres décadas después, el amor es analizado en su dimensión política. El amor organiza jerárquicamente lo social (en sexo, género, raza, clase, edad) por lo que se convierte en un Régimen Político obligatorio y colonizante, usado por los Estados-Nación para el control social, político, económico e ideológico de las mujeres. Utiliza las estrategias de la colonización porque se vale de la falsa conciencia para que las personas asuman como libres elecciones acciones condicionadas.
Con base en diversos mitos, que convierte a las personas en seres carentes y dependientes emocionalmente, el amor organiza lo social generando una materialidad económica, funcional al sistema capitalista sobre los cuerpos, la sexualidad, el trabajo y la movilidad de las mujeres. Ese sistema hegemónico usa los celos como estrategia de violencia para mantener el dominio y la obediencia, de tal manera que impone un estado de terror: violencia física, feminicidios, trata de mujeres y muchas formas de torturas y vejaciones para mantener el dominio patriarcal. Primero las enamoran y luego las someten. La fórmula parece simple pero el amor romántico hace uso de diversos dispositivos: la heterosexualidad, la monogamia, el romanticismo, la construcción del deseo erótico y el deseo de ser madre, se imponen de manera colonial bajo la forma naturalizada de la familia nuclear y por tanto se convierten en obligatorias. Curiosamente el romanticismo imprime en cada uno de los dispositivos un halo de encanto, que hace sentir a las mujeres ser protagonistas de novela cuyo happy end es el matrimonio, el opio del que habla Millett, así el amor se convierte en una trampa y un engaño para las mujeres.
¿Cómo derribar este Régimen Político amoroso que tanto estrago causa a las mujeres? Creemos que desmontando el concepto y las prácticas coloniales del amor romántico que lo hace aparecer como libre elección pero encierra obligatoriedad. El contra-amor, es una propuesta ética-política para generar otras formas de afectos y cuidado que descentren la pareja y la sexualidad del amor como ámbitos nodales en la vida de las personas.
Este capítulo hace un recorrido histórico de las concepciones occidentales del amor que han servido para construir una subjetividad y emocionalidad en carencia, dependencia y apego, calculadamente inverso a la autonomía e independencia de las personas. Analiza el bipoder que se instala sobre los cuerpos de las mujeres que las convierte en dependientes esperando el amor de su vida, así como las expresiones de resistencia contra la violencia que despliega. Hace también referencia a la imposición colonial que supuso su instalación en el Abya Yala desarticulando los lazos comunitarios e imponiendo el modelo occidental de familia, funcional al capitalismo colonial moderno, que aún funciona como modelo único y válido.

Amor y eros en la era antigua y el cristianismo
Los mitos tienen para Platón una función pedagógica para alcanzar y fijar conceptos de verdad y belleza asociados a eros, los que han sido abrazados por la filosofía occidental y la epistemología eurocentrada, así nos llegan los conceptos del amor, ligados a una verdad pura, el amor verdadero. (Huerta, 2017: 1-20). Denisse Rougemont afirma que la influencia del platonismo como cultura occidental nos ha conducido a la idea de que el amor depende ante todo de la belleza física (Rougemont, 1939: 76-85) pero la concepción de la belleza que nos llega a América como mandato colonial, es la occidental y será esa la que moldeará la construcción del deseo.
En el Banquete (380 ane), Eros es un personaje que refiere al deseo de subsanar la carencia. Conocido como el mito del andrógino, el relato de Aristófanes ha servido para “explicar” la atracción entre los sexos: los seres humanos eran unidades circulares, perfectas, completas, que al desear ser como dioses, Zeus los castiga partiéndolos en dos, y desde entonces cada mitad busca su otra parte (Platón, 1875: 319-325). Eros, o la atracción erótica, designan seres carentes, cuya complitud sólo es posible en la fusión, ahora conocida como la media naranja. Este mito enseña que la carencia del amor es vivida como soledad o imperfección y que la felicidad sólo es posible en una relación no de autonomía, sino de amalgama.

A inicios de la alta Edad Media bajo la herencia romana y germánica, el matrimonio no era un acto individual, sino un asunto de política familiar, comprendía parientes, viudas, jóvenes huérfanos, esclavos, sobrinos etc. Todos bajo el dominio de un varón, jefe del linaje. Esta familia amplia vivía bajo el mismo techo en situaciones de incesto, por lo que, la Iglesia entre los siglos VI y IX  prohibió esa asociación porque limitaba pactos económicos, apostando por un nuevo tipo de estructura familiar que llegará hasta nuestros días, el 'grupo unitario corresidencial' formado por una pareja y su descendencia directa (hijos y nietos). 
La Iglesia primitiva fue una comunidad marginal, pero a partir de Constantino y de los emperadores carolingios, sus doctrinas se convirtieron en patrimonio de príncipes y clases dominantes que impusieron a la fuerza a todos los pueblos de occidente. Por lo tanto, las viejas creencias paganas sobrevivieron en clandestinidad y reprimidas por las nuevas leyes. Durante la Edad Media la iglesia aglutinó tierras, convirtiéndose en un pilar fundamental para cualquier estado y sociedad. Los clérigos pasaron a ser los consejeros espirituales y morales, siendo los únicos capaces de marcar la diferencia entre el Bien y el Mal, tanto sobre fenómenos meteorológicos, salud, hasta los espacios privados, relaciones familiares, de pareja, así como las prácticas sexuales. El principal objetivo de las altas esferas eclesiásticas, fue acabar con las tradiciones provenientes de los bárbaros como el concubinato, la infidelidad y el adulterio, que al no tener instituido el matrimonio, podían (los hombres) unirse y separarse libremente. Con el matrimonio, la iglesia ejercía control minimalista en la organización social, dando funciones a cada cónyuge -la privada para las mujeres, la pública para los hombres-. Se prohibieron las relaciones homo-eróticas tradición proveniente del mundo clásico, imponiéndose la heterosexualidad, bajo  amenaza de excomunión. Se organizó todo un culto entorno a la virginidad como virtud para las mujeres al llegar al matrimonio. Los mayores castigos y penitencias por adulterio fueron impuestos a mujeres, convirtiendo al  marido en el garante del cuerpo de su mujer, aumentando así, el control sobre la esposa. Se despojó a la sexualidad de todo goce o disfrute, para darle una  finalidad meramente reproductiva.
El rapto y la violación eran habituales para asegurar un matrimonio, porque así, era fácil arrancar el consentimiento de los padres, única forma de salvaguardar el honor familiar, sin importar la experiencia de las mujeres. El adulterio por parte de una mujer era uno de los peores crímenes que se podían cometer, ya que no sólo era una ofensa y un deshonor, sino que generaba dudas sobre la legitimidad de la descendencia. La ley se mostraba implacable contra este delito, el repudio inmediato de la mujer casada y su muerte por estrangulamiento, quemada viva o sometida a la ordalía del agua (tirarla al agua con una piedra atada al cuello). Un marido podía repudiar a su mujer en caso de adulterio, maleficio (provocar el aborto con alguna bebida)  y violación de sepultura. Pero una mujer no podía pedir el divorcio, porque eso significaba forzosamente que había sido adúltera. La iglesia logra imponer en el siglo X la monogamia y la indisolubilidad del matrimonio; primero entre la gente llana y luego entre la nobleza, aunque en la práctica, la poligamia siguió existiendo. (Molina, s/f).
El matrimonio bajo el cristianismo se convirtió en un sacramento que imponía fidelidad, difícil de cumplir por los paganos, quienes conversos a la fuerza, mantuvieron sus costumbres y doctrinas secretas. Es así como el Amor-pasión se propagó muy aprisa desde principios del siglo XII, bajo el nombre de “amor cortesano. La poesía europea nace de los trovadores del Siglo XII como la exaltación del amor desgraciado, insatisfecho a perpetuidad, que enaltece el amor fuera del matrimonio, porque el matrimonio era únicamente la unión de los cuerpos (alianzas económicas), mientras que el "Amor", Eros supremo, era la unión luminosa que suponía  castidad. (Rougemont, ibídem). Los Juglares cantan la pureza del amor imposible, al tiempo que denuncian la imposición del matrimonio de acuerdos económicos.
Debido al grave descenso de la población en el Siglo XV causada por enfermedades contagiosas que fueron llevadas incluso a América, tanto la Iglesia como el Estado entendieron la importancia del papel de las mujeres para la política poblacional en su función reproductiva de nuevos trabajadores, por lo que introdujeron estrictas formas de vigilancia del embarazo y la maternidad,  e instauraron la pena capital contra el infanticidio (cuando el bebé nacía muerto, o moría durante el parto, se culpaba y ajusticiaba a la madre). Acusadas de pactos con el demonio para ritos infanticidas, fueron enjuiciadas como brujas y quemadas vivas en toda Europa más de 200 mil mujeres. El control del Estado sobre el cuerpo de las mujeres, al criminalizar su capacidad reproductiva, su sexualidad, conocimientos y habilidades en torno la reproducción (las parteras y las ancianas fueron las primeras sospechosas),  devaluó su trabajo como actividad económica independiente y las colocó en una posición subordinada a los hombres. Federici afirma que este control a la reproducción de las mujeres en la Edad Media, al que denomina “guerra contra las mujeres” se asocia con la nueva concepción que el capitalismo ha promovido del trabajo. Los cuerpos de las mujeres son entonces vistos como máquinas para la producción de fuerza de trabajo y en consecuencia para la acumulación de capital.
La caza de brujas sirvió como una pedagogía disciplinadora para las mujeres y la población, quienes iniciaban una resistencia a las transformaciones que acompañaron el surgimiento del capitalismo en Europa: la destrucción de la tenencia comunal de la tierra; el empobrecimiento masivo, la inanición y la creación de un proletariado sin tierra, empezando por las mujeres más mayores.
La Iglesia y el Estado también buscaban con la caza de brujas quebrar el enorme poder y respeto que ejercían estas mujeres mancillando su reputación y devaluando el rol social que tenían en la comunidad, para transformarlas en brujas aborrecidas por la población. La caza de brujas fue una pieza clave del desarrollo histórico de las sociedades occidentales que desembocó en el surgimiento del modo de producción capitalista en el que todavía nos hallamos inmersos, al encargarse de asignar a las mujeres un lugar en la reproducción del mismo (como buenas esposas y madres, imponiendo una “maternidad forzosa”, debilitar la solidaridad de clase (enfrentando a los proletarios entre sí, haciendo que una mitad desconfiase de la otra) y disciplinar a una población que desconocía hasta entonces la dinámica laboral capitalista. Es importante añadir que la caza de brujas en los siglos XVI y XVII fue también exportada a las colonias a través de los misioneros y conquistadores y fue un elemento imprescindible para instaurar el sistema capitalista moderno, ya que cambió de una manera decisiva las relaciones sociales y los fundamentos de la reproducción social, empezando por las relaciones entre mujeres y hombres y mujeres y Estado (Federici, 2010: 253-314).
En su libro Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas, Federici afirma que no existe modo de producción capitalista sin reproducción de la fuerza de trabajo, y este trabajo es realizado mayoritariamente por las mujeres, quienes también están siendo explotadas por el capitalismo, como trabajadoras con salario, y como mujeres al asignarles un lugar en la crianza, el cuidado y el mantenimiento de esa misma fuerza de trabajo. El “lugar” metafórico que ocuparían las trabajadoras en el capitalismo sería el de trabajadoras (en la producción) y como de madres/esposas (de reproducción). Y este lugar metafórico se correspondería con un lugar físico: el hogar, donde las mujeres cuidarían, limpiarían y cocinarían para sus maridos, pero también parirían, alimentarían y criarían a sus hijos, todo bajo el argumento del amor. Este “trabajo doméstico no pagado” (en palabras de Federici) sería una súper-explotación de las mujeres, de la reproducción del orden capitalista que Marx, por ignorancia, ceguera o sesgo, no habría sido capaz de ver. El trabajo no pagado que realizan las mujeres en el capitalismo, en palabras correctas significa, trabajo esclavo y es sublimado por el amor. El matrimonio cumple la función fraudulenta de mantener encerradas a las mujeres bajo la falsa conciencia de haber sido una libre elección. Construido como la mayor aspiración para las mujeres, la institución matrimonial les otorga prestigio y sentimiento de complitud. Las mujeres llegan al matrimonio por amor y por amor realizarán los trabajos domésticos de manera gratuita, fórmula perfecta para la explotación capitalista (Federici, 2013: 153-180).

La colonialidad del amor
Los procesos de colonización en el Abya Yala se constituyeron como empresas económicas y financieras con el fi­n de someter, dominar, despojar, sustraer los bienes naturales, culturales, materiales y simbólicos de los pueblos conquistados, de la fuerza de trabajo gratuita de indígenas, negros esclavizados y mujeres, la expoliación de dichos territorios y la vida de los y las personas colonizadas para el enriquecimiento de los colonizadores, lo que dio origen al capitalismo colonial moderno. Para Anibal Quijano la colonialidad del poder marcó fundamentalmente la división internacional de trabajo en base al color de la piel, lo que legitimó la calidad de humanidad para los blancos quienes podían recibir salario y privilegios; y la explotación de indígenas y esclavos negros a quienes se les negó su calidad de humanidad, lo que justificó su explotación hasta la muerte (Quijano, 2014: 1-57). Esto permitió la imposición de un pensamiento como única forma de conocimiento válida y científica, a la que diversos autores denominan epistemología eurocentrada, que desconoció la legitimidad de cualquier otra forma de conocimiento a la que calificaron como creencia, superstición o folcklore (Grosfoguel, 2006: 1-30).
La acumulación capitalista que tuvo su origen en América, como lo sostiene Federici, no hubiera sido posible sin la función reproductora de las mujeres, pero para que esto fuera posible, afirma María Lugones, enmendando a Quijano, la colonialidad del poder se impuso mediante los actos de violación a las mujeres para el entendimiento heterosexual, la imposición del  género, el binarismo y la monogamia. La violación sexual, la primera forma de apropiación territorial del cuerpo de las mujeres fue usada como disciplinamiento no sólo de las mujeres, sino de la comunidad en general, que además sirvió para desarticular los lazos comunitarios (Lugones, 2010: 1-13). Segato plantea que la imposición de la nuclearización de la familia sirvió para desarticular la vida comunitaria de los pueblos originarios y la politicidad del mundo doméstico que no era íntimo y ni privado, porque incidía en la vida comunitaria. La nuclearización transformó la vida de las mujeres como sujetos minorizados, parte de la propiedad de los hombres colonizados, con quienes los colonizadores negociaron, para reducir la movilidad de las mujeres e imponer las reglas del género de la colonial modernidad en favor de la acumulación capitalista (Segato, 2010:1-30).
De haber sido responsables de la organización comunitaria, la salud, educación, alimentación, las mujeres del Abya Yala, fueron reducidas a la privacidad de la familia nuclear como parte del patrimonio de los hombres y la economía capitalista, necesaria para la organización social del capitalismo colonial moderno, tal como el Estado y a Iglesia hicieron de las mujeres en Europa. El lugar de la mujer como objeto de explotación sexual, laboral y reproductivo bajo la vigilancia de un marido, sirvió para que el plus valor del capitalismo permitiera acumular ingentes cantidades de riquezas. A partir de entonces los matrimonios de conveniencia impusieron a las mujeres el lugar de objetos domésticos y sexuales. Será a partir del siglo XIX con la difusión de los proyectos independentistas y republicanos del Estado-Nación, de búsqueda de libertad y de ciudadanía, que la conformación de las familias marcará un cambio debido al surgimiento del concepto del Amor Romántico, ligado a la sexualidad y el matrimonio. Sin embargo, la ciudadanía como todo valor occidental moderno, era un bien únicamente masculino que los convertía en sujetos, mientras que el amor reafirmaba en las mujeres su calidad de objetos de deseo. Para Gualano, pese a todo, el amor romántico fue una revolución en su momento histórico, porque marcó el fin de las alianzas de pareja basadas en acuerdos económicos. Si bien hombres y  mujeres podían elegir a quién amar y con quién unirse en matrimonio, esta nueva asociación responderá a los intereses de una sociedad capitalista que requiere enfatizar el individualismo que excluye otro tipo de alianzas fuertes de afecto (Gualano, 2018: 1) y centraliza la felicidad en el consumo.
El amor se convirtió en el dispositivo endulcorante de la violencia, que al igual que en Europa, para mantener a las mujeres dentro del matrimonio bajo la sumisión masculina, realizando trabajo doméstico gratuito y reproducción biológica, como el máximo ideal de su vida, daba la ilusión de ser una libre elección. Así, la colonialidad re­fiere no solo a la manera en que un poder actúa desde fuera produciendo dominación, sino que es enseñado y aprendido, e instalado en la subjetividad de los grupos sometidos de manera que terminan asimilándolo y aceptándolo como válido y como propio.
El amor es divinamente romántico
Coral Herrera nos advierte que la cultura amorosa occidental que conocemos, es hija de la gran ola romántica del siglo XIX. A través de la mujer idealizada los enamorados emprendían su búsqueda hacia el conocimiento, la trascendencia, la belleza sublime, la felicidad eterna (Herrera, 2010: 1-4). Denis de Rougemont desde el mito de Tristán e Isolda, plantea que el amor romántico está basado en el tormento continuo y la idea de la muerte que eleva espiritualmente. Por eso los románticos asumen el dolor y el placer, sufren innecesariamente, subyugados por la fuerza de lo subjetivo, por el narcisismo ególatra que les impide pensar en otra cosa que no sea su ego, y sus sentimientos (Rougemont, ibídem). A lo que Coral Herrera denomina “masoquismo romántico” al amor vinculado al sufrimiento, al drama, al desgarro, por aquello de “quien bien te quiere te hará sufrir”: Cuando el modelo del amor romántico y los mitos que de él se derivan, falla, (casi siempre), se traduce en violencia contra las mujeres (Herrera, ibídem).
En el siglo XX se instaura el estereotipo de la mujer buena, abnegada y entregada por completo al amor y con el desarrollo de la globalización y los medios de comunicación de masas, el romanticismo se extendió por todo el planeta gracias a la industria cinematográfica de Hollywood y sus happy end, representados a través de la boda (el día más importante en la vida de una mujer). La expansión del romanticismo como modelo amoroso se consolidó a partir de la Segunda Guerra Mundial con la prensa del corazón: la literatura “rosa” y las fotonovelas que inundan el mercado cultural y difundieron a gran escala el ideal romántico femenino, las virtudes de la fidelidad, la virginidad, la imagen de la “mujer Cenicienta” que espera la llegada de un hombre extraordinario que la desposará (Herrera, 2010: 1-4).
En la actualidad, el romanticismo sigue siendo tan importante para las mujeres porque ofrece, en forma de mitos y relatos, una especie de utopía libertaria, un ideal de pareja igualitaria para siempre e incondicional. A pesar de que muchas mujeres tienen independencia económica, vida social intensa y éxito en su desarrollo profesional, todavía se sienten incompletas sin un hombre al lado. El amor romántico se ha convertido en “el modelo” de relación amorosa que fundamenta el matrimonio monógamo y las relaciones de pareja, como unidad económica para el consumo desenfrenado: ceremonias religiosas, lunas de miel, industria inmobiliaria, la banca hipotecaria, restaurantes, tiendas de regalos, joyerías, agencias de viajes, floristerías, y una larguísima lista de empresas que acompañan los procesos amorosos de las personas y se benefician económicamente (Herrera, ibídem.).
Esta dependencia de las mujeres al amor y los hombres ha incrementado los niveles de violencia más desalmada en contra de ellas. Coral Herrera da el nombre de  guerra mundial contra las mujeres”, a los números escalofriantes de asesinatos, violaciones desapariciones, secuestros, abusos sexuales, acoso callejero y laboral que sufren las mujeres y las niñas de manera impune, en América Latina, Asia, África, India y la China; la guerra más larga y cruel de la Historia, donde sólo hay un ejército. Las matan en casa, y nadie lo ve. Sus agresores y asesinos son maridos, novios, pretendientes, ex novios, que dijeron amarlas. Afirma tratarse de un genocidio lento y constante, donde están implicados muchos hombres: policías, jueces, periodistas, y todos los que colaboran con el patriarcado para justificar la misoginia, cosificar a las mujeres, romantizar la violencia, negar la guerra, y culpabilizar a las víctimas. Son muchos soldados, y entre ellos no hay bajas, ni heridos, ni presos. (Herrera, 2018:1)
El amor romántico se presenta como modelo civilizatorio único posible y se alimenta de otros poderes con los que se transversaliza (heterosexualidad, monogamia, el deseo erótico y maternal) que aparecen como voluntarios pero son obligatorios y generan materialidad al capitalismo.

El amor es naturalmente heterosexual
El amor no sólo privilegia una forma de deseo frente a otras posibles, sino una forma de entender las relaciones entre lo masculino y lo femenino absolutamente dicotómica, naturalizada y complementarista, en ese sentido es un orden, fundamental y obligatoriamente heterosexual. Tomando el modelo del “Pensamiento Heterosexual” de Monique Wittig, Esteban, concibe el amor como un régimen político cerrado. Un régimen emocional que produce Mujeres y Hombres como tipos de personas opuestas, complementarias y jerarquizadas. Este Pensamiento Amoroso sentimentaliza a las mujeres, que son vistas como incompletas, particulares, dependientes; mientras que los hombres son percibidos como completos, universales e independientes, y el amor de las mujeres es explotado por los hombres. Así, el amor es una trampa para las mujeres, un engaño (Esteban, 2011: 30-90).
Para Wittig la diferencia sexual o la existencia de dos sexos como “naturalmente” complementarios, produce división sexual del trabajo y plusvalía para el capitalismo. De esta manera, la heterosexualización a pesar de estar en el plano ideológico, produce materialidad y efectos en el sistema de producción y en las relaciones sociales. La relación heterosexual queda definida entonces como la relación obligatoria social entre el “hombre” y la “mujer”, y el pensamiento heterosexual como un saber evidente, anterior a toda ciencia, de interpretación totalizadora de la historia, de la realidad social, de la cultura, del lenguaje y de todos los fenómenos subjetivos (Wittig, 2006: 45-58). En esta lógica, Adrinne Rich afirma que la heterosexualidad no puede ser una opción libremente elegida en una sociedad donde la heterosexualidad no sólo es obligatoria, sino fundamentalmente compulsiva (Rich, 1996: 1-28). Visto así, una relación amorosa entre un hombre y una mujer aparece normal, necesaria y complementaria, no habiendo posibilidad de relación diferente, la reproducción de la misma es útil e imperiosa. Los medios de comunicación, el arte, la cultura, incluida la tecnología reproducen un régimen heterosexual, cuya base es el pensamiento binario como único, universal y verdadero. Los personajes de novelas, los héroes y los inmortales son imágenes heterosexuales, el lenguaje es heterosexual, muchas denominaciones técnicas están pensadas y expresadas como “hembra-macho”.
Para Anna G. Jonasdottir, el discurso amoroso permite, establecer relaciones de explotación entre hombres y mujeres como individuos y colectivos. Entendiendo por explotación, la apropiación de poderes o capacidades humanas, donde los explotados no tienen una alternativa real a la situación de explotación. De ahí que Jonasdottir defina al amor como “una capacidad humana de actuación creativa y alienable que utiliza a la gente para actuar sobre la propia materia humana y la del otro. El principal ejercicio de poder en la que se efectúa esta explotación son las relaciones entre hombres y mujeres” (Jonasdottir, 1993: 253-287).

El Pensamiento Monógamo
El régimen patriarcal surge con la propiedad privada tanto de la tierra como de las personas, la aparición de la esclavitud coincide con la imposición de la monogamia como forma de garantizar la descendencia y la herencia a hijos como parte de la propiedad. Los pueblos patriarcales y dominadores establecieron sociedades jerarquizadas donde la propiedad privada y la autoridad era lo fundamental y se ejercía sobre personas convertidas en esclavas y sobre las mujeres. Esta necesidad de control y de autoridad sobre los demás ha sido el pilar sobre el que se ha sustentado la familia durante los últimos miles de años; para lo cual se han construido reglas y normas sociales que han justificado el encierro de las mujeres en el hogar y su castigo ante cualquier peligro de rebeldía e infidelidad. La monogamia como exclusividad sexual y amorosa dentro del matrimonio, que garantiza ese poder, autoridad y propiedad para los hombres, ha sido impuesta fundamentalmente a las mujeres. De allí que la monogamia debe entenderse como una construcción social de control y apropiación del trabajo y cuerpos de las mujeres como parte de la propiedad del patriarca y los Estados-Nación.
La palabra "fidelidad" proviene del latín fidelitas que significa "cualidad relativa a la lealtad o la fe", traducida en obediencia. Con la llegada del medioevo, se impusieron las relaciones feudovasalláticas, relación de dependencia y fidelidad entre un señor, dueño de un feudo, y su vasallo. “Rendir vasallaje” era el juramento del vasallo para acatar y prestar servicios a su señor y estaba obligado a cumplir siempre, cuanto su señor le exigiera. El señor juraba asistir y protegerlo y solo cumplía cuando quisiera. El cumplimiento de ese compromiso obligatorio se denominaba fidelidad, dado el carácter asimétrico, eran los vasallos quienes rendían fidelidad a sus señores. La fidelidad asimétrica se convirtió en dominación, el noble se hacía amo y señor de los servicios de su vasallo. El juramento de fidelidad se extendió a la ceremonia religiosa del matrimonio. La mujer juraba fidelidad y obediencia, mientras el varón juraba fidelidad y protección. Dado que el juramento de fidelidad implicaba apropiación sobre el servicio del otro, el varón asumió la apropiación del servicio y se convirtió en señor y la mujer en vasalla (Amat y León, 2013: 1-4).
La cultura monógama es un sistema de poder que genera opresión social basada en un ideal de exclusividad sexual entre dos personas y para toda la vida. No es un modelo de relaciones afectivo-sexuales, en tanto hegemónico, es obligatorio, aunque aparece como libre decisión individual. Por ello hace falta conceptualizarla políticamente y sacarla de la trampa del sistema de poder, como asunto privado (Na Pai, 2011: 1-12). Su función es constituir proyectos económicos estables y de por vida, para reproducir y criar hijos legítimos a quiénes transmitir el estatus social y la propiedad privada, a fin de reproducir el orden y jerarquía de la economía, lo político y lo social. La incertidumbre y preocupación sobre un futuro incierto en términos económicos, propio del sistema capitalista neoliberal cuyas alternativas están privatizadas, individualizadas o bajo la tutela del Estado, tiene su correlato en la pareja monogámica como única protección posible frente a la "sociedad global", basado en valores patriarcales, burgueses y occidentales. Así la pareja monogámica (hétero u homo) se vuelve una necesidad material, un ideal, una norma y una imposición (Mogrovejo 2014: 1).
Para Brigitte Vasallo, la monogamia no es una práctica, sino un marco referencial, una forma de pensamiento. Opera en la esfera privada y en la construcción grupal, rige los amores y las fronteras. De tal manera que la construcción de la alteridad se basa en el miedo (el terror) a la pérdida y el reflejo defensivo de la exclusión, un modelo que sirve tanto para la organización social por medio de parejas, como para los nacionalismos que prohíben el ingreso de migrantes. Nos advierte que las relaciones exclusivas no nos protegen de la soledad, ni de la desvinculación, ni del miedo a la pérdida o apegos, pues imponen un régimen jerárquico sobre todas las demás posibilidades de relación que quedan minorizadas. El miedo a la pérdida no se resuelve cerrando las fronteras para evitar la llegada de esa alteridad amenazante, porque las fronteras jamás se sostienen por mucho tiempo. El miedo a la pérdida se resuelve desactivando la idea de alteridad como amenaza, refiriéndose también a los Estados-Nación (Vasallo, 2006: 1). Los celos como la xenofobia son las marcas de los territorios expropiados, cuya práctica es la violencia. Por eso, romper la monogamia es, principalmente, dinamitar la idea misma de fronteras y naciones. Las fronteras no nos protegen, crean el peligro (Vasallo, 2015: 29-48).

La construcción colonizada del deseo erótico y maternal
El deseo erótico
Para Gómez el deseo sexual es una experiencia producto de la capacidad mental de integrar aprendizajes a través de valores, ideas, mensajes programados desde los medios masivos de comunicación (Gómez, 1995: 1-22). El deseo erótico mantiene una íntima relación con la sexualidad asumida fundamentalmente como coitocéntrica y heterosexual, es parte constitutiva del aprendizaje del amor romántico, sus orientaciones, y expresiones monogámicas, y en consecuencia del engranaje de funcionamiento de un tipo de amor normativo, jerárquico, clasista, racista, sexista y adultocéntrica (Ramírez, 2008: 1).
Considerar la perspectiva de interseccionalidad propuesta por Collins, alrededor de las categorías sociales, implica reconocer que las dinámicas se afectan unas a otras, donde la raza impone modelos ideales de belleza desde la perspectiva blanca y occidental, reforzados desde los medios de comunicación que mandatan los deseos. La clase social, una forma de estratificación social que vincula lo social y lo económico, por su función productiva en el poder adquisitivo, genera preferencias en el campo erótico. El capital sexual o erótico, se concibe como la calidad y cantidad de atributos (económicos) que posee un individuo, que provoca una respuesta erótica en otro, interseccionalizado con los otros capitales como la raza, el sistema sexo/género, la edad, etc. (Cabrera, 2013: 13-21). El cuerpo es un objeto metafórico que funciona como base para significados que expresan nuestra relación con la sociedad (Sosa, 2012: s/p). Por lo tanto, el cuerpo como objeto de deseo en una sociedad capitalista, es entendido como mercancía de consumo. A partir de esta conceptualización, Green, propone que el mundo erótico opera bajo formas de comportamiento social que organizan los cuerpos deseados valorados desde parámetros interseccionalizados que jerarquizan a los sujetos en deseables, menos deseables o indeseables (Cabrera, ibídem). Así la biopolítica es una forma específica de gobierno para la gestión de los procesos biológicos de la población como cuerpo máquina, útil y dócil para la integración a sistemas de controles eficaces y económicos (Foucault, 1977: 5-80).
Los ideales de los cuerpos, están cuidadosamente producidos por las necesidades del capitalismo y por la colonialidad, raza, clase, género, edad, capacidades físicas, etc., definen las estéticas de los cuerpos “dignos” de ser deseados y amados. Tienen un valor simbólico y real, cuerpos que importan y valen más que otros, porque generan plusvalía en el sistema de producción capitalista. El deseo heteronormado, clasista, racista, adultocéntrico, unido a la monogamia y el amor romántico refuerzan un modelo amoroso naturalizado y biologista, funcional a un sistema económico, es así que el sujeto imperial toma fuerza como el ideal príncipe azul o media naranja a buscar: blanco, joven, heterosexual, burgués e ilustrado (Mogrovejo, 2018: 87-112).
La Construcción del deseo de ser madre
La maternidad ha sido construida socialmente como una función biológica de las mujeres fundamentalmente dentro del matrimonio, que las convierte en responsables del futuro de la humanidad. Por la obligatoriedad de la reproducción, de ellas depende la salud–enfermedad, la felicidad de sus hijos y de la sociedad. Pizano nos advierte que el patriarcado consagra el amor y la sexualidad en la pareja reproductiva, con lo que algunos amores quedan legitimados y otros desligitimados, basta ver el desprecio social hacia los que no tienen hijos (Pizano, 1996:16-19).
La maternidad impuesta a las mujeres como instinto y destino, define el sentido de sus vidas, refuerza el modelo de familia tradicional o reconfigurada, la división sexual del trabajo y la apropiación del trabajo gratuito de las mujeres. Indispensable para la producción capitalista, la función biológica de las mujeres es sublimada sin dejar lugar a una libre elección. El deseo de las mujeres de tener descendencia ha sido naturalizado bajo la ideología del “instinto”, es decir un deseo innato. Sostener el mito niega a las mujeres la posibilidad de generar una identidad por fuera de la función materna. El instinto maternal subordina papeles, determina los espacios para expresar lo femenino e idealiza el deber de toda mujer de ser madre. La maternidad es una construcción social y que no responde al dictado de la naturaleza; si el instinto maternal existiera no sería de dominio exclusivo de las mujeres. Las mujeres, a pesar de ser libres de decidir, están marcadas en el camino de ser madres (Donath, s/f: 1-7). El ejercicio de la libre elección está puesto en cuestión por la socialización que se hace a las mujeres, a quienes desde que nacen se les pone una muñeca al lado, así como juegos de la vida doméstica, marcándoles sus gustos y preferencias. En la Historia ha habido culturas en las que era corriente que las madres abandonasen a sus hijos, los ofrecieran como sacrificio para los dioses o que incluso matasen a sus recién nacidos. Si existiese el instinto, esto no sería posible. La representación contemporánea del amor maternal instintivo responde a una ideología que pretende otorgar legitimidad a la devoción materna para refrendar la asignación social de las mujeres al ámbito privado (Rodríguez, ibídem).
Para Margarita Pizano el "instinto" ha sido ideologizado, lo que hace perder la capacidad de reflexión, elección y responsabilidad. Biologizada la reproducción, la familia queda marcada por la incondicionalidad donde lo que nos une son los lazos sanguíneos que se expresan en una obligatoriedad de quererse -hermanos, padres, primos-, como un mandato; quedando la libertad subsumida  al deber ser, deber querer, deber sentir amor. Nuestra capacidad de sentir, de razonar, de construir relaciones como un acto de libertad, está atrapada por esta obligatoriedad de sentir amor (Pizano, ibídem). El deseo de la maternidad en tales condiciones, es un deseo alienado o colonizado, una respuesta a presiones sociales, al igual que la heterosexualidad y la monogamia. La especialización de la mujer en la función maternal es la causa y la finalidad de los abusos que padece en la vida social. Primero movilizar a las mujeres hacia la maternidad, para luego inmovilizarlas en ella más fácilmente. La maternidad tal como es vivida desde hace siglos, es el sitio de la alienación y la esclavitud femeninas (Badinter, 2011: 165-196).

El poliamor
En respuesta a la hipocresía y utilitarismo del amor romántico, el poliamor ha sido identificado con el amor libre, como una decisión ética que reconoce la libertad de cada persona y, por ende, la posibilidad de establecer más de una relación erótica-afectiva-amorosa simultánea de manera honesta, equitativa y comprometida en la formación de consensos con todxs lxs involucradxs para caminos de vida en común. Implica también el respeto a la autonomía y a la singularidad de las otras personas, así como el empoderamiento de nuestros deseos (Mogrovejo, 2016: 61-65). Con frecuencia se describe como "no-monogamia consensual, ética y responsable”. La palabra se usa a veces en un sentido más amplio para referirse no sólo a relaciones afectivas permanentes, donde no hay lugar a la exclusividad; la característica más aceptada es su énfasis en la ética, honestidad y transparencia con todos los involucrados.
En la práctica, las relaciones poliamorosas son bastante diversas e individualizadas de acuerdo a sus participantes. Para muchos, estas relaciones se construyen idealmente sobre valores como la confianza, lealtad, la negociación de límites y la comprensión, al tiempo que se superan los celos, la posesividad, y se rechazan las normas culturales restrictivas. A pesar de que el poliamor ha planteado rupturas epistémicas en la forma de concebir el amor en términos éticos y políticos, cuestionando la dominación colonial del modelo amoroso, como la apropiación de las personas, sus cuerpos, sexualidad, emociones, trabajo y reproducción; cuestionando los mitos que han encerrado a las mujeres en el mundo de lo doméstico-privado como si se tratara de una elección ansiada y deseada; la monogamia como pacto político que reproduce y da consistencia económica y social a la lógica capitalista; el deber ser que encarna el poder y el dominio del Estado, los partido políticos y el matrimonio. A pesar de lo planteado, en la práctica las formas de funcionamiento poliamorosas, no han logrado romper los marcos de la familia monogámica duradera y estable. Los conceptos como polifidelidad, relaciones primarias y secundarias, relaciones conexas ponderadas, mono-poliamorosas o mono-polifidelidad, etc., que describen acuerdos de asociación, han generado relaciones normativas, jerárquicas y con ejercicio de poder. Las diversas denominaciones a las varianzas relacionales dan cuenta de valores conservadores como apegos, fidelidad (en su concepción original de obediencia), estabilidad y permanencia. De tal manera que algunos grupos poliamorosos han solicitado a sus Estados-Nación la legalización de matrimonios poliamorosos, lo que pervierte el sentido de la libertad y la autonomía, poniendo al Estado y la familia como instituciones tutelares de las personas, emociones, afectos, sexualidad, derechos de asociación y ejercicio de la libertad. Son los casos de Colombia (Corona-Almaraz, 2017: 1), donde la legalidad fue otorgada bajo la figura de “régimen de patrimonio especial de trieja”, y Canadá (Acepensa, 2010: 1) que fue solicitada como “matrimonio en grupo”, causando confusión legal con la figura patriarcal de la poligamia. Para los Estados a pesar del conservadurismo que en sí mismo representan, es mejor otorgar legalidad a matrimonios de más de dos personas porque es mejor tenerlos dentro del sistema pagando impuestos y formando familias para el control y dominio.
Otra de las grandes críticas que se hace al poliamor es que el concepto del amor sigue siendo central en las vidas de los involucrados y determina las asociaciones, de tal manera que mantiene en muchos sentidos los valores hegemónicos del amor romántico.

Contra-amor y otras formas de quererse son posibles
El contra-amor es un concepto político que se contrapone al amor romántico que ha marcado las relaciones afectivas con el sello de la exclusividad, de la propiedad, del control, que incluso funcionan en relaciones poliamorosas. Para deconstruir el amor romántico se puede o no tener alguna relación amorosa de compromiso. Pero la deconstrucción tiene múltiples entradas. Lxs contra-amorosxs son críticos al concepto del amor establecido y aprendido. De hecho algunas personas plantean evitar el concepto amor, marian pessah ha denominado a este tipo de relación, ruptura de la monogamia obligatoria RMO o Anarquía amorosa (Mogrovejo, 2016: 57-60).
El contra-amor replantea los pactos de las asociaciones emocionales descentrando los conceptos de pareja, amor y sexualidad, así como el supuesto que amor es igual a pareja, pareja a sexualidad o amor a sexualidad y que amor es el centro de la vida de las personas, e invita aventurarse a construir relaciones horizontales, igualitarias y libertarias. Implica la reconfiguración del sujeto autónomo, cuya felicidad y bienestar afectivo no depende del amor de un/a otro/a; replantea el lugar del amor y los afectos en la vida de las personas. El ejercicio de la libertad supone asumir el amor como un laboratorio de experimentación cuyos acuerdos y pactos pueden modificarse y transformarse permanentemente, de tal manera que los conceptos de verdad, estabilidad y certeza están en cuestión. No existe un amor verdadero y otros falsos. La búsqueda de estabilidad y certeza, conceptos de interés económico y patrimonial, nos ha entrampado en relaciones de dependencia, condena y frustración, por lo que el ejercicio de la libertad deberá buscar nuevos marcos de referencia por medio de la experimentación, teniendo en cuenta que toda normatividad es construida por lo tanto sujeta a replanteamientos. Bajo el supuesto de la verdad, la monogamia y el amor romántico, reclaman para sí universalidad. Para romper con el régimen de la “verdad monogámica”, se requiere asumir el carácter contingente y singular de los vínculos hasta la incertidumbre, los amores no son superiores, ni siquiera más exitosos (Tribasacce, 2016: 27-32). La búsqueda de seguridad, permanencia y patrimonio, crean ataduras y esclaviza. 
El laboratorio cuestiona la validez de las recetas, las normas o fórmulas universales, cada relación es única, diversa y cuenta con características particulares, por lo que necesita sus propios acuerdos. Sin embargo, la necesidad de una ética del cuidado se hace presente fundamentalmente en los ámbitos de la salud sexual y emocional, así como en las formas de comunicación. Aunque los acuerdos pueden modificarse según las necesidades. La ética del cuidado refiere la consideración y validación de los procesos, subjetividad, sentimientos, tiempos, condiciones materiales y las que las socias consideren para los acuerdos. Sin embargo, no son eternos, ni de sangre. Lejos del control, deben apostar al crecimiento mutuo, si promueve el control, filtra la presencia del Estado que normativiza y privatiza, ¿cómo sacar al Estado de la cama y de las relaciones amorosas y construir relaciones más libres y experimentales? Debemos ser conscientes que los apegos producto de la emocionalidad y la sexualidad, provienen de los únicos modelos de relación heterosexuales, monogámicos, raciales, clasistas y misóginos que el Estado difunde para organizar lo social y lo político, por lo tanto, hay que politizar los conflictos, sacarlos del ámbito de lo íntimo y personal.
Los celos, han sido utilizados como dispositivos de control para la privatización del cuerpo, la sexualidad y los sentimientos de las personas, mediante el ejercicio de la violencia, funcionan como el brazo armado del patriarcado. Si bien los sentimientos y todas las emociones tienen una parte física y otra de interpretación, podemos racionalizar y cambiar las formas de interpretación que el cerebro aprendió para emitir serotonina en determinadas circunstancias, y que producen dolor corporal. Si el desamor duele, podemos renombrar los celos como placer. El placer de que mi compañera sea deseada por otra, el placer de sumar en vez de restar, el placer de romper los mandatos. Es importante reconocer el dolor y hacerse cargo. Mis celos no son responsabilidad de la otra. Es una carencia de interpretación y de entendimiento mío y es necesario resolverlo. Cuesta trabajo reconocer las trampas del ego y el sentimiento de abandono que produce no ser el centro del universo de la otra. Los celos no expresan abandono, expresan poder y propiedad. La búsqueda de la complitud alimentada por el amor romántico, desvaloriza las capacidades de autonomía e independencia del sujeto, el amor no resuelve las carencias. Los ejercicios de desapego alientan a la satisfacción autónoma de la emocionalidad, para ello es importante vivir consigo misma. Una relación implica un posicionamiento de un modo fortalecido, porque la(s) socias no resuelve(n) expectativas o carencias. ¿Qué comunicar? Contar todo, rompe la individuación y puede dar herramientas para el control minimalista, puede alimentar el ejercicio de poder, o una relación de sumisión y dominación. Sin embargo es sano nutritivo y retroalimentador hablar, mejora la relación. La experiencia nos dice que es importante comunicar los ámbitos relevantes al compromiso, como una nueva relación que se convierte significativa, la forma cómo una u otras relaciones nos alimentan, etc. Los acuerdos de cómo llevar la(s) relación(es) o qué comunicar, son flexibles (Mogrovejo, 2016: 13-26).
Si bien el cuerpo de las mujeres ha sido uno de los primeros territorios que el Estado ha intentado privatizar, para acrecentar el plus valor de la economía capitalista, la soberanía de nuestro cuerpo es un desafío a la lógica de acumulación y en consecuencia una apuesta a la reapropiación de los bienes comunales. Federici nos recuerda que el cuerpo debe ser nuestro, ni del estado, ni del mercado. Existe un interés internacional para impedir que las mujeres puedan decidir. El cuerpo de las mujeres es la gran barrera que el capital no ha sido capaz de superar. La privatización del cuerpo y sexualidad de las mujeres ha permitido su control individualizado (Federici, 2013: 190-196). De esta manera, la experimentación pública y colectiva del placer sexual, dentro de marcos de la ética y el cuidado, representan rupturas y reposicionamientos a las políticas de control y expoliación de los cuerpos de las mujeres.
La construcción del deseo colectivo pone de manifiesto la reconfiguración de una praxis comunitaria.  En un momento histórico donde la economía global se ha propuesto eliminar la importancia de los bienes comunes,  no únicamente sobre la propiedad de la tierra, también de experiencias solidarias que refuerzan lazos colectivos, para imponer lógicas privatizadoras de la organización social y la  economía política. La comunalidad aparece una y otra vez como un reclamo y utopía, en la crítica a las diversas formas de propiedad privada. Como impugnación a la dimensión individualista occidental, es un desafío recuperar las prácticas colectivas o comunalistas de nuestros pueblos originarios como marcos referenciales de desprivatizar el cuerpo y la sexualidad.
En esta tarea de reapropiación de nuestros cuerpos, emociones y decisiones, retomo para terminar a Ema Goldman: “¿Amor libre? ¿Acaso el amor puede ser otra cosa más que libre?” (Goldman, 1911: 233-245).

Conclusiones
El amor es pues un régimen obligatorio, con una función sustancial para la economía capitalista y neoliberal porque organiza lo social, el trabajo y la reproducción de manera disciplinaria. Atraviesa la vida de las personas como una necesidad imperiosa que da la idea de felicidad y en su carencia, sentimientos de desgracia, infelicidad, e ineptitud en la vida, del cual parece no ser posible escapar. El Estado y la Iglesia han hegemonizado el campo de las subjetividades y los afectos con intereses patrimoniales y de dominio, reglamentando el deber ser y en consecuencia una metaética interesada. La verdad, la belleza y la perfección han sido valores hegemónicos que dominaron el derecho al amor.
La Iglesia reemplaza la familia colectiva y solidaria por la pareja con descendencia directa, pretende acabar con el concubinato, la infidelidad, el adulterio porque encuentra en el matrimonio el control minimalista de hombres y mujeres, su trabajo y sexualidad, permisiva para hombres y violenta y explotadora para mujeres.
El amor-pasión o “amor cortesano” del siglo XII aparece como una resistencia a la imposición cristiana, los Juglares cantan la pureza del amor imposible, al tiempo que denuncian la imposición del matrimonio de acuerdos económicos.
Del siglo XV al XVIII se mantuvo una violenta guerra en contra de las mujeres, acusadas y quemadas vivas como brujas, en busca de su disciplinamiento y la del pueblo para garantizar la gratuidad de su trabajo reproductivo, que eleva el plus valor de la economía capitalista colonial moderna. Más de 200 mil mujeres sufrieron feminicidio. Estrategia que fue trasladada al Abya Yala con los mismos fines económicos además de heterosexualizar y engenerizar a la población rompiendo los lazos comunitarios e imponiendo la nuclearización de la familia.
Los proyectos de Estado-Nación y ciudadanía, alimentaron el “Amor-Romántico” como modelo civilizatorio, único posible, que usa la estrategia colonial de libertad de elección, como falsa consciencia para mantener a las mujeres en situación de esclavitud, encerradas en el matrimonio realizando trabajo gratuito para el capitalismo, sublimado como amor. La globalización con la industria cinematográfica y editorial contribuyó a difundir a nivel mundial el modelo amoroso romántico y el papel de dependencia de las mujeres en él. Al tiempo que alimenta la dependencia de las mujeres al matrimonio, ejerce niveles extremos de violencia feminicida, como disciplinamiento patriarcal.
El amor romántico se sostiene de otros modelos coloniales como la heterosexualidad, la monogamia, el deseo erótico y el deseo de ser madre porque siendo obligatorios, aparecen como libre decisión, producen materialidad para el capitalismo mediante el encierro de las mujeres realizando trabajo doméstico, imponiendo ideales del modelo imperial, para beneficio mercantil, y usando la estrategia violenta de los celos como pedagogía del horror para disciplinar a las mujeres y la población.
Un nuevo movimiento de resistencia aparece en respuesta a la hipocresía y utilitarismo del amor romántico, el poliamor que aparece como una decisión ética y libre de mantener más de una relación amorosa de manera consensada. El amor que produce ejercicio de poder y jerarquías no logra desarticularse y pronto es fagocitado adhiriéndose al control del Estado mediante matrimonios.
Nuevamente una propuesta libertaria y civilizatoria aparece, el contra-amor, que pretende descentrar el lugar del amor en la vida de las personas y construir proyectos afectivos, sexuales o no de manera comunitaria, desprivatizando los afectos, el cuerpo y la sexualidad, rescatando la autonomía y desarticulando las redes de interés económico, capitalista e imperial en la sujeción amorosa.

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