REFLEXIONES
SOBRE LA BUSQUEDA DE JUSTICIA FEMINISTA[1]
Recientemente
en distintos lugares del Abya Yala hemos conmocionado sobre situaciones de
violencia vividas dentro de la comunidad lésbica, algunas referentes a
violencia en pareja y otras a violencia física ejercida sin mediar relación
sexoafectiva. La condena centrada más que en los actos de violencia de la que
no somos ajenas, en la persona que las comete y la ausencia de perspectiva
sobre la reparación y la no repetición, nos lleva a meditar sobre experiencias
de mujeres víctimas de violencia que han replanteado el abordaje de la justicia
patriarcal.
La
experiencia que diversas organizaciones del continente y otros lugares como Actoras de Cambio de Guatemala, Humanas de Colombia, el Colectivo Contra la Tortura y la Impunidad de Atenco en México, Mujeres de negro de Serbia, la Corte
de mujeres de la India, entre muchas otras, sobre la violencia sexual en
situación de conflicto armado perpetrado en contra de mujeres, ha llevado a la
conclusión de que si bien el deseo de justicia de las mujeres es muy grande, debido
a las atrocidades cometidas en contra de ellas; acudir a las instancias
gubernamentales, para algunas de ellas tiene grandes límites, para la mayoría,
ha resultado no sólo desafortunado porque después de 10 años o más de procesos
legales, la revictimización y los pactos patriarcales, mostrarán bajo sus
propios códigos procesales que, aun cuando esté probada la incursión de los
grupos armados y la violencia sexual, son las mujeres las que provocaron,
desearon o sonrieron a sus agresores. Esa justicia a la que ellas acudieron, no
sólo no actuó como esperaban, los culpables en muy reducidos casos fueron
condenados, muy pronto liberados y ellas urgieron exilarse para resguardar su
seguridad. Aun cuando el sistema de justicia hubiera cumplido el objetivo de
castigar y penalizar a los culpables, el encarcelamiento de un violador, no
toca el sistema, al contrario, ellos dentro de la cárcel encuentran redes y
pactos que los fortalece dentro y fuera. El proceso las maltrató y nunca reparó
a las mujeres en el daño causado. Es así que en casos que podrían ser
paradigmáticos como denuncias en contra del ejército, grupos paramilitares o
grupos armados, muchas de las víctimas concluyeron:
“Los
ejemplos son miles del por qué no creemos en “su” justicia. De todos los países
y contextos emergen la misma conclusión: la impunidad, la interpretación
patriarcal de la ley, la culpabilización y estigmatización de las mujeres, la
protección de los agresores, reinan cuando se trata de hacer justicia para
sobrevivientes de violación sexual. Las mujeres no tenemos acceso a justicia. Y
aun cuando tenemos acceso a los tribunales, sabemos que nos espera “un teatro
de la vergüenza”.[2] “Ante
la constatación siempre renovada de que la ley no funciona, que ni las
autoridades comunitarias ni los jueces actúan en situaciones de violación
sexual, interpretándola como una relación sexual deseada y consentida por las
mujeres, o bien intentan casarlas con su violador, las mujeres en sus comunidades
crean sus propias leyes. Se trata de erradicar esta práctica a través de
hacerla pública y señalar a los agresores, de encontrar nuevas formas de
justicia desde y para nosotras las mujeres”.[3]
Tras
la experiencia infortunada de la justicia patriarcal, las mujeres víctimas de violencia han buscado
otros caminos: Primero, la necesidad de reparar el daño como trabajo colectivo
entre mujeres. En el camino de la reparación, la cárcel pierde sentido y lo que
importa es que no se vuelva a repetir, el segundo objetivo es la no repetición.
Lo que lleva a analizar las causas y los contextos. En la necesidad de no repetición,
encontramos las condiciones locales para influir en nuestro entorno como
colectivo de mujeres para bajar el nivel de violencia en las comunidades, de
lograr redes de defensa y protección contra la violencia dentro de la comunidad.[4]
Este trabajo también implica trabajar las diversas formas de ejercicio de
violencias internas y externas a la propia comunidad.
Cuando
la violencia no proviene de agentes externos y es ejercida entre nosotras
mismas, al interior de nuestra comunidad ¿qué tipo de justicia deberíamos
ejercer o aspirar? ¿Recurrir a las leyes del Estado patriarcal? ¿Es cierto que
la agresora se convierte en representante del patriarcado a quién la comunidad
debe señalar, expulsar y lapidar?
En
enero visité una comunidad indígena en Pisac en Cusco, y fui testiga del
tratamiento que la comunidad hacía del caso de reincidencia por robo de un
grupo de jóvenes indígenas. Deliberaban sobre la reparación que deberían hacer
a los afectados y a la comunidad. Me sorprendió gratamente que no estaba en su
horizonte entregar a los jóvenes a manos de la policía, fundamentalmente porque
la justicia blanca o blanqueada aspiracionalmente ha usado las leyes
occidentales para someter y dominar a nuestros pueblos y a las mujeres.
Para
quién ha sido dañada por un macho o una macha el efecto es igual, nos dice
Amandine Fulchirón. Sin embargo, no es el mismo caso, porque el poder de la
agresora no es el mismo que el poder de un macho. La respuesta del Estado con
un hombre agresor no será igual que con una mujer, peor aún si se trata de una
lesbiana.[5]
En el caso de un agresor, el estado servirá de protección y complicidad;
mientras que en el caso de una agresora lesbiana, el estado aplicará el castigo
ejemplar: la destrucción.
Para
especialistas en el tema de justicia feminista, es muy peligroso pedir las
mismas estrategias de procesamiento para compañeras nuestras que para agresores
machistas. Eso no quiere decir que el daño es menor, no significa poner en
cuestión el daño para quien recibió la agresión.
La
respuesta a este daño es distinto y allí es donde debemos de trabajar. Si el
enfoque es la venganza, las facturas, destruir la vida de esta compañera,
entonces la cárcel y los pronunciamientos de exclusión y lapidación son los
adecuados. Pero si el enfoque es que las agresiones no vuelvan a suceder, la no
repetición, el enfoque debe ser distinto. De ahí que la necesidad de trabajar
en los feminismos y colectividades de mujeres la misoginia, la violencia entre
nosotras, el odio entre nosotras, es fundamental, es decir nuestra propia
sanación. Detrás de la supuesta unión amorosa entre nosotras, se esconde mucho
resentimiento, mucha misoginia. El odio recibido de fuera, del orden
patriarcal, es canalizado equivocadamente sobre nuestras compañeras, nuestras
aliadas, y sobre ellas depositamos esa violencia. El enojo, la rabia, no es
enfocado al lugar de origen, lo encaramos entre nosotras. De allí que la
necesidad de encontrar chivos expiatorios para ser quemados en la hoguera, es
como el desahogo de las experiencias de violencia que hemos vivido y no hemos
podido sanar, reparar.
Es precisamente
esa ausencia de justicia estructural que acumula nuestra rabia y se ubica al
interior de nuestra comunidad, la sanción penalizadora que la justicia
patriarcal no ejerce contra los hombres debido a sus pactos patriarcales, a
nosotras nos divide y buscamos ejercer esa justicia patriarcal con nuestras
propias compañeras. Así, remasterizamos linchamientos, ejecuciones
extrajudiciales o juicios inquisitoriales. Muchas mujeres, producto de estos
linchamientos; excluidas, lapidadas o estigmatizadas, no han vuelto a las filas
del feminismo. Como si el hecho mismo del juicio o la sentencia no fuera en sí,
un acto de violencia. Estos juzgamientos
ocultan la necesidad de hacernos cargo de las violencias vividas y ejercidas.
Rotular
a un chivo expiatorio no nos libra de la responsabilidad que tenemos de analizar
que todas hemos tenido o tenemos ejercicios de poder y violencia sobre otras,
compañeras, parejas, amantes, el grupo, las otras… Si queremos tener ejercicios
de justicia entre nosotras, es necesario reconocer y trabajar colectivamente
esas violencias y misoginias internalizadas, no solamente enfocarlo y
responsabilizarlo sobre la otra, eso es demasiado fácil.
Las
agresoras deben reconocer sus actos, que no son aceptables ni tolerables. Luego
como colectividad feminista, tendríamos que responsabilizamos colectivamente de
cada uno de nuestros actos de violencia, para construir ámbitos de libertad que
no estén vinculados a posesión o propiedad sobre la otra, al ejercicio de la
violencia sobre la vecina, la pareja, de pensar un ejercicio de justicia
colectiva que tenga que ver con la no repetición más que con el desterramiento
de la otra.
Pero
obviamente las estrategias de la colectividad feminista tienen que ser diferenciadas
hacia la mujer que agredió y la que fue agredida. La que fue agredida tiene que
encontrar condiciones de reparación en la colectividad: escucha, reconocimiento
y apoyo; mientras que quién agredió tiene que asumir la responsabilidad de sus
actos, con el énfasis puesto en que no vuelva a suceder, no desde el castigo.
En este sentido es importante que la colectividad reconozca públicamente el
hecho violento, escuche a su autora, abra un espacio colectivo de sanación de
nuestras violencias internalizadas y desarticularlas entre todas, y se organice
para hacer realidad la no-repetición de cualquier manifestación de violencia en
su seno.
Por
qué el lugar de enunciación de esos pronunciamientos, ejecuciones y tribunales
son desde la superioridad o jerarquías, por edad, racial, geopolíticas, etc? Todas hemos recibido y ejercido violencia, ¿por
qué sólo las enjuiciadas deben ser excluida de la comunidad? Todas tendríamos
que estar excluidas. Pero ese no es el objetivo. El asunto es hacernos cargo
cada quién y en colectivo, justamente para romper el individualismo
capitalista, de nuestras propias carencias, debilidades, rencores, envidias,
odios, fobias, misoginias, celos, actos de exclusión, protagonismos,
pionerismos y todo tipo de violencias; hacernos cargo de la forma en que este
sistema patriarcal nos atraviesa y la forma en que respondemos como vigilantes
y castigadoras, es decir, con las mismas herramientas del amo, en contra de
nuestra propia comunidad.
El
triunfo de la masculinidad a lo largo de la historia, ha sido posible
justamente, por el enfrentamiento y la división de las propias mujeres. No se
trata de un mujerismo, sino de sanar las heridas que la violencia patriarcal ha
marcado en nuestras historias y nos hace ver a nuestra igual como enemiga, de
buscar la fuerza colectiva para encontrar otras formas de justicia que nos
reparen, nos sanen, así como lograr de nuestras debilidades y diferencias,
nuestras potenciales fortalezas.
[1] Estas
reflexiones son producto de diálogos realizados con Amandine Fulchirón de
Actoras de Cambio y Claudia Llanos de Alí somos todas y de diversas lecturas
sobre el tema de Justicia Feminista.
[2] Yo soy voz
de la memoria y cuerpo de la libertad. II Festival por la Memoria. Hacer de la
justicia algo significativo para nuestras vidas. Chimaltenango 2011, Guatemala,
Ed. Actoras de Cambio 2013, pg. 108.
[3] Ibidem,
pg. 114.
[4] Amandine
Fulchirón.
[5] Ibidem.
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