MOVIMIENTO LÉSBICO
LATINOAMERICANO, SU CONFORMACIÓN Y BUSQUEDA DE AUTONOMIA[1]
Norma Mogrovejo
La
conformación del movimiento lésbico feminista latinoamericano no ha sido sencilla,
en una región donde la religión católica a través del Estado y sus instituciones,
marca las pautas de la moral y en consecuencia la validación de las mujeres por
su adhesión disciplinar a la familia, la heterosexualidad y la reproducción, las
lesbianas tuvieron que iniciar su lucha desde la clandestinidad, buscando
espacios de legitimación primero dentro de la sociedad civil y luego en forma
autónoma para reconfirgurarse a sí mismas como un sujeto político generador de
discurso.
El inicio
del movimiento lésbico homosexual en América Latina, está íntimamente ligado a
la historia política de nuestro continente. La instauración de regímenes
autoritarios en la década del 60 y 70 provocó la respuesta de diversos sectores
de la sociedad; grupos guerrilleros que buscaron a través de la violencia el
derrocamiento del autoritarismo y el establecimiento de mejores condiciones de
vida, más equitativas y justas; organizaciones de obreros, campesinos,
indígenas, mujeres, jóvenes, sectores populares, homosexuales, etc., desde la
sociedad civil, en su demanda por la democratización y respeto a los derechos
humanos, buscaban también cambios societales (Mogrovejo, 2000). Esta
efervescencia dio lugar al surgimiento de una nueva generación de jóvenes que
recusaba a la autoridad y traía como respuesta actitudes contraculturales,
influida por los logros de la revolución cubana, el Che Guevara y las luchas
estudiantiles de Europa y Norteamérica, donde
se ventilaban nuevos conceptos sobre libertad sexual y que echaron
raíces en México y América Latina a principios de los sesenta (Lumsdem, 1991).
En dicho contexto
surgió el movimiento lésbico homosexual latinoamericano, influenciado tanto por
el contexto político de la región como por el reclamo político del stonewall de
1969, año en el que surgió el primer grupo homosexual en Argentina en plena
dictadura militar, “Nuestro Mundo”. Sus
integrantes, en su mayoría activistas de gremios de clase media baja, liderados
por un ex militante comunista segregado del partido por homosexual, se
dedicaron durante dos años a bombardear las redacciones de los medios porteños
con boletines mimeografiados que pregonaban la liberación homosexual. En agosto
de 1971, la ligazón de Nuestro Mundo a un grupo de intelectuales gays
inspirados en el Gay Power americano, dio nacimiento al Frente de Liberación
Homosexual (FLH) de la Argentina.
Bajo el mismo nombre, el FLH, y el mismo año, surgió en México el primer grupo
organizado, siendo su principal cara pública la directora de teatro Nancy
Cárdenas (Mogrovejo, 2000).
Aunque en número menor, las lesbianas fueron parte de los grupos homosexuales.
Fue con la influencia del feminismo latinoamericano, denominado de la segunda
ola, que empezaron a pensarse a sí mismas a partir de sus particularidades como
mujeres. De hecho, la denominación que tenían era el de “homosexuales
femeninas”, el término de “lesbianas” apareció en 1975 en la Conferencia por el
Año Internacional de la Mujer bajo la influencia del feminismo.
Desde los
primeros grupos mixtos, las lesbianas empezaron a identificar la segregación ejercida
por parte de los homosexuales. El feminismo les aportó herramientas teóricas y
metodológicas para analizar las relaciones de desigualdad entre hombres y
mujeres y fue grande su sorpresa encontrar ese mismo sexismo al interior de las
organizaciones homosexuales (Mogrovejo, 2000).
Esta primera
experiencia, empezó a perfilar una característica en las lesbianas
latinoamericanas, la insumisión respecto a relaciones de poder que pusieran en
riesgo su autonomía. Y fue a partir de entonces que las lesbianas optaron por
el separatismo como una estrategia de organización y posicionamiento político
que les permitió elaborar ámbitos teóricos desde la autonomía (Mogrovejo, 2009).
Es así que
en casi todos los grupos mixtos, las lesbianas empezaron a organizarse en
comités específicos o a separarse de los homosexuales y formar grupos autónomos.
En México el grupo Lambda de Liberación Homosexual
que inició en 1978, tuvo un Comité de
Lucha Feminista que llevaba a las plenarias las discusiones feministas y
donde gran parte de los activistas fueron formados bajo dichos principios. En
Brasil, el mismo año, inició el grupo Somos y con el acercamiento de las
lesbianas al feminismo formaron el sub-grupo
Lésbico Feminista y posteriormente se separaron formando el Grupo de Acción Lésbico Feminista (GALF)
y que años después dio lugar al grupo Um Outro Olhar. El GALF se caracterizó por la
promoción de eventos político-culturales en espacios feministas, homosexuales,
político partidarios y en la sociedad civil. Iniciaron la formación de una
biblioteca lésbica y publicaron doce ediciones del boletín Chana com chana (bulba con bulba) desde 1981 de gran importancia,
por ser una de las primeras publicaciones lésbico-feministas de la región
(Mogrovejo, 2000).
La organización lésbica autónoma
La
experiencia de organización autónoma de las lesbianas latinoamericanas se
inicia en 1977 en México con el grupo Lesbos,
con lesbianas que habían participado en grupos feministas y que experimentaron
también exclusión de parte de las feministas heterosexuales. Las declaraciones
fundacionales de Lesbos estuvieron articuladas a las luchas de todos los sectores
marginales contra los sistemas socioeconómicos represivos y por la construcción
de una nueva organización social. A
pesar de su declaración política, las primeras discusiones que causaron
diferencias y rupturas respondían a la necesidad de algunas de salir al ámbito
público y asumir la lucha lésbica desde lo político-público, a lo que se empezó
a denominar “salir del closet”; y la defensa de otras, de mantenerse como un
grupo cerrado de contención, lo que a su vez expresaba el miedo a las posibles
represalias de una sociedad lesbofóbica principalmente en el ámbito familiar,
laboral o escolar. Es así que a pesar de aparecer grupos de lesbianas en
algunos países, en los 70 y 80s, debido al clima de violencia, la mayoría operó
sobre todo en sus inicios, desde la semiclandestinidad.
Lesbos dio
lugar al famoso Ollin Iskan Katuntat Bebeth Thot (OIKABETH), que en maya
significa "Movimiento de mujeres guerreras que abren camino y esparcen
flores". OIKABETH tuvo una característica un tanto mística, alimentaba el
imaginario de formar una especie de amazonas, guerreras dispuestas a realizar
la revolución lésbica y transformar las relaciones sociales. Trabajaron
coordinadamente con las lesbianas de Lambda y del Frente Homosexual de Acción
Revolucionaria (FHAR) y entablaron puentes de comunicación e intercambio con
las feministas heterosexuales (Mogrovejo, 2000). En estos encuentros, las
feministas heterosexuales, tuvieron la oportunidad de cuestionar sus temores a
ser estigmatizadas como lesbianas y la resistencia que ello causaba para
aceptar a las lesbianas como pares y a sus propuestas como parte de la agenda feminista.
A lo que las lesbianas denominaron hermetismo heterocentrista. Las demandas feministas
fueron pensadas para mujeres en relaciones heterosexuales, así, el derecho al
aborto, la lucha contra la violencia hacia las mujeres y la maternidad libre y
voluntaria sólo fueron resignificadas también para lesbianas algunos años
después. En éstos encuentros las feministas pudieron replantear la sexualidad
como espacios productores de poder, de práctica política ligada al placer y la
negociación, y por tanto, una experiencia generadora de sujeto. Esta relación
sirvió también para cuestionar sobremanera, el modelo reproductivo como único
ejercicio de la sexualidad, y en ese sentido, muchas heterosexuales pudieron liberarse de una sexualidad impuesta gracias a
la experimentación y los conceptos construccionistas (Mogrovejo, 2009). Estas mismas reflexiones fueron experimentadas
en diferentes países donde el heterofemenismo había ejercido formas de
lesbofobia y la presencia de las lesbianas aportó a transformar las dinámicas
de relación, las concepciones teóricas y las agendas.
OIKABETH dio lugar al grupo Lesbianas Socialistas, el que a su vez dio
lugar al grupo Seminario Marxista Leninista de Lesbianas Feministas, todos estos
liderados por Yan María Castro, activista incansable que ligó el análisis de
clase al feminismo. A inicios de los 80 también surgió La Comuna de Morelos, interesante experiencia en un estado cercano
al Distrito Federal, conformado principalmente por lesbianas campesinas quienes
ensayaron una forma de economía comunitaria y trabajo colectivo. Dejó de
existir debido al miedo experimentado por sus integrantes por una supuesta y
posible persecución por parte del Estado (Mogrovejo,
2000).
La influencia de los Encuentros Feministas
Los
Encuentros Feministas Latinoamericanos y del Caribe iniciados en la década de
los 80 fueron una importante influencia para que el movimiento lésbico
latinoamericano pudiera articularse regionalmente y desplegar con más fuerza su
corriente autónoma. En el I Encuentro en Colombia en 1981, el tema del
lesbianismo no estuvo contemplado en el programa pero las lesbianas organizaron
un foro sobre lesbianismo en la comisión
de Sexualidad y Vida Cotidiana (Mogrovejo, 2004). En el II Encuentro Feminista en Perú en 1983 el taller sobre patriarcado y
lesbianismo se convirtió en “el taller” de todo el evento. Después de dicho Encuentro
surgieron: el Grupo de Acción Lésbica Feminista (GALF) de Perú[2]
y GALF de Brasil; Cuarto Creciente,[3]
Oasis[4]
y MULA[5]
en México, Ayuquelén en Chile;[6]
y Mitilene en República Dominicana. Después del III Encuentro Feminista en
Brasil en 1985, inició en Argentina el Grupo
Autogestivo de Lesbianas (GAL)[7]
impulsado por Ilse Fuskova, quién después de la
masiva respuesta de lesbianas a raíz de una entrevista en televisión forma Convocatoria Lesbiana. La preparación
del V Encuentro Feminista que se realizaría en 1990, movilizó un número
importante de lesbianas quienes participaron en el Frente Sáfico (FRESA). Ese
mismo año se creó el grupo Las Lunas y
las Otras, que marcó una nueva generación lésbica-feminista y
posteriormente el Grupo de Reflexión de Lesbianas (GRL).
Después de asistir a una Conferencia
de Ginebra, organizada por el International Lesbian Information Service (ILIS)
en 1986 y experimentar la ausencia de espacios para lesbianas dentro del
feminismo, una lesbiana costarricense planteó la necesidad de constituir una
organización lésbica que luchara contra la opresión hacia las lesbianas, es así
que nace en marzo de 1987, las
Entendidas en Costa Rica (Mogrovejo, 2000).[8]
La necesidad de Encuentros propios
En el III Encuentro Feminista en Brasil
de 1985, GALF-Brasil y GALF-Perú
convocaron al taller: "Cómo organizarnos las lesbianas" donde se
propuso la necesidad de Encuentros lésbicos latinoamericanos fuera de los
marcos de los Encuentros Feministas, y la necesidad de impulsar una Red de apoyo e intercambio de
información entre lesbianas del continente (Mogrovejo,
2004).
Esta vocación autonómica de las lesbianas latinoamericanas, debe ser
entendida como resultado de su experiencia con otros sectores. De la
resistencia a las políticas heterocentristas del feminismo y la práctica
falogocéntrica y misógina del movimiento homosexual y la izquierda (Mogrovejo, 2000). Un Encuentro
propio, planteaba la necesidad de repensarse a sí mismas y trabajar propuestas
desde la experiencia y el propio cuerpo. Práctica que no fue fácil mantener.
La experiencia del I ELFLAC en 1987 se realizó en México, previo a IV
Encuentro Feminista. La presencia de la Cooperación Internacional hizo particularmente
conflictivo el Encuentro y marcó una dinámica institucionalizante, la lucha por
el poder, la representatividad y un financiamiento que nunca antes había
existido para el trabajo lésbico. Sin embargo, la presencia de las lesbianas unos
días después, en el posterior Encuentro Feminista apareció compacta, con un
discurso sólido, cuestionando el heterocentrismo de la acción colectiva y
agenda del feminismo.
Los posteriores encuentros directa o indirectamente también se vieron
afectados por los intereses de la Cooperación Internacional, organismos gays
eurocéntricos, las dinámicas partidarias de algunas localidades y la lesbofobia
del Estado, la Iglesia y algunos sectores de la sociedad civil. Al momento se realizaron VIII ELFLACs,[9] llevados
a cabo con muchas dificultades debido a las injerencias mencionadas y también
la debilidad organizativa de algunos países, sin embargo, han sido importantes
los aportes de las lesbianas al movimiento feminista, al movimiento homosexual
y a la sociedad en su conjunto.
Si bien los 70 y 80s el lesbofeminismo recreó una tradición autonómica
dentro del feminismo, el ingreso del neoliberalismo y la globalización en la
década de los noventas, transformó por completo las dinámicas sociales tanto en
la producción discursiva, en los análisis y las miradas. Los
cuestionamientos del lesbofeminismo a las relaciones de poder clasistas,
racistas, generacionales, androcéntricas y heterocentricas perdieron
centralidad ante las demandas por derechos. Con el debilitamiento del
Estado-nación por las transformaciones de la globalización, las escalas de la
acción social se trasladaron de lo local a lo global y tomaron centralidad
demandas que fueron impulsadas desde los organismos supranacionales como las de
derechos humanos, derechos sexuales y reproductivos y diversidad sexual
(Mogrovejo 2009a). Y en esa lógica se agruparon las denominadas “minorías” bajo
el concepto de “diversidad sexual” que incluye también a los heterosexuales,
perdiendo así, el sentido crítico de la sexualidad hegemónica y normativa
(Mogrovejo, 2008). Los intereses por el financiamiento llevaron a este sector a
agruparse bajo la denominación LGTTTB, que prioriza los ámbitos identitarios y donde
la presencia lésbica perdió importancia o se reformuló bajo una lógica
masculina (Curiel 2006).
Los
noventa también trajeron la instalación de nuevas concepciones filosóficas; con
la crítica al naturalismo y la apuesta a los postulados construccionistas del
género, el post feminismo, renunciaba a considerar al sujeto femenino como el
centro de su política. Bajo esa lógica, ya no tenía sentido tampoco mantener
espacios diferenciados en base a identidades, puesto que lo hombre, mujer,
lesbiana, homosexual no darían cuenta de identidades fijas inmutables, ni de
esencia alguna, por tanto fueron desestimadas concepciones sobre la justicia y
la verdad (Mogrovejo 2009).
En ese contexto, la
búsqueda de la autonomía, ha circundado caminos sinuosos y ha implicado costos
importantes a nivel de la experiencia organizativa. Los procesos de institucionalización del movimiento feminista y otros
movimientos sociales, también afectaron al Movimiento Lésbico, modificando las
lógicas de la acción social. Los financiamientos en la mayoría de los casos,
condicionaron agendas tendientes a priorizar prácticas integracionistas a los
valores de la heterosexualidad y el mercado neoliberal, generaron burocracias
representativas y falsos liderazgos. La institucionalización posicionó a un
feminismo y un lesbofeminismo hegemónico, un tipo de discurso y una lógica de
pensamiento más euro-norcéntrico que latinoamericano. La resistencia y los
cuestionamientos vinieron de sectores críticos a las nuevas formas de
colonialidad y dependencias, al tiempo que
defendieron políticas autogestivas y temáticas que problematizaron lo
lésbico más allá del ámbito puramente sexual e identitario.
En esta experiencia, es importante rescatar que, tanto con la
organización de las lesbianas en grupos autogestivos, como con los ELFLAC, la
generación de una cultura lésbica, que sirvió de referencia a muchas lesbianas
en la región, quienes carentes de una historia y una
genealogía en la cual reconocerse, construyeron una cultura propia que le
disputa a la heterosexualidad obligatoria y compulsiva, valores hegemónicos del
ser mujer. Así, alentadas por el deseo de
recuperar el femenino mutilado por el patriarcado, la genealogía del
conocimiento que logró escapar, si esto es posible, del pensamiento masculino;
las lesbianas forjaron grupos activistas de lesbianas, grupos de amigas, grupos
deportivos, comunas, experiencias autogestivas, de autosostenimiento, economías
compartidas, experiencias urbanas y rurales, espirituales y materialistas, de
complicidad y solidaridad entre mujeres para hacer de lo privado espacios de
reflexión y práctica política y de los espacios públicos un encuentro con lo
cotidiano y hasta lo espiritual. Las artistas crearon arte lésbico: grupos de
pintoras, poetas, teatreras, músicas; organizaron exposiciones, recitales, festivales
de cine, editaron revistas,
organizaron archivos lésbicos, marchas lésbicas y sobre todo, fiestas sólo para lesbianas. Acciones que fueron
entendidas también como una forma de acción política. Y es quizás este proceso,
que aportó sobre todo al feminismo, una mirada de la diferencia en la
diferencia.
Si bien, los Encuentros Lésbicos
Feministas de América Latina y el Caribe (ELFLAC)[10] uno
de los espacios más importantes de confluencia política de las lesbianas
latinoamericanas, expresan la convicción autónoma y separatista a nivel de la
organización social, el nexo con el feminismo ha sido importante principalmente
porque la teoría feminista ha alimentado las reflexiones
lésbicas y porque el feminismo se hizo más transformador,
analítico, propositivo y enriquecedor cuando las lesbianas comenzaron a generar
un pensamiento y una acción política más radical al explicar cómo la
heterosexualidad era un Régimen político, normativo y obligatorio que tenía
efectos nefastos para las mujeres en el plano económico, social, cultural,
simbólico y emocional, limitando su autonomía y su libertad (Curiel 2006).
El lesbofeminismo al afirmarse como una opción política para cualquier mujer, es decir, más que una
preferencia sexual (De Lauretis, 1993), se ha posicionado como
una corriente política que desafía a uno de los regímenes políticos más
impositivos, la heterosexualidad, que
obliga a que las relaciones entre hombres y mujeres sean relaciones de dominio,
basadas en la división del trabajo en razón de sexo, y en la imposición de la
sexualidad reproductiva. Es una propuesta transformadora que supone no
depender ni sexual, ni emocional, ni económica, ni culturalmente de los
hombres. Ahora más que nunca, la tradición autónoma plantea el reto de
reafirmar su postura eminentemente política, que hace del
sujeto lesbiana, un posicionamiento frente al patriarcado, la heterosexualidad
obligatoria, el racismo, el clasismo, el neocolonialismo, el neoliberalismo, el
militarismo, los nacionalismos, entre otros.
Bibliografía
Curiel, Ochy. “El Lesbianismo Feminista
en América Latina y El Caribe: una propuesta política transformadora”. Ponencia
presentada al 1er Encuentro de Diversidad Sexual de las Mujeres realizado en
Bogotá en octubre del 2006, organizado por el Colectivo Triangulo Negro.
De
Lauretis, “Sujetos excéntricos: la
teoría feminista y la conciencia histórica”. De mujer a género, teoría, interpretación y práctica feministas en las
ciencias sociales. María C. Cangiamo y Lindsay DuBois, comps. Buenos Aires:
Centro Editor de América Latina, 1993. 73-113.
Lumsden,
Ian. Homosexualidad, sociedad y Estado en
México. Ed. Colectivo Sol, México, D.F., 1991.
Mogrovejo,
Norma. “Algunos aportes del lesbofeminismo al feminismo latinoamericano”. Ponencia
presentada al Coloquio Nuevos Retos del Feminismo. Universidad de Buenos Aires,
julio de 2009.
---. “El feminismo en la era del neoliberalismo hegemónico”. En: Mujer y
Violencia: El Feminismo en la era de la Globalización. Cuadernos del seminario 2, Ciencias Políticas y Administración
Urbana. UACM., 2009a
---.
“Diversidad sexual un concepto problemático”. Trabajo Social 18, 2008: 62-71.
---. “Los
Encuentros Lésbico feministas de América Latina y el Caribe”. Teoría lésbica, participación política y
literatura. UACM, 2004.
---. Un amor que se atrevió a decir su nombre. La
lucha de las lesbianas y su relación con los movimientos feminista y homosexual
en América Latina, Ed. CDAHL, Plaza y Valdés, México, 2000.
[1] Publicado en: Alcalde, M. Cristina; Bordo, Susan y Rosenman, Ellen, compiladoras.
Provocations: A Transnational Reader
in the History of Feminist Thought, University of
California Press, 2015.
[2] Publicó la revista Al Margen, asumió la organización del II
ELFLAC para 1989 pero debido a la violencia generada por grupos terroristas
como Sendero Luminoso y el MRTA y el Estado, pidieron a las Entendidas de Costa Rica que organizaran
dicho Encuentro.
[3] Uno
de los espacios culturales más importantes en el movimiento lésbico mexicano,
contaron con un espacio para talleres, encuentros, cafetería y biblioteca, en
el corazón del centro histórico. La
propuesta de Cuarto Creciente era
llevar a la práctica cotidiana y personal el análisis político y asumieron el
activismo como una intervención en lo cotidiano. El feminismo no debía terminar
en el espacio laboral, ni con la jornada de trabajo, la vida cotidiana debía
ser parte de las transformaciones políticas, de allí que era necesario
colectivizar lo individual y politizar lo privado. Sus actividades mescladas
con la espiritualidad y el esoterismo, expresaban la generación cultural desde
la diferencia.
[4] Un espacio de encuentros y centro de documentación en un pueblo,
denominado mágico, Tepoztlán, Morelos, al que han llegado a vivir “gente
alternativa”, hippies, artesanos, comunas de extranjeros y una importante población
lésbica, quienes han denominado al pueblo “Lesbostlán”. Oasis se caracterizó
también por ser un espacio exclusivo para lesbianas, desde el separatismo, la
autonomía y la diferencia.
[5] Trabajó sobre todo talleres de sexualidad, erotismo y lesbofobia
en espacios heterofeministas.
[6] Ayuquelén surge en
1983, en plena dictadura militar, debido a la segregación sufrida por parte de
las feministas heterosexuales organizadas y el asesinato de una lesbiana por
parte de un policía civil en plena vía pública. Pese al adverso contexto
político que las mantuvo en una semiclandestinidad, realizaron un Encentro
Nacional y diversos talleres de formación que dieron lugar a posteriores
generaciones.
[8] Publicaron once
números de La Boletina lo que les permitió infiltrarse en ciertos espacios de la sociedad
costarricense, principalmente lésbico-homosexuales. Para acercarse a la
comunidad lésbica, organizaron durante varios años "las noches sólo para
mujeres", actividades culturales, literarias y talleres para fortalecer la
autoestima en el bar La Avispa. Organizaron el II ELFLAC en 1990, en medio de
una fuerte represión lesbofóbica ejercida por el Estado y la Iglesia.
[9] El artículo fue
escrito en 2011, para cuando salió la publicación y al momento de revisarlo
para la presente compilación ya se han realizado diez Encuentros, los que son
analizados en otro capítulo de esta compilación.
[10] A partir del IX
Encuentro en Bolivia, en noviembre del 2012, cambia la denominación a
Encuentros Lésbcofeministas del Abya Yala (ELFLAY) en una clara adhesión a una
perspectiva decolonial.
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