ALGUNOS
APORTES DEL LESBOFEMINISMO AL FEMINISMO LATINOAMERICANO[1]
Norma Mogrovejo Aquise
Múltiples han sido los
aportes tanto de lesbianas al feminismo como del feminismo al movimiento de
lesbianas. La aparición pública de las lesbianas en los orígenes del feminismo
latinoamericano, si bien causó miedos y resquemores, renovó el discurso
feminista porque recuperó la sexualidad como una práctica política ligada al placer
y al y poder y por tanto, una experiencia generadora de sujeto. Cuestionó sobremanera,
el modelo reproductivo como único ejercicio de la sexualidad. Y es que en una
región donde la religión católica ha gobernado desde el Estado sobre los
cuerpos y la vida de las mujeres y los varones, ejerciendo persecución a los
disidentes; la experiencia cotidiana de las lesbianas, ha marcado un referente importante
en la construcción de un feminismo crítico, radical, que aún considera a la
experiencia diferente un espacio alternativo a la hegemonía de la masculinidad
en sus nuevas presentaciones.
Al
principio, la diferencia
Antes de que se
organizaran políticamente, los espacios que congregaban a las lesbianas, fueron
los llamados “antros”, bares o discotecas subterráneas o clandestinas, donde
junto a otrxs sujetxs disidentes podían encontrar algunas pares. Salir del
espacio doméstico o de reuniones exclusivas en casas, implicaba exponerse a una
suerte de publicidad y riesgos, en tanto, una forma de salir del closet. Debido
a que no hubo régimen político que se eximiera del acoso y persecución de Estado
hacia lesbianas y homosexuales, salir del encierro y tener la posibilidad de
conocer pares, aún cuando fuera en un contexto poco seguro y saludable, tenía
una lectura política.
Las lesbianas de entonces, carentes de
una teoría y, lejanas aún del feminismo, construían sus relaciones desde la
única referencia: la heterosexualidad y su correspondiente binario, masculino y
femenino. Con todo, existía temeridad por el rompimiento a la norma
heterosexual y genérica. También estaba la culpa, que hacía lo propio. Las primeras
argumentaciones que encontraron a mano y fueron reproducidas por las primeras
novelas con temática lésbica como el “Pozo de la soledad” fueron justamente desde
la naturalización y el cristianismo. “Somos producto de la naturaleza y no podemos hacer nada por
cambiarlo, acéptennos”, o “dios ama a todos sus hijos por igual porque son
criaturas de su creación”.
Este “ser diferente” ha marcado una
serie de experiencias particulares ligadas a la ruptura. Muchas desde muy
jóvenes, tuvieron que enfrentar a la familia, la sociedad, las crisis
económicas de la región y experimentar formas de sobrevivencia e independencia
o vivir una doble vida.
El
feminismo visto desde las diferentes
El feminismo proporcionó
las herramientas teóricas y políticas para entender el género como
construcciones sociales, culturales y políticas y las lesbianas a su vez, analizaron
la sexualidad como práctica erótica y como
postura política, es decir como un paradigma social que no solamente tiene que
ver con la relación amorosa, sino que descubre los intrincados dispositivos de
control que sobre ella se asientan y las posibilidades de resistencia que
proyecta, a lo que denominaron la sexo-política, que convirtió al lesbianismo
en un planteamiento político; y permitió a muchas, sacudirse de las
normas y culpas y vivir el lesbianismo con mayor libertad y actitud militante.[2]
Los grupos de autoconciencia
posibilitaron hacer teoría desde la práctica cotidiana desde donde las
lesbianas que habían renunciado a la doble moral, se hacían lugar y lo
cuestionaban todo. Las feministas heterosexuales, temerosas de que sobre ellas
cayera el peso de la estigmatización como lesbianas, se resistían a aceptarlas
como pares, es decir como sujeto generador de propuestas, a lo que las
lesbianas denominaron heterocentrismo. Las demandas eran pensadas para mujeres en
relaciones heterosexuales, así, el derecho al aborto, la lucha contra la
violencia hacia las mujeres y la maternidad libre y voluntaria sólo fueron
resignificadas también para lesbianas algunos años después.
Las más abiertas decían “así son, que
le vamos a hacer, aquí están”. Entonces confirmamos junto a Beavoir, que la
mujer se hace, que la lesbiana no nace, elige serlo. La elección, como acto de
trascendencia: se es libre cuando se tiene la posibilidad de elegir. Si la libertad es una de las construcciones más
difíciles y fascinantes en el "llegar a ser" humanidad libre, es la
única esencia aceptable. Y
es aquí cuando reconocemos la primera diferencia con el ser mujer que es
inmanencia, sobredeterminación. La
elección se presentaba entonces como la posibilidad de un proyecto político
transformador para las mujeres.[3]
También para las
heterosexuales fueron liberadores los cuestionamientos a la obligatoriedad de
la heterosexualidad y muchas se permitieron dejar la lívido libre en la
experimentación. Para algunas, romper con el deber ser y la sexualidad impuesta
implicó otra obligatoriedad y pasaron de una identidad a otra como acto de
resignación. Para otras fue una liberación del patriarcado. Otras volvieron a
la heterosexualidad. Otras aún circulan libremente.
“Se alesbianaron
las feministas” decíamos las lesbianas mientras nos infiltrábamos en los
espacios políticos. La carencia de espacios y el deseo de cambiarlo todo, nos
llevaba a buscar lesbianas en los espacios públicos, nuestra necesidad de
afecto estaba a piel y las lesbianas en el grupo feminista, en el lésbico, en
el gay, en el partido político, en las redes contra la violencia a las mujeres,
en favor del aborto, en los centros de soporte a mujeres violadas, en los
comités sindicales, en apoyo a las luchas contra las dictaduras, comités que
organizan marchas, piquetes, festivales, etc. Entonces empezamos a hablar de la
doble jornada de trabajo, de la triple o múltiple militancia.
Y fuimos quienes
también aportamos en el análisis de "lo personal es político". Las relaciones entre
hombres y mujeres son relaciones políticas, implican poder y dominio, la mujer
que da apoyo y amor a un hombre perpetúa el sistema que la oprime, aceptando su
estatuto de segunda clase; en consecuencia, el lesbianismo es más que una
preferencia sexual: es una opción política porque desafía el sistema político
establecido que obliga a que las relaciones entre hombres y mujeres sean
relaciones de dominio, basadas en la división del trabajo en razón de sexo, y
en la imposición de la sexualidad reproductiva que, marca sexuadamente trabajos
cuyo ejercicio nada tiene que ver con el sexo de quien los desempeñe.[4]
Y aunque a
algunxs les parecía insoportable, las lesbianas estaban en todas partes, haciendo
todos los trabajos desde los más duros hasta la elaboración de conocimiento a
partir de lo cotidiano. “El feminismo es la teoría y el lesbianismo la
práctica”, podía tener diversas interpretaciones: no hay teoría que sustente un
feminismo con un tipo de sexualidad hegemónica que no se cuestione, ni una
jerarquía en la concepción y práctica de las sexualidades, ni una teoría que no
haga práctica sus planteamientos de refundación de la organización social. Entonces
había que entender la heterosexualidad obligatoria como un sistema de
dominación, donde lo femenino es una construcción de la masculinidad y debíamos
replantear la existencia toda y su organización.
En los espacios
homosexuales contribuimos también con el análisis político de la sexualidad que
requiere desestructurar los sistemas de control y las jerarquías, y aunque coincidíamos
en planteamientos, hacía falta una autocrítica sobre el entrenamiento milenario
en el ejercicio cotidiano de dichas jerarquías del mundo patriarcal. Así el
activismo mixto nos aportó destrezas pero también significó desencanto.
Y entre el cansancio
por la misoginia gay, el heterocentrismo feminista y la lesbofobia de la
izquierda, las lesbianas empezamos a generar espacios separados y entender la importancia
de los mismos. La necesidad nos llevaba a concebirnos como un sujeto autónomo, sin
homosexuales y heterofeministas. Y es quizás este proceso, que aportó sobre todo
al feminismo, una mirada de la diferencia en la diferencia. Alentadas por el deseo
de recuperar el femenino mutilado por el patriarcado, reandamos en busca de nuestras
ancestras, las diosas, las exiladas, para recuperar la genealogía del
conocimiento femenino, aquel que logró escapar, si esto fue posible, del
pensamiento masculino. Forjamos grupos activistas de lesbianas, grupos de
amigas, grupos deportivos, comunas, experimentamos la autogestión, el autosostenimiento,
economías compartidas, experiencias urbanas y rurales, nos acercamos a la
espiritualidad y el cosmos, alentamos la complicidad y solidaridad entre
mujeres y apostamos a un feminismo holístico, hacer de lo privado espacios de
reflexión y práctica política y de los espacios públicos un encuentro con lo
cotidiano y hasta lo espiritual.
Empezaron los
encuentros lésbicos latinoamericanos, las artistas crearon arte lésbico: grupos
de pintoras, poetas, teatreras, grupos musicales, y sobre todo, fiestas sólo
para lesbianas. Y junto al ingreso de una economía neoliberal, descubrimos también
que el mercado había construido un mercado para las lesbianas y los disidentes.
Y el roñoso
dinero rasgó la pureza de tanta espiritualidad. Y advertimos cómo algunos
grupos siguieron el proceso de institucionalización del feminismo y formaron ONGs,
les llegó el financiamiento y muchas se encandilaron con el poder y el dinero.
Al principios los viajes internacionales, las novias internacionales, y el
gusto por ser parte del Jet set internacional del mundo gay y feminista. Algunas
se sintieron representantes y confundieron espacios de decisión colectiva por
cupular y cancelaron y cambiaron sedes de encuentros lésbicos latinoamericanos
y hablaban a nombre de todas con el
estado y las instituciones supranacionales.
La agenda del
movimiento giró en función de los financiamientos y así se establecieron prioridades:
el SIDA, los derechos humanos, los derechos sexuales y reproductivos, la
diversidad sexual y los derechos patrimoniales. La búsqueda de la libertad se
transformó en la búsqueda de los derechos, la aceptación y la igualación con
los heterosexuales. Y muchas lesbianas se sumaron a la dinámica LGTB en la
búsqueda de derechos y priorizaron la legalidad de las relaciones de pareja y
el matrimonio, abandonando o postergando la crítica feminista a las
instituciones de control social. Lo paradógico es que en una región como
América Latina con una fuerte hegemonía de la religión católica, el matrimonio
homosexual o la legalización de las relaciones de pareja entre personas del
mismo sexo, ha logrado asimilarse a las reglas impuestas por la lógica neoliberal:
el consumo y derecho a la propiedad privada, a diferencia del aborto, que demanda
el ejercicio de la libertad de las mujeres sobre su propio cuerpo, que sigue
siendo proscrita, incluso en espacios gobernados por la izquierda.
Un sector del
lesbianismo, crítico a las demandas de igualdad bajo el referente de la
heterosexualidad, junto al cuestionamiento del matrimonio y las legalizaciones
de pareja, han propuesto replantear nuestra
socialización bajo los principios de la propiedad privada de la pareja, es
decir la monogamia obligatoria como único paradigma en la construcción
de las relaciones afectivas y la organización social. La
monogamia se ha afirmado bajo los pilares de los celos con el ejercicio de la
violencia, de la misma manera que la heterosexualidad se ha afirmado bajo el
dispositivo de la lesbo, homo y transfobia, es decir bajo la compulsión y la
obligatoriedad.
El
cuestionamiento a una concepción hegemónica del feminismo ha venido desde
diversos espacios, así como las lesbianas, las negras, las indígenas, las
mujeres pobres, han cuestionado la construcción de un feminismo latinoamericano
desde una interpretación occidental que no ha sido capaz de integrar en su análisis las dimensiones de la
sexo-política, etnia/raza y clase, que darían una visión más cercana y
comprometida a la problemática latinoamericana.
Transformamos
el sujeto?
Para Margarita
Pisano, uno de los principales desafíos sigue siendo la reconstrucción del
espacio simbólico de la masculinidad que contiene en sí el espacio de la
feminidad.[5]
En algunos momentos las mujeres se instalan en los lugares de poder de la
masculinidad como la política pero siempre al servicio de los intereses de la
masculinidad, esos “grandes avances” son formas de reacomodo de las estructuras
masculinas, negociar en condiciones de desigualdad es una transacción en la
cual uno se somete a las condiciones de juego del que tiene el poder, ya que
sólo negocian los que se reconocen con equivalencia de poderes y necesidades.[6]
Con el postestructuralismo y
la teoría queer, la dicotomización de lo femenino y lo masculino ha perdido
vigencia, por lo que cualquier referencia al binario cae bajo la sospecha de esencialismo.
Es así que el post feminismo ha abandonado también la centralidad del sujeto
mujer y adoptado nuevos sujetos. La participación de trans a partir del XI
Encuentro feminista latinoamericano y del Caribe, así lo confirma. Sin embargo,
pese a las ficciones teóricas, no es posible negar el sexismo real y existente y
por tanto el sentido de la lucha de las mujeres.[7]
Desde la experiencia
lésbica, la insumisa “sujeta” se resiste a ser
reemplazada o desplazada. La participación de las trans en los
Encuentros Lésbicos Feministas Latinoamericanos y del Caribe (ELFLACs), se puso
a consideración en el VI Encuentro de 2004. Algunos grupos de lesbianas que trabajan
en conjunto con el movimiento LGTB y que apuestan a la transformación del
sujeto identitario como un sujeto múltiple e indefinido, apoyaron la inclusión
de las trans lesbianas a los Encuentros en una crítica a
la naturalización de las construcciones genéricas. Una segunda postura defendió
la exclusividad de los encuentros lésbicos argumentando que la vestimenta no
podía darle a las trans la experiencia histórica ni biológica del ser mujer
lesbiana, y una tercera postura, sin negar la crítica a la naturalización,
cuestionaron el reforzamiento pragmático del sistema binario que reedita
valores de la feminidad más colonizada como fundamento ontológico. En
consecuencia, cuestionan el mandato transgenérico, defienden la necesidad de
espacios políticos diferenciados y el derecho a la autodeterminación como
ejercicio de autonomía.[8]
En tanto no hubo acuerdo, los ELFLCs siguen manteniéndose específicos.
Esta resolución por
afirmación u omisión seguramente provoca cuestionamientos ¿Cómo es posible que
en plena era de la economía liberal de mercado, la
globalización y el postestructuralismo; las lesbianas se
resistan y sigan reivindicando un sujeto definido que prioriza la mirada desde
la diferencia?
Si bien la dominación masculina ha utilizado las diferencias
a favor de la desigualdad, esta ha sido una consecuencia perversa.[9]
El concepto de diferencia no tiene de por sí nada de ontológico. Es la forma
que tienen los amos de interpretar una situación histórica de dominación.[10]
Y es que en el proceso de autosignificarse las lesbianas crean
un orden simbólico, en tal sentido, los “lugares propios”, no son
necesariamente guetos, ponen de manifiesto un “modo” peculiar de estar en el
mundo, una forma de crear y recrear un orden simbólico. Un espacio necesario
para desentrañar la dominación simbólica que se nos ha impuesto y que acatamos
sin conciencia de ello.[11]
Lo que no significa negarse a entablar puentes de comunicación y acción
conjunta con otros sujetos. Cuestionar la descentración del sujeto, no ha
significado quedarse sólo y únicamente en el lugar propio, sino poner en
cuestión la lógica posestructuralista que ha reeditado una universalidad masculina,
que niega las posibilidades de un sujeto que ha empezado a hablar por si mismo
y en nombre de sus subjetividades.
En América Latina, es pertinente poner en cuestión la
crítica al sujeto transformador, en un momento donde justamente la embestida
neoliberal impulsada por los gobiernos latinoamericanos que pretenden vender a
las transnacionales los recursos naturales para la explotación de hidrocarburos
a costa de desaparecer a los pueblos originarios y su cultura comunitaria bajo
el argumento (o pensamiento único) de desarrollo, son los indígenas, a costa de
sus vidas, los que se resisten a la imposición del neoliberalismo. El feminismo
latinoamericano tiene el gran reto de incorporar a su análisis una perspectiva
nuestramericana y sumarse a la resistencia de la imposición de un sistema
neocolonial y de exterminio y de reconfigurar una nueva cultura junto a los
sujetos subalternos de los pueblos de América Latina.
[1] Ponencia, Coloquio,
Nuevos retos del feminismo. Universidad de Buenos Aires, julio 2009.
[2]Mogrovejo, Norma; Un
amor que se atrevió a decir su nombre. La lucha de las lesbianas y su relación
con los movimientos feminista y homosexual en América Latina. Plaza y Valdés,
México, 2000.
[3] Mogrovejo, Norma; La
lesbiana no nace, elige serlo. Ponencia presentada al Coloquio “Simone de Beauvoir no nació: se hizo”, septiembre de 2008. En edición
[4] Bunch; Charlotte. Opciones Feministas. Mimeo Centro de la
Mujer Peruana Flora Tristán, Lima, 1986.
[5] Pisano, Margarita,
Una larga lucha de fracasos. En: ALAI
N°7, noviembre, 1999 pp.20.
[6] Fischer, Amalia, Los
complejos caminos de la autonomía. En: Feminismos disidentes en América Latina
y el Caribe. Nouvelles questions
feministas 244 N°2, 2005, pp.55.
[7] Alcoff, Linda (s/f) Feminismo Cultural versus
post-estructuralismo. Fotocopia.
[9] Sendón de León, Victoria, Feminismo de la diferencia, http://www.mamametal.com/creatividadfeminista/articulos/indice_feminismo.htm,
consultado el 7 de Junio de 2009
[10] Wittig,
Monique, La mente hétero, http://www.democraciaglobal.org/facipub/upload/publicaciones/1/184/files/la%20mente%20hetero.doc, consultado el
7 de junio de 2009.
[11] Sendón de León, ibidem.
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