¿Es
Posible una perspectiva lésbica académica frente a la matriz de dominación
universitaria?
Norma
Mogrovejo
La
apertura de los estudios sobre la disidencia sexual en América Latina en los
espacios académicos, aunque de manera lenta y temerosa, está siendo posible
gracias a que los estudios de las mujeres o de género abrieron la discusión y
posicionaron la necesidad e importancia de tales áreas de estudio. Si bien la
institucionalización de los estudios de las mujeres o de género ha sido parte
del proceso de democratización y los proyectos modernizadores de los estados
latinoamericanos, su instauración no ha sido fácil debido fundamentalmente a
que los espacios universitarios, no han dejado de ser bastiones de poder de la
intelectualidad masculina tanto de derecha como de izquierda.
La
experiencia de los estudios de las mujeres en América Latina, aparece como una
necesidad estratégica de los movimientos feministas a principio de los 80s, en
plena dictadura militar, fuera de la universidad, con ONGs feministas desde
donde llevaron a cabo programas académicos dirigidos a profesionales y
estudiantes de ciencias sociales y humanidades. Con la recuperación de la
democracia, muchas de estas profesionales se reinsertaron en la universidad,
aunque en general mantuvieron su pertenencia y parte de sus actividades
científicas en los centros de investigación privados.
Si
bien los estudios de las mujeres y género inician como la ampliación
estratégica y activista de las feministas académicas en los campus
universitarios, a diferencia de la experiencia norteamericana y europea, donde
los “women´s studies” se constituyen como un “brazo académico del feminismo”
con una perspectiva global y política de las discusiones teóricas en torno a la
problemática de las mujeres y sus perspectivas de transformación; en América
Latina la institucionalización implicó temas sin mucha articulación tratando de
buscar legitimidad en los ámbitos del conocimiento. En la mayoría de los casos
iniciaron seminarios de especialización ligados a carreras de psicología,
sociología o antropología los que se convirtieron posteriormente en programas
de maestrías y doctorados
Si
bien el activismo feminista en sus inicios fue crítico a los procesos de
institucionalización, defendieron la autonomía como estrategia de
transformación del sistema patriarcal y sus instituciones desde procesos de
creatividad y el ejercicio de libertad. Las académicas feministas propugnaban
espacios propios que permitan avanzar en la generación de propuestas teóricas
sin tener que justificar cada uno de los conceptos. Sin embargo, muy pronto los
procesos de institucionalización tomaron lugar dentro de los espacios
universitarios sin dejar mucho margen de acción.
El
pasaje del concepto de sexo en la concepción original de los estudios de la
mujer, al de género, lleva implícito un ámbito simbólico. El género o la
perspectiva de género es una forma de observar la realidad para
identificar las asimetrías (culturales, sociales, económicas y políticas) entre
mujeres y hombres. La idea de la institucionalización de la perspectiva de
género nace en los círculos de activistas y teóricas feministas de Europa y
Estados Unidos en la década de los años sesenta como una técnica para remediar
las desventajas de las poblaciones de mujeres en condiciones de desarrollo
y bienestar, en los ámbitos económicos, educativos, laborales, de derechos
humanos y de salud, entre otros a través de la igualdad de derechos y la
integración de las mujeres a los espacios de poder público-políticos.
Perspectiva, que posiciona a los espacios público-políticos de hegemonía
masculina como los únicos referentes históricos válidos y la cultura masculina
como el único modelo a seguir.
Fue
hasta la década de los años setenta en el marco de las Conferencias mundiales
de la mujer organizadas por Naciones Unidas y por los intereses de las agencias
internacionales de desarrollo en que los gobiernos manifiestan interés por
insertar a las mujeres en sus proyectos económicos. A partir de que en la
Primera Conferencia Mundial sobre la Mujer (México, 1975) surgió la propuesta
de construir mecanismos gubernamentales internos para mejorar la situación de
las mujeres, el Consejo de Europa elaboró herramientas teórico-metodológicas
para implementar la institucionalización de la perspectiva de género (1990) y
las presentó en la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer, en Beijing. A partir
de entonces, ciento ochenta y un Estados miembros de la ONU se comprometieron a
integrarla en sus leyes, planes, programas y políticas[1].
Tanto
los procesos de institucionalización de la perspectiva de género como del
movimiento feminista y los movimientos sociales en general, coincidieron con el
ingreso de la globalización, la mundialización de la economía neoliberal y los
ajustes económicos impuestos por dichas agencias como el Banco Mundial, el BID,
ONU, etc. Políticas y que se tradujeron en la reducción de la acción del Estado
en favor de la empresa privada y la acumulación del capital en pocas manos. El
objetivo primordial de la globalización es proporcionar al capital el control
total sobre el trabajo y los recursos naturales, y para ello debe expropiar a
los trabajadores cualquier medio de subsistencia que les permita resistir un
aumento de la explotación. Desde su inicio la concepción de las desigualdades
de género estuvo orientada al desarrollo más que a una transformación de las
lógicas de relación de un sistema patriarcal de dominación.
Federici
nos plantea que enfrentar los problemas de las mujeres como “derechos humanos”,
priorizando reformas legales como las herramientas básicas de la intervención
gubernamental, no consigue desafiar el orden económico mundial que es la raíz
de las nuevas formas de explotación que sufren las mujeres[2].
Para
algunas académicas, el pasaje a los estudios de género ha sido más tolerada y
académicamente más aceptable: “para la academia es mucho más fácil asimilar los
estudios de género que el feminismo, siempre identificado por los sectores más
resistentes con la militancia y no con la ciencia”[3]. Si
el concepto de género permitió romper con el cerco del ghetto, para
algunas tuvo un efecto perverso de tornar a las mujeres invisibles, así el
género se convierte en un concepto eufemístico que oculta al sujeto.
Las
perspectivas políticas de los estudios de las mujeres o de género en la región
han tendido más hacia la lógica institucional y de apego a las políticas
públicas del estado, que pensar otros mundos posibles. Así, la docencia e
investigación han estado dirigidas principalmente a la formación de
especialistas en planeación estratégica y de políticas sociales desde la
óptica de género; a fin de que las estudiantes se inserten en los espacios
de poder estatal como Institutos, Secretarías o Consejos de la mujer,
como asesoras de diputados, senadores y funcionarios de gobierno,
consultorías en organismos nacionales e internacionales dedicados a la temática
de la mujer y/o como docentes universitarias, a quienes se les ha
denominado tecnócratas del género, debido a la especialización académica,
muchas de ellas, no asumiéndose incluso feministas.
Andrea
D´Atri afirma que las feministas en dichos años en su mayoría salieron a
conquistar representatividad, ganar cuotas y visibilidad política. Se dedicaron
a la política de la identidad, abandonando el análisis de las condiciones
sociales de existencia, en el plano económico, político y cultural. Se pasó del
“camino de la insubordinación a la institucionalización”. Algunos feminismos
fueron incorporados o cooptados a lineamientos de acción de organismos de poder
internacionales, lo que dio lugar a las llamadas “expertas”, otrora militantes[4].
Gargallo
apunta tres pasos que llevaron a las feministas, a ser expertas en género: 1)
Las academias latinoamericanas en los 90s, descalificaron la posibilidad de la
cultura de mujeres y el análisis de la política de nosotras en relación con
nosotras mismas y se limitaron al análisis del sistema de género, 2) Se
encumbró el estudio de un sistema de género desde la cultura occidental, de
origen bíblico-evangélico-platónico que, asumía la idea de racionalidad
aristotélica y la exclusión de las mujeres. Un sistema de género tan
cerradamente aceptado que descalificó a las feministas de la diferencia sexual,
y a las activistas que afirmaban que construían pensamiento desde su acción. 3)
El análisis de género fincó su práctica en las “políticas públicas”, las que
para tener legitimidad, debieron ocultar lo obvio: que a pesar del
fortalecimiento de las estructuras de dominio en el proceso de globalización,
la igualdad entre mujeres se da sólo cuando todas somos igualmente oprimidas
por el sistema patriarcal. Acciones para que dejáramos de estar entre nosotras,
construyendo el significado de la política para las mujeres[5].
Los
estudios de la Disidencia Sexual
Junto
a las mujeres desde mediados de los 60s, otrxs sujetos como lesbianas,
homosexuales, travestis, transgéneros, bisexuales, intersexuales, luchaban por
la transformación de su situación de discriminación y abrieron la discusión
teórica sobre las distintas perspectivas para la comprensión de su situación de
subordinación, la construcción política de la sexualidad, el deseo, los géneros
y los cuerpos en el ámbito de la disputa democrática.
Las
primeras tesis sobre lesbianismo y homosexualidad en espacios universitarios,
obligaron a la academia a cuestionar la censura, el desprecio y la moral
impuestos sobre los temas de sexualidad y la disidencia sexual como ámbitos
epistemológicos. Se inician entonces estudios que exploran la acción de nuevos
sujetos que cuestionan principalmente las configuraciones del poder y las relaciones
sociales desde los ámbitos de la sexualidad. No sin dificultades, algunas
universidades abrieron centros de investigación, diplomados, cursos de pre y
posgrado, se han organizado grupos de discusión, congresos, coloquios, etc.,
que aportan al entendimiento de la problemática.
Si
bien las aportaciones desde el feminismo lésbico que conceptualiza como régimen
político a la heterosexualidad obligatoria, abrió nuevas perspectivas de
crítica a los sistemas binarios ligados a la producción y la reproducción para
el capitalismo, fueron prontamente banalizados desde las políticas y prácticas
identitarias y desontologizadoras.
El
éxito de los discursos performáticos, desontologizadores y la teoría queer en
los espacios académicos, grafica este fenómeno, y da cuenta de las preferencias
teóricas a priorizar, lo que conlleva algunas paradojas. Lo queer es un
concepto que surge de la práctica irredenta de los disidentes sexuales más
marginales en Estados Unidos, quienes cuestionaban al movimiento homosexual hegemónico
su práctica integracionista a los valores de la heterosexualidad y el mercado
neoliberal. Arrebatado por la academia se transforma en un concepto formal, aun
cuando su significado original es crítico con categorías normalizadoras,
patologizadoras e institucionalizantes. Como efecto, muchos investigadores
salieron a campo a investigar a la fauna “rarita” y novedosa. La propuesta
desontologizadora, dejar de ser, hombre, mujer, lesbiana, homosexual, trans,
refiere al lugar de tránsito, al “movimiento libre”, Epps nos comenta pocos
practicantes de la teoría queer en Estados Unidos se preguntan hasta qué punto
el valor de “movimiento libre” podría ser cómplice del “mercado libre” y
recuerda a quienes se les podría olvidar que “queer” no sólo puede calificarse
de muchas maneras, también es capaz de producir sus propias normatividades y
sus propias autocríticas[6].
Si
bien la academia deglutió la fuerza y el sentido transgresor de lo queer,
institucionalizándolo, la traducción y uso coloquial en contextos hispanos
ha tenido malas interpretaciones, el insulto equivaldría a adjetivos como
“marica, puto, machorra, tortillera, torcido, etc.” que no tienen aún la fuerza
reinterpretativa de queer. Sin embargo, su uso en inglés, suena fashion,
elegante, en contraste con lo abyecto del sentido original anglosajón. Lo que
nos lleva a una necesaria reflexión sobre la colonización de las lenguas, de la
occidentalización forzada que hablamos en América; lenguas coloniales siempre
dispuestas a encontrar más fashion lo que se dice como importado aunque sea un
insulto, a costa aún de tergiversar el sentido de una lucha[7].
De
hecho, algunas universidades latinoamericanas, han aceptado con mayor facilidad
apoyar cursos, programas o actividades denominados “queer”, que –a decir de sus
impulsores–, no hubieran tenido la misma aceptación de haberse presentado como
“lésbicos”, “homosexuales”, “LGTTTB”, disidencia sexual o bollo-marica o
torti-putillerías. Si bien la apertura de espacios para la disidencia sexual en
la academia es un fruto irrenunciable, vale la pena reflexionar sobre los
efectos de la colonización del pensamiento a través del lenguaje que fija
primacía para los espacios geopolíticos en la definición de la cultura,
conocimiento, discursos y acciones.
La
carencia de una perspectiva crítica a las realidades poscoloniales de la región
y la sumisión intelectual frente a los análisis nor-occidentales, nos advierten
de los mismos riesgos de institucionalización de los estudios de género, y la
contingencia de que la academia, se convierta también en centros de
adiestramiento y tecnocratización de especialistas en “diversidad sexual” que
propugnen mediante políticas públicas, la inclusión de la disidencia sexual a
los valores de la heterosexualidad, busquen insertarse en los ámbitos estatales
e impulsen la apertura de secretarías, ministerios, consejos y organismos que
sectorizan los sujetos y políticas públicas que diluyen la problemática,
fortalezcan instituciones de control social como el matrimonio, y las
tecnologías que aseguran el linaje (subrogación de vientres o técnicas de
reproducción asistida), y en consecuencia el blanqueamiento poblacional como
política racializadora[8].
El
papel de la academia en la “sociedad del conocimiento” adquiere gran
importancia, puede significar la generación de riqueza basada en el
conocimiento, como acumulación económica, estratificación social y explotación
económica y del medio ambiente; o conocimiento para el buen vivir, sin
acumulación, respondiendo directamente a las comunidades que las sostienen,
reforzando las economías regionales, y rescatando, revalorando y difundiendo
los conocimientos del entorno y fundamentalmente reconociendo a los sujetos
excluidos de la epistemología eurocentrada, incluida la naturaleza y la madre
tierra.
El
papel de la academia en los procesos de transformación son vitales, así como el
cuestionamiento al papel de los intelectuales orgánicos. Algunos análisis sobre
las construcciones epistémicas hechas desde la academia feminista y la
diversidad sexual nos advierten de la posición subalterna y colonial frente al
conocimiento occidental. Breny Mendoza advierte que las feministas
latinoamericanas no pudieron desarrollar un aparato conceptual y una estrategia
política que les ayudara a entender y negociar mejor las relaciones
neocoloniales que estructuran la vida del subcontinente, que “el saber
feminista latinoamericano se ha construido con teoremas venidos de realidades
ajenas. Paradójicamente, nos dice, esta disfunción del aparato conceptual
feminista conduce a un desconocimiento de las particularidades de América
Latina y a una práctica política de mayor impacto”[9].
Gioconda
Herrera en su estudio sobre las investigaciones desarrolladas en el campo del
género muestra la explosión de investigaciones descriptivas referentes a la
identidad, fuera de los contextos específicos de poder; y ausente de
articulaciones analíticas entre producción del deseo, la sexualidad y el
género, con los de raza y clase, ni la manera en que “el sujeto” de la
identidad sexual y de género se produce en contextos de herencia colonial de
los estados nación latinoamericanos.
La
reflexión sobre la identidad y los cuerpos del feminismo no escapa a los marcos
conceptuales importados, sin intentos de reapropiación en la materialidad de
los cuerpos racializados, empobrecidos, folclorizados, colonizados de las mujeres
y disidentes sexuales latinoamericanos[10].
Espinosa denuncia
las implicaciones políticas y materiales de la producción de conocimientos y
discursos sobre la mujer y las sexualidades disidentes del tercer mundo. Las
agendas de debate y los temas relevantes de investigación feminista de la
región son colonizados e interpretados por los marcos conceptuales de los
feminismos del norte, y la universalización de tales marcos son posible con la
complicidad y el compromiso de los feminismos hegemónicos del Sur, revelando
los propios intereses de clase, raza, sexualidad y género normativos,
legitimación social y estatus quo[11].
Descolonizar
y despatriarcalizar la academia
El
patriarcado es la matriz de opresión más profunda de todas las sociedades y los
sistemas políticos y económicos. Es la estructura sobre la que están
construidas las más complejas jerarquías sociales, que la expresión única del
poder masculino sobre las mujeres. Por eso, precisamente, los cambios sociales
que no toquen la profundidad de dichas estructuras, representan un maquillaje
en el funcionamiento de dichas estructuras de opresión[12].
El
sometimiento de las mujeres y la persecución de lesbianas y homosexuales, son
estructuras coloniales sobre las se han construido los Estados-Nación del Abya
Yala. Para Arlette Gautier, fue deliberada y funcional a los intereses de
la colonización y a la eficacia de su control, la elección de los hombres como
interlocutores privilegiados: “la colonización trae consigo una pérdida radical
del poder político de las mujeres, mientras que los colonizadores negociaron
con ciertas estructuras masculinas o las inventaron, con el fin de lograr
aliados” (2005: 718) y promover la “domesticación”, distancia y sujeción de las
mujeres para facilitar la empresa colonial[13]. El
matrimonio, ese invento judeo-cristiano que trajo la colonia, sirvió de marco
para encerrar, someter y obligar a las mujeres al servicio sexual, el trabajo
doméstico gratuito y la reproducción de la fuerza de trabajo obrera, en favor
de los hombres y el capital. Las diversas formas de sexualidad encontradas
en el Abya Yala fueron duramente perseguidas mediante normas y amenazas
punitivas introducidas para capturar las prácticas de la matriz heterosexual
binaria del conquistador[14].
En
esa lógica de ideas, la descolonización requiere la revisión profunda de la
matriz de dominación heteropatriarcal-racista-clasista-misógina-neoliberal.
Desde la academia supondría desheterosexualizar las producciones epistémicas,
la lógica de las relaciones público-privado, la división del trabajo y en
general el ejercicio del poder; al tiempo que liberarlas de la impronta eurocéntrica.
Revisar las jerarquías epistémicas y pedagógicas eurocéntricas, implica poner
en cuestión la legitimidad de espacios y sujetos apropiados para la generación
de conocimiento y del significado mismo de “Universidad” como posibilidad de
conocimiento único y universal frente a una posible pluriversidad que dé lugar
a distintas formas de producción epistémica.
Descolonizar
la academia tiene el compromiso de resignificar, en palabras de Claudia Korol,
las lecciones de radicalidad teórica y práctica, de las feministas
indígenas y comunitarias de los pueblos del Abya Yala, que aportaron con un
feminismo de enfrentamiento directo a las transnacionales, a las políticas
extractivistas y a la violencia de los narcoestados. Que nos enseñan
que no se trata solo de «despatriarcalizar» en el marco de las luchas
anticapitalistas, sino también de descolonizar nuestras vidas. Que desafían las
demandas de las mujeres que se limitan a una agenda consensuada y financiada de
integración en el sistema, porque legitima explotaciones estructurales del
capitalismo patriarcal colonial occidental. Implica valorar aportes
teóricos del feminismo indígena como la defensa del territorio cuerpo y el
territorio tierra.
La
pedagogía del feminismo popular, del cual la academia tiene mucho que aprender,
propone una epistemología del diálogo de saberes, del pensar nuestras
prácticas, del caminar la palabra. «Lo personal es político» apela a las
dimensiones pedagógicas y culturales de las revoluciones. Transformar los
vínculos individualistas a los comunitarios es una tarea gigantesca que va a
contrapelo de las jerarquías, criterios de autoridad, el sistema educativo
tradicional, la coerción social y la represión, lo que implicaría tanto llevar
a la academia la experiencia generada por los grupos sociales marginales de
toda hegemonía en la lucha por su liberación, como aportes epistémicos y que el
proceso de aprendizaje no es unidireccional, de tal manera que lxs estudiantes
no sólo van a la escuela a aprender, sino también a compartir sus conocimientos,
de tal manera que las experiencias de sujetos al margen como las lesbianas
debieran tener el reconocimiento conceptual como cualquier otro.
[1] Citlalin Ulloa Pizarro,
La institucionalización de la perspectiva de género en México: una política
pública en transición.
[2] Silvia Federici.
Revolución punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas
feministas. http://www.traficantes.net/sites/default/files/pdfs/map36_federici.pdf
[3] Costa y Sardenberg 1994,
389 Teoría e praxis femenista na academia: Os Núcleos de Estudios sobre a
mukher nas universidades brasileiras. Revista de estudios feministas [Río de
Janeiro]: 387-400.
[4]
Andrea D´Atri, Feminismo Latinoamericano. Entre la insolencia de las
luchas populares y la mesura de la institucionalización, 2005, en http://www.creatividadfeminista.org/artículos/2005.
[5]
Gargallo, Francesca, Las expertas de género y el feminismo en tiempos de
globalización. Una llamada de alerta desde América Latina
https://francescagargallo.wordpress.com/ensayos/feminismo/feminismo-genero/las-expertas-de-genero-y-el-feminism/
[6]
Epps, Brad. “Retos, riesgos, pautas y promesas de la teoría queer”. Revista
Iberoamericana 225 (2008): 897-920.
[7] Gargallo, Francesca. “A
propósito de lo queer en América Latina”. Blanco Móvil 112-113
(2009): 94-98.
[8] Mogrovejo, Norma, Madres
lesbianas, familias resignificadas. Poco sexo, más clase y mucha raza, en:
Del Sexilio al Matrimonio. Ciudadanía Sexual en la era del Consumo Neoliberal.
DDT, Bilbao, 2018.
[9]
Mendoza, Breny, La epistemología del sur, la colonialidad del género y el
feminismo latinoamericano
[10] Herrera, Gioconda (1999).
Reflexiones y propuestas para una agenda de investigación en género y
desarrollo en la región andina. Documento del Taller «Género y Desarrollo»
organizado por la Oficina Regional para América Latina y el Caribe del
CIID/IDRC, Montevideo.
[11]
Espinoza, Yuderkis, Etnocentrismo y colonialidad en los feminismos
latinoamericanos: complicidades y consolidación de las hegemonías feministas en
el espacio transnacional.
http://www.scielo.org.ve/pdf/rvem/v14n33/art03.pdf
[13]
Segato, Laura, Género y colonialidad: en busca de claves de lectura y de
un vocabulario estratégico descolonial,
http://nigs.paginas.ufsc.br/files/2012/09/genero_y_colonialidad_en_busca_de_claves_de_lectura_y_de_un_vocabulario_estrategico_descolonial__ritasegato.pdf
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