Madres lesbianas,
familias resignificadas.
Poco sexo, más clase
y mucha raza[1]
Norma Mogrovejo
La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene
derecho a la protección de la sociedad y del Estado. Declaración Universal de
los Derechos Humanos. Resolución 217 A, 1948. Organización de las Naciones
Unidas (ONU)
Se debe conceder a la familia, que es el elemento natural y fundamental
de la sociedad, la más amplia protección y asistencia posibles, especialmente
para su constitución y mientras sea responsable del cuidado y la educación de
los hijos a su cargo. Pacto
Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, 1996. Organización
de las Naciones Unidas (ONU)
La familia como grupo fundamental de la sociedad y medio natural para el
crecimiento y el bienestar de sus miembros, y en particular de los niños, debe
recibir la protección y asistencia necesarias para poder asumir plenamente sus
responsabilidades dentro de la comunidad. Convención de los derechos del niño,
1989.
La familia es la unidad básica de la sociedad. El proceso de rápido
cambio demográfico y socioeconómico ha influido en las modalidades de formación
de las familias y en la vida familiar y ha provocado cambios considerables en
la composición y en la estructura de las familias. Conferencia Internacional
sobre la Población y el Desarrollo. El Cairo 1994. Fondo de Población de las
Naciones Unidas (UNFPA)
La
familia es considerada tanto por el Estado como los organismos supraestatales
como una institución natural, fundamental para la sociedad y la unidad básica
de la sociedad a la que hay que proteger y respetar. Hay una intención política
en naturalizar la familia. La afirmación de que es una institución que ha
existido desde siempre, es un mito interesado. Gargallo afirma que las formas
de asociación de los seres humanos y su regulación en lo que conocemos como
matrimonio, responden en cada lugar a sus propias concepciones culturales,
religiosas y genéricas, su institucionalización casi siempre refleja
estratificación y una situación inferiorizada de las mujeres y los niños, y la apropiación por parte de los hombres de la capacidad reproductiva de las
mujeres a las que se excluye del mundo para reducirlas a la obediencia de un
núcleo privado. Privado de la sociabilidad y sus libertades y derechos
(Gargallo, 2012). ¿Por qué entonces el interés del Estado, los organismos
supraestatales, la iglesia y gran parte de la sociedad por preservarla y
protegerla? ¿Existe alguna posibilidad de resignificarnos fuera de la
organización familiar?
Anderson plantea que tanto la familia como la nación son pensadas dentro
de una “ley natural”, a pesar de que son históricas y contingentes, a tal punto
que es posible “morir por ella”, igual que por la familia (Anderson,1993).
En la ampliación del
concepto familia, la inclusión de lesbianas y homosexuales se legitima con la
aprobación del matrimonio gay. Antes rechazados y perseguidos, hoy incluidos y
condicionados a las dinámicas del consumo neoliberal, de los valores
heteropatriarcales y pieza clave para la continuidad del proyecto colonial civilizatorio de estratificación racial y genérica para
apropiarse del trabajo de las “razas inferiores” y los cuerpos de las mujeres. La resignificación del
matrimonio y la familia gay, en el contexto neoliberal y al mismo tiempo
colonial, nos permite analizar el significado universalizador y totalizante del
régimen familiar y su consecuente pensamiento familiocéntrico. Verdad esencial
que sirve para el mercado.
La
organización familiar y las estructuras de poder
¿Qué
significa que la familia sea el núcleo de la sociedad? ¿Es la familia la base
de la estructura social? Según Irene Meler, la metáfora
de la familia como célula básica de la sociedad, olvida que las células
adquieren su forma de acuerdo con el tejido, es decir, la familia se estructura
según la organización social, el modo económico de producción, y la cultura
dominante que el sistema político necesita. En este sentido pensar que la
familia responde al interés del poder político, nos obliga a reflexionar en el
papel de los sujetos y sus agencias, en este caso, del abandono que el
feminismo ha hecho a la crítica de la familia y el matrimonio y el lugar
subordinado impuesto a las mujeres dentro de ambas instituciones.
Uno de
los primeros autores que analizó a la familia, derivada de los modos de
producción de cada sociedad fue Federico Engels, quién en El origen de la familia la propiedad privada y el estado, reconoce
la subordinación de las mujeres como un desenlace histórico. Si bien hay una
interpretación naturalista en su análisis, respecto la división sexual del
trabajo debido a las diferencias bilógicas entre los sexos, se le reconoce ser
el primero que desnaturalizó la asimetría de poder entre hombres y mujeres.
Para Engels la apropiación de los medios de producción por parte de los
hombres, les permitió generar excedentes que dieron lugar a la herencia y al
aseguramiento de la filiación masculina, en consecuencia, la imposición de la
monogamia exclusiva para las mujeres,
que permitió a los hombres tener control sobre su sexualidad, imponer
patrilinajes y residencia virilocal (Engels, 2012). Esta perspectiva abrió la
posibilidad de teorizar acerca de la existencia de cambios sociales en las
relaciones entre los sexos.
Si bien
la perspectiva marxista resulta más verosímil que otras, en cuanto la
organización económica, no percibe la importancia de la reproducción, tanto
biológica como cultural, en el destino social de los sujetos. Teniendo a Morgan
como principal fuente, el evolucionismo antropológico, parte de una teleología
ideológica conservadora, que establece en las organizaciones familiares
observadas, una especie de progresión histórica que culminaría de forma
sospechosa en el modo de familizarización hegemónica de la sociedad en la que
Morgan habitaba.
Lévi
Strauss, el creador de la antropología estructural, propone la existencia de
dos principios fundamentales que rigieron el funcionamiento familiar: el
tabú del incesto y la división sexual del trabajo. El primero como un pacto
social entre hombres que consistía en intercambiar a las mujeres con grupos
diferentes, renunciando a la “posesión sexual” por parte de su grupo de origen,
lo que les permitió a los hombres adquirir parientes varones, que fueran
aliados para la cacería y la guerra. En cuanto la división sexual del trabajo,
Lévi Strauss consideró que la regulación social de tareas diferenciadas entre
hombres y mujeres fue necesaria para la subsistencia de un grupo y que
estimularía la dependencia recíproca entre sexos, favoreciendo a la formación
de parejas conyugales y la reproducción ordenada dentro de organizaciones
familiares (Strauss, 91).
Los
análisis de la posición histórica de las mujeres dentro de la familia, fueron
de suma importancia para la antropología feminista, en un intento de explicar y
transformar la subordinación de las mujeres. La antropóloga feminista Gayle
Rubin, replanteó el pensamiento estructuralista en su artículo sobre el Tráfico de mujeres, donde re conceptualiza el “intercambio” de Lévi
Strauss por “tráfico”, aludiendo a la trata de esclavos y mujeres. Rubin señaló
que el tabú del incesto presuponía otro tabú que quedaba implícito: el tabú
contra la homosexualidad, por la interpretación naturalista de relaciones
hetero-reproductivas de Lévi Strauss. El tráfico de mujeres supuso, el
establecimiento de uniones cuya sexualidad fuera reproductiva con nexos
significativos entre estos arreglos sexuales y los arreglos políticos y
económicos que organizan las sociedades humanas. De ahí el subtítulo de su artículo
“Notas para una ‘economía política’ del sexo” (Meler, 2008). Con el concepto sistema sexo/género, Rubin refiere que el sexo da
lugar al género, de tal manera que éste y la heterosexualidad obligatoria son producidos culturalmente, y las mujeres son
relegadas a una posición secundaria en la familia y las relaciones humanas.
En
respuesta, desde el feminismo materialista Monique Wittig afirmó que tanto el
género como el sexo son construcciones socioculturales que no tienen nada de
naturales porque no tienen existencia antes de lo social. Para Wittg el sexo es
una categoría política y económica impuesta para subordinar mentes y cuerpos, y
determina el papel y el rol que las mujeres (y los hombres) deben jugar en la
sociedad. Es la opresión la que crea el sexo, y no al revés, afirma, por lo que
es necesario destruir política, filosófica y simbólicamente las categorías
históricas “hombres” y “mujeres”. Señala que la heterosexualidad es un régimen
político que facilita la opresión de los hombres sobre las mujeres, y del cual
escapan las lesbianas por ser prófugas de su clase social (mujeres). Apunta
además, que tanto la heterosexualidad como la estructura de la familia
heterosexual, estarían reproduciendo un régimen de dominación que habría que
transformar (Wittig, 2006).
Así pues, desde distintas vertientes
el feminismo plantea la necesidad de revisar la matriz heterosexual que
conlleva el género y los efectos de la naturalización de la masculinidad y
feminidad en la ontología de las personas y la regulación que esto implica en
su forma de asociación, la familia.
Masculinidad y feminidad son
distribuidos, encarnados y resignificados contradictoriamente en cada sujeto
nos dice Butler, y no hay actuaciones de la feminidad o masculinidad que sean
más verdaderas que otras, sólo son formas de negociación de esos ideales, que a
la vez tienden a ser más naturalizados o legitimados que otros, lo que los
vuelve “más respetables” de acuerdo con
un imaginario social que continúa siendo primordialmente heterocéntrico
(Sabsay, 2009).
Para desnaturalizar la organización
política familiar, Butler apunta la necesidad de distinguir “familia” de
“parentesco”, pensando en éste como la comunidad que participa de las mayores
celebraciones y pérdidas de nuestras vidas. “Creo que es un error restringir la
idea de parentesco a la familia nuclear. Creo que todos necesitamos producir y
sostener este tipo de comunidades, pero se deposita demasiado peso emocional
sobre la familia y la pareja. No es necesario estar unidos por la sangre o por
el matrimonio para convertirse en esenciales unos para los otros. No solamente
tenemos que imaginarnos más allá de estas maneras de relacionarnos sino también
cómo podríamos vivir en ellas” (Sabsay, 2009). O fuera de ella, si esto es
posible, me pregunto.
Las transformaciones históricas
de la familia
Dependiendo
de las necesidades económicas y políticas, la institución “familia”, se ha adaptado a lo largo de la historia a las
diferentes culturas, pero no deja de tener como función principal e ideológica,
normalizar estratificaciones, legitimar roles
y regular comportamientos.
La colonia trajo al Abya Yala el
modelo universal y normativizador de familia, tanto Breny Mendoza como María
Lugones apuntan que para regular la familia bajo un sistema de castas y de
estratificación rígida, el régimen colonial usó como estrategia la
heterosexualización reproductiva y la engenerización (Lugones, 2007). Así, el
concepto de mestizaje ha sido construido como una categoría heterosexual, pues
implicó el producto híbrido de la relación entre el español y la mujer
indígena. El proyecto occidental de blanqueamiento fue posible a través de la
apropiación de sus cuerpos, de su sexualidad y su fuerza de trabajo (Mendoza,
2001).
La familia nuclear
A mediados del siglo XIX, se
constituyó la noción de familia nuclear, conformada por la pareja heterosexual
con hijos, hoy conocida como familia moderna. Éstas eran unidades económicas,
sociales y políticas, que subordinaban los intereses de los hijos y mujeres a
los del padre. Y a la vez, cada familia servía a los intereses de grupos de
parentesco más amplios, controlados por el patriarca. Las uniones de hombres y
mujeres dependían de éste, quien fomentaba uniones con el objetivo de continuar
con el linaje. En estas familias, que podemos denominar premodernas, los
hombres tenían el poder indiscutido y las mujeres eran subordinadas a cambio de
protección y estatus social, que además incluía
el control sobre sus cuerpos, sus emociones, sus hijos y su trabajo.
La familia moderna
En la familia moderna que acompañó el
desarrollo de la sociedad industrial, los hombres comenzaron a trabajar en las
actividades fabriles, con lo que proveyeron abrigo y comida a su familia
gracias al “salario familiar” que excluyó a las mujeres del mundo público y las
recluyó al ámbito doméstico en la crianza de los niños. Con la
industrialización y el capitalismo se requirió de núcleos familiares móviles,
que pronto se desprendieron y alejaron de su grupo de parentesco, para vender
su fuerza de trabajo en el mercado.
Hacia la mitad del siglo XX, las
características normalizadoras de la familia occidental moderna, fueron
impuestas de forma universal, lo que conllevó a pensar en la familia, como algo
natural, dejando fuera otros modelos familiares. El amor romántico, el
casamiento voluntario y la sobrevaloración de la maternidad son características
de este nuevo modelo de familia (en el que la subordinación femenina, ahora
disfrazada por los afectos sigue presente) y que se transforman en ideologías
reproductoras de las desigualdades (Di Marco, s/f).
Para
Silvia Federici, la familia nuclear es la institución que posibilita a través
de la división de lo público y lo privado,
la división capitalista del trabajo y la esclavitud de las mujeres
dentro del hogar con el trabajo gratuito disfrazado de amor. La mistificación
de la función social de la familia es funcional al capital porque le permite
ocultar la duración real de nuestra jornada laboral y en consecuencia acumular
plusvalía. La reproducción de la fuerza de trabajo que se hace en la familia,
disfrazada de placer o de tiempo libre, aparece entonces como una elección
individual.
Prácticas familiares contemporáneas
Durante los años sesenta y setenta, la
brecha entre la ideología dominante y los comportamientos discordantes,
generaron desafíos a las familias provocando crisis al interior de las mismas,
terminando algunas en separaciones.
El ingreso progresivo de las mujeres
al mundo del trabajo productivo; la aparición de las píldoras anticonceptivas,
el cuestionamiento del movimiento de mujeres al amor romántico y su concepción
“para siempre” y a la jerarquización de las relaciones entre hombres y mujeres,
el impacto de los avances legislativos sobre el divorcio, la patria potestad
compartida, etc., influyeron en la construcción de nuevos arreglos en las
relaciones de género.
Familias posmodernas y el neoliberalismo
Algunos autores comienzan a denominar
a las nuevas familias como familias posmodernas, para caracterizar la
fluidez de los vínculos y las diversas estrategias que combinan viejas y nuevas
formas de relaciones. Algunas características de las familias posmodernas son:
La separación de la sexualidad, la gestación, el matrimonio, la crianza y las
relaciones familiares; la convivencia de hijos de diferentes matrimonios y la
consideración de los hijos como ciudadanos. Las mujeres tienen más acceso a la
educación y al empleo; son menos dependientes económicamente de los maridos;
tienen más cargas gracias a la doble o triple jornada de trabajo, pueden
alejarse de relaciones abusivas o violentas.
Sin
embargo, la implementación del sistema neoliberal ha generado un gran deterioro en los parámetros socioeconómicos básicos de la vida
cotidiana, que inciden en los proceso de reestructuración de las familias:
aumento de mujeres solas jefas de hogar, nacimientos ilegítimos, madres
precoces, violencia doméstica, incapacidad de las familias de proporcionar a
los hijos una infancia feliz, entre otros, son parte de este cuadro de
debilitamiento. Además de los efectos del feminicidio y la trata de
mujeres que se han elevado en las últimas décadas.
Esta nueva economía ha
generado grandes procesos de individuación donde “lo que debe ser y lo que debe
hacerse” pesa cada vez menos. En la posmodernidad, la regulación social
adquiere la forma de la incitación: la incitación a consumir, la incitación a
gozar, ya sea sexualmente o de otro modo. Por eso, las adicciones y las
compulsiones a las compras son las patologías prevalentes en la actualidad
(Faur, 2005).
Las políticas
neoliberales en los países llamados en vías de desarrollo, como la apertura
económica a las multinacionales, la privatización de los servicios estatales,
el libre cambio y saqueo de materias primas, entre otros, ha llevado a
acrecentar la pobreza. En
América Latina el 5% más rico de la población recibe el 25% del ingreso total.
La proporción supera a lo que recibe el 5% más rico en las otras áreas del
globo. A su vez, es la región donde el 30% más pobre de la población recibe el
menor porcentaje del ingreso (7,6%) en relación a todos los otros continentes
(Klisksberg, 2000).
De acuerdo a Chomsky los
países poderosos han buscado imponer una noción de democracia acorde a sus
fines. Se espera que en lugar de ciudadanos, que exigen sus derechos, haya
consumidores espectadores y obedientes. Y que todo aquel país cuyo
comportamiento no garantice el enriquecimiento de los países dominantes será
combatido (Colín, 2011). Para Agamben hay una relación entre el nuevo orden internacional y la continuidad del
sistema político autoritario de los setentas. Las actuales democracias son
funcionales para la consumación de la apertura irrestricta de los mercados y el
capital transnacional, la impunidad de los gobiernos genocidas que
protagonizaron las políticas represivas, la desarticulación y desorganización
de la sociedad civil, la eliminación de las alternativas políticas de izquierda
mediante una neutralización y derechización de sus demandas, que las hace
funcionales al nuevo orden global imperante, precisamente, desde los años
setenta (Agamben, 98). Y es ese orden internacional quién paradójicamente
reclama y condiciona a los Estados el respeto a los Derechos Humanos como una
condición de
legitimación del poder, entendidos fundamentalmente como derechos
liberales, individuales y universales,
imponiéndose con ello la prioridad de la libertad de mercado sobre una libertad
real para todos, lo que ha significado en la práctica, la legitimación de la
explotación de los seres humanos y de la naturaleza, incrementando aún más la
diferencia entre el Norte y el Sur, que no es otra que la brecha entre ricos y
pobres. La exigencia de los Derechos Humanos se convierte entonces, en la
estrategia discursiva funcional del capitalismo neoliberal y de la democracia
formal (Ribotta, s/f).
Recomposiciones familiares y el matrimonio gay
En ese contexto, las
nuevas recomposiciones de las estructuras familiares también son funcionales al
nuevo orden internacional. Jules
Falquet, al analizar los efectos del neoliberalismo, plantea el surgimiento de
un “nuevo” tipo de familia que denomina neo-nuclear.
Este nuevo modelo se relaciona con una doble lógica: por una parte, la del
sistema político-económico, cuyo objetivo es individualizar al máximo las
personas y destruir todas sus redes de solidaridad para que se encuentren solas
frente a la máxima explotación que les espera y a la represión. Por otra parte,
la necesidad cada vez más apremiante de dichas personas de sobrevivir en estas
condiciones hostiles, que las empuja a conformar, si no una familia, al menos
una pareja con la que pagar la renta y defenderse emocionalmente del
individualismo frenético del mundo neoliberal. Para muchas mujeres, en especial
(que siguen ganando bastante menos que los hombres y que constituyen la mayor
reserva de mano de obra que el neoliberalismo piensa exprimir hasta la última
gota), y más aún para muchas lesbianas, formar una pareja y mantenerse en ella
aparece como una forma de estabilidad material y emocional mínima (Falquet,
2006).
Las uniones de personas
del mismo sexo que anteriormente fueron catalogadas como patológicas, ahora
adquieren lugar social fundamentalmente porque el mercado neoliberal reconoció
la capacidad adquisitiva de dichos sectores, para quienes ha generado un
mercado rosa en el que oferta y reconoce derechos de acuerdo a la capacidad de
consumo. Así, las nuevas configuraciones familiares son parte del mercado de
derechos.
El reclamo del matrimonio
gay por parte de amplios sectores de la disidencia sexual, seducidos
fundamentalmente por el relato mítico de la estabilidad que la ideología del
amor romántico otorga, no es ajena a los intereses del sistema económico
neoliberal. Para el mercado neoliberal, se cumple un doble objetivo, contar con
una población consumidora de ofertas comerciales como viajes, cruceros,
hoteles, baños, restaurantes, discotecas, tratamientos de reproducción
asistida, adopciones, subrogación de vientres, metrosexualidad y hasta ciudades
gay friendly. El otro objetivo es ejercer control ideológico desde la
institución matrimonial.
En ese sentido, el
consumo aparece como espejismo en el acceso a la ciudadanía y el otorgamiento
de derechos. El consumo produce el efecto alucinógeno de la libertad. “Cuanto
más capacidad de consumo tienes, más libre eres”, segura el neoliberalismo. El
libre mercado ha afilado el tino para reconocer ciudadanía y calidad de
humanidad a sus consumidores y ha diseñado el camino de la inhumanidad y la
esclavización para la clase trabajadora (Graeber, 2006).
Laura Rita Segato afirma
que este sistema neoliberal ha generado un enorme campo paraestatal manejado
por la clase política y los empresarios ligados a la corrupción y el crimen
organizado que generan millonarias ganancias, donde se comercia drogas, armas,
mujeres, personas para
trabajar, órganos, etc. En este contexto, nos dice, los cuerpos torturados y
mutilados de las mujeres muertas por feminicidio, son los medios de
comunicación entre grupos criminales en disputa de territorio. El capital
afirma Segato, requiere de la pedagogía de la crueldad del crimen como forma de
intimidación. Los cuerpos de las mujeres son esclavizados y deshumanizados.
Este sistema necesita de pactos de poder que son exclusivamente masculinos para
quienes, los cuerpos de las mujeres son monedas de cambio (Segato, 2014).
Los matrimonios gay y el
feminicidio, son dos caras de la moneda del sistema neoliberal. Por un lado
presenta un rostro amable que reconoce los Derechos Humanos de sus ciudadanos,
los consumidores. En consecuencia, el consumo estratifica en sujetos de
primera, de segunda e incluso no humanos con los que el neoliberalismo trafica,
esclaviza y a los que deshumaniza.
La aprobación del
matrimonio homosexual en diversos países simboliza para algunos activistas la
conquista más visible del movimiento homosexual. Si bien la demanda de la
igualdad con los heterosexuales, ha significado actualizar la naturalización
del matrimonio y la heterosexualización del mismo bajo una nueva reedición de
los roles sociales, ha sido planteada por los defensores como una forma de des- centramiento del
heterosexismo, la posibilidad de queerizarla (como si lo queer fuera compatible
con la institución), al tiempo que conseguir la ciudadanía plena. El matrimonio
homosexual para Beatriz Gimeno, es una paradoja en sí mismo, casi un oxímoron;
de ahí una fuerza deconstructora (Gimeno, 2009).
Gargallo nos dice, en la actualidad, la mayoría de los
estados han atraído el reconocimiento del matrimonio como una de sus
atribuciones y lo consideran un instrumento para definir y controlar los
comportamientos de los miembros de sus sociedades. La pareja casada se
convierte así en una unidad económica, receptora de créditos, una garantía de
estabilidad que se traduce en ofrecimiento de prestaciones laborales, sociales
y bancarias (Gargallo, 2012).
Para
Paula L. Ettelbrick, en su clásico texto ¿Desde cuándo
el matrimonio es un camino hacia la liberación?, afirma que el
matrimonio gay permite que sólo
unos pocos privilegiados obtengan derechos y ahonda
el abismo de privilegios que media entre los que están
casados y los que no. Los que están “adentro”, tal vez podrían transformar
mínimamente su tradicional dinámica patriarcal, pero no transformarán
la sociedad, afirma. No demolerán el sistema de doble nivel del “tener” o “no
tener”. Afirma que en el principio de protección igualitaria subyace la clase,
la capacidad adquisitiva, quienes podrán ser tratados de manera igual
(Ettelbrick, 1989).
En 1969 Carl Wittman, activista gay
señalaba que el matrimonio: “es una institución opresiva, corrupta, una
institución legal de la clase burguesa para disponer de los bienes pre y post
matrimoniales, para unir fortunas materiales.”
El planteamiento del matrimonio
homosexual como única vía para la obtención de derechos en un contexto
neoliberal aparece no solamente manipulador, sino fundamentalista. Los derechos
son constitutivos del sujeto, por el hecho de nacer, no de las instituciones,
por lo que la obtención de los mismos no depende de la consagración de ningún
contrato civil, militar o religioso, de tal manera que el ejercicio de los
derechos, no puede estar condicionado a ninguna institución. La calidad de
sujetos de derechos no puede condicionar la adhesión a una de las instituciones
más cuestionadas de la sociedad heterosexual.
Falquet nos recuerda que a pesar de la
diversidad, la mundialización neoliberal tiende a imponer el ideal de familia
"neonuclear", en algunos casos recompuesta con parejas del mismo sexo
como única protección posible frente a la "sociedad global", basado
en valores patriarcales, burgueses y occidentales. Así, la familia neonuclear basada en la pareja monogámica no solo
tiende a volverse una necesidad material, sino un ideal, una norma, una
imposición (Falquet, 2006).
La maternidad lésbica,
sexo, clase, raza y biopoder
El
cambio de las estructuras familiares extensas a las nucleares ha respondido pues a las necesidades
económicas del sistema de producción, la nuclearización ha tendido incluso a
reducir a su máxima expresión la organización familiar, parejas solas e incluso
personas solas, lo que ha obligado a replantear las concepciones en torno a “la
familia” como modelo único y sus funciones. El fenómeno de la legalización de
los matrimonios homosexuales ha traído consigo el boom de la familia completa.
El deseo de acercarse a la imagen de
familia heterosexual, ligado al modelo del amor romántico, bajo el supuesto de
que éste otorga estabilidad, ha llevado a lesbianas y homosexuales a buscar
hijos.
La maternidad lésbica en
los años 70 y 80 del siglo pasado era una realidad poco visible,
fundamentalmente de mujeres que habían tenido hijos en relaciones
heterosexuales, cuya principal problemática estaba en la defensa de la patria
potestad en contra de sus ex-parejas varones y el Estado quienes bajo el
argumento de que su condición de lesbianas las convertía moralmente en malas
madres, no debían ejercer la crianza de lxs hijxs.
En su estudio sobre madres lesbianas
de ésta generación, Sara Espinoza encuentra que la mayoría de las lesbianas
viven su maternidad con culpa debido al alto grado de lesbofobia por lo que
anteponen la maternidad a su vida personal y de pareja, sobre todo cuando hay
un entorno institucional como la familia de origen que les cuestiona la forma
en que viven la maternidad. En tal sentido, su derecho al placer, queda
subsumido al cumplimiento de la imagen de buenas madres (Espinosa, 2005).
La experiencia de la
maternidad lésbica fue compartida con las parejas, mostrando algunas
conflictividades en torno la presencia de los hijos. Sin embargo y
paradójicamente, muy pronto el ideal de familia nuclear con hijos fue
sopesándose como el ideal de muchas de las parejas lesbianas. Al principio la
estrategia consistió en buscar algún donador solidario de semen para una
inseminación directa, de manera casera o por medio de inseminación asistida.
Las técnicas de
reproducción asistida (TRA) se originaron en Inglaterra en 1978. Si bien
aparecen como una alternativa para parejas heterosexuales infértiles, reforzó
la ideología del linaje, es decir, los hijos como parte de la prolongación
genética y por tanto de la propiedad privada, postergando con ello, la adopción
como posibilidad de parentesco, en atención al problema de niños en situación
de abandono y la socialización de la crianza. La tecnología al servicio del
capital asegura con la inseminación que la propiedad se herede a hijos propios,
pero para que ese hecho ocurra, hay un costo alto que pagar. La tecnología se
ha encargado de sofisticar cada vez más las opciones de la reproducción
asistida, asegurando con ello la figura de la familia nuclear con hijos propios
como un ideal por el que vale la pena invertir.
En cuanto la tecnología
médica avizoró el potencial mercado de mujeres heterosexuales que no se
fecundaban y posteriormente el mercado de lesbianas dispuestas a pagar
fecundaciones, evitando con ello el riesgo de la presencia masculina que
reclamara la paternidad, y acercarse al ideal de familia tradicional; empezó a
ofertar procedimientos cada vez más sofisticadas y precios más accesibles, lo
cual produjo el baby boom, el entusiasmo de las parejas lesbianas por tener
hijos propios en pareja.
Existen en la actualidad
más de siete formas tecnológicas con las que las lesbianas pueden acceder a la
reproducción asistida, pudiendo incluso inseminar in vitro el óvulo de una y
fecundarlo en el vientre de la otra[2]. Opción cuyos costos oscilan entre cuatro a ocho mil euros por cada
intento, dependiendo de las clínicas privadas dónde se realizan.[3] Las más solicitadas son la inseminación artificial, que debido a la
demanda, la oferta ha abaratado sus costos, encontrándose incluso precios entre
500 a mil dólares por cada intento, únicamente la inseminación. El tratamiento
previo puede costar entre mil y dos mil quinientos dólares. Los precios, para
el acceso de la reproducción asistida, aunque se hubieran abaratado, convierten
pues, a la maternidad lésbica en un asunto de clase.
No es extraño, que si el
mercado en un contexto neoliberal define las agendas del Estado, tampoco debe
causar extrañeza que el mercado de la tecnología de las inseminaciones
asistidas con ingentes ganancias en la producción de vidas humanas, haya
influido en las decisiones del Estado para legalizar dichas uniones y haya
entendido que la presencia del Estado como regulador de tales relaciones tiene
más rédito que la ausencia del mismo.
La casta
La conformación de una
familia nuclear lésbica con hijos puede ser parte de un proyecto de vida de
muchas de ellas, así la planificación de la misma ha implicado la posibilidad
de la elección de las características fenotípicas delx niñx por nacer. Las
lesbianas cuyos ingresos económicos no les permite una inversión económica,
elegirán la inseminación directa de cualquier amigo solidario o desconocido
incauto, con los riesgos de salud que esto puede conllevar. Para evitar esos
riesgos, el mercado garantiza a las consumidoras que el donante esté libre de
ETS u otras enfermedades y le ofrece la posibilidad de elección de las
características fenotípicas.
¿Quiénes son los
donantes? Las clínicas privadas que cuentan con bancos de semen, tienen
criterios de selección. Algunas reciben únicamente donaciones de jóvenes
europeos, otras, cuidan fundamentalmente los ámbitos de la salud y algunas
tienen el criterio de que si el semen de un donante fue usado exitosamente por
tres oportunidades, queda excluido de otras donaciones debido a las conexiones
de parentesco que pudiera dar lugar. Sin embargo, si bien no hay restricciones específicas
en las características fenotípicas de los donantes, la mayoría de bancos de
semen, acepta donantes preferentemente anglosajones.
Por otro lado, y en
correspondencia, la elección de las características fenotípicas que las
lesbianas hacen para su inseminación son preferentemente anglosajonas. Para
Karina Vergara, la elección de niñxs Blancos está justificada con el deseo de
buscar parecidos con algún antecesor casualmente blanco, de color de cabello y
ojos claros (Vergara, 2009). En la investigación sobre madres lesbianas llevada
a cabo por Sara Espinoza, igualmente es menester observar que la elección
“güerita” es la preferente.[4] Un acercamiento a algunas madres lesbianas también me permitió
corroborar dicha constante, algunas de ellas argumentaban la elección con el
simple deseo de que fuera “alto”, lo cual refiere a cierto tipo racial. La
elección posibilita revisar el árbol genealógico del candidato donante y las
características fenotípicas de cada uno de los familiares ascendentes y
colaterales y así asegurar las características fenotípicas deseadas. Observamos
también que en los grupos activistas de familias
diversas, en México, un porcentaje importante de lxs hijxs de las lesbianas
son niñxs blancxs, rubixs y de ojos claros.
Para el caso de homosexuales,
la técnica médica ofrece la subrrogación de vientres o alquiler de vientres, en
el que uno de los sujetos funge de donador, cuyo semen se insemina en el
vientre alquilado.[5] En estos casos también están presentes la idea de la propiedad sobre los
hijos y las características fenotípicas de los padres, incluida las de la mujer
gestante. Los costos de este procedimiento son mayores a los del TRA debido a
que generalmente la pareja debe pagar a la persona gestante la mantención del
tiempo del embarazo, los gastos médicos del embarazo y el parto, las
condiciones de salud del posparto de la gestante, así como el costo del
alquiler del vientre para el embarazo.
Preexiste obviamente una
valoración racista en la elección, la idea de mejorar la raza, que no está
lejana al proyecto nazi de la raza superior, ni al proyecto civilizatorio de estratificación racial y
genérica que hizo la colonia para apropiarse del trabajo gratuito de las “razas
inferiores”, y para ello, se valió de la violación y apropiación de los
cuerpos, sexualidad y reproducción de las mujeres indígenas y negras.
Teresa Garzón en su tesis
de doctorado “Un olvidado racismo.
Blanquitud en la literatura escrita por mujeres colombianas”, plantea que la
política de blanquitud ha estado presente en la construcción del Estado-Nación
republicano y se ha valido del tráfico de mujeres. En el proyecto
de nación, las élites criollas se esforzaron por crearse y producir al
“pueblo”: la diferencia racial y regional, con miras a ostentar poder
simbólico. Bajo esta lógica, la élite se disputaba entre enfrentarse con un
pasado colonial violento y genocida y reivindicar y enaltecer lo civilizado que
representaba lo hispano. Detrás
de la percepción de la sociedad como producto del mestizaje existe un fenómeno
enmascarado de racismo que afirma una "democracia racial" pero cuyo
objetivo es el blanqueamiento, en este proceso el tráfico de mujeres
garantizaba el mejoramiento de la raza y la preservación de la ideología
occidental (Garzón, 2014).
¿Qué relaciones se
encuentran entre la tecnología de producir vida, es decir del biopoder y la
idea de raza pura? La “biopolítica”
entendida como el “conjunto de saberes, técnicas y tecnologías que convierten
la capacidad biológica de los seres humanos en el medio por el cual el Estado
alcanza sus objetivos”, es decir, la intención políticamente deliberada del
Estado por potenciar las capacidades físicas e intelectuales que considera
valiosas, ya que éstas constituyen el instrumento gracias al cual los agentes
lograrán sus propósitos; tiene como objetivo reforzar las estratificaciones
sociales que son funcionales fundamentalmente al capital. Los poderes impulsan
o quitan la vida. Según Foucault, desde la biopolítica, el ser humano
constituye una materia prima, como la tierra o los recursos naturales, que los
agentes con poder se esfuerzan en potenciar para extraer todos los beneficios
posibles (Foucault, 2004).
Quijano nos advierte que la invención
de la raza reposiciona relaciones de superioridad e inferioridad establecidas a
través de la dominación para el control del trabajo, el sexo, la autoridad
colectiva y la intersubjetividad. La división del trabajo se halla totalmente
racializada y geográficamente diferenciada, la colonialidad mantiene un
cuidadoso entrecruzamiento entre trabajo y raza (Quijano, 1991). Elegir el
fenotipo de los hijos supone desde el control de la intersubjetividad propuesta
por Quijano, efectivizar la pretensión aspiracional de ser blanco para ubicarse
en la estratificación del poder. El lugar que ocupan los cuerpos racializados
da cuenta de la permanencia del sistema de castas colonial que estratificaba
las razas. Los cuerpos indígenas o mestizos son para el trabajo, cualquiera que
sea el lugar geográfico, los trabajos más duros están destinados para ellos. Un
cuerpo blanco significa, por el contrario, lugar del poder. La elección de un
posible destino para los hijos, ubica a las madres lesbianas en un lugar en el
biopoder.
Francesca Gargallo define el
matrimonio como un instrumento para la
adquisición legal de la capacidad femenina de ser madre o, más precisamente,
afirma, es el instrumento legal, avalado por diversas tradiciones, para que el
colectivo masculino, de forma individual o colectiva, se apropie de la
capacidad reproductiva de las mujeres y de lo que considera femenino,
reduciendo su libertad de goce e instaurando las bases de la
heteronormatividad. Con ello, ciertos hombres adquieren el derecho de definirse
como dominadores de su sociedad. Los gobiernos que controlan otorgan y quitan
derechos a las personas que se casan y a las que no se casan: desde la
transmisión de la nacionalidad –cosa que hoy, en épocas de represión de la
libertad de movimiento y criminalización de las migraciones, no debe dejar de
tomarse en consideración.[6]
Los matrimonios gays fueron
legalizados bajo la complacencia del libre mercado, favorece a la economía
capitalista, reproduce un sistema de dominación y es favorecido en la medida de
su capacidad adquisitiva con la posibilidad de ser parte de una casta.
La limpieza de sangre, el
lugar de jerarquía absoluta, el temor al ascenso del mestizo, de la misma
manera que en la colonia, siguen siendo elementos en la determinación
biopolítica de la raza, y parece no haber mejor lugar que en la maternidad
lésbica asistida. Mediante la elección del fenotipo para los hijos, la raza
blanca garantiza un lugar privilegiado.
El control biopolítico de la
sexualidad y la raza en la colonia fue posible mediante el heterosexualismo y
la apropiación de los cuerpos de las mujeres como parte del territorio
conquistado. Para satisfacer la necesidad del capital fueron necesarios cuerpos
suficientes en número, para la explotación y los precisos para el control. La
reproducción lesbiana asistida es apropiada por el colectivo de científicos hombres,
blancos y heterosexuales, quienes desde la lógica cartesiana afirmarán, “yo
conquisto y extermino, luego existo”,[7] en
referencia al proyecto epistemicida de validar la razón imperial moderna que
niega y subvaloriza a los sujetos y saberes no-occidentales.
La política del biopoder
hace posible la hegemonía racial, clasista, heterosexista y monogámica. Para
eso, la apropiación de una sexualidad reproductora es posible bajo otra verdad
epistémica euronorcéntrica, la tecnología médica. La especificidad de la
reproducción lésbica, que permite la posibilidad de elegir un fenotipo, está
dando lugar al blanqueamiento y en consecuencia no sólo un tipo de etnocidio,
también un epistemicidio. No hay necesariamente un sexo violado, pero el uso
del cuerpo permite el ejercicio del biopoder. El control del sexo, sus recursos y sus productos son efectuados. Una operación
donde hay poco sexo, más clase y mucha raza.
No quiero decir con esto que
todas las madres lesbianas, ni las que tienen hijos blancos por elección
fenotípica, estén colonizadas, sin embargo es interesante analizar el papel que
las mujeres blancas burguesas tenían en la colonia.
La pureza y la pasividad
sexual son características cruciales de las hembras burguesas blancas nos dice
Lugones, quienes son reproductoras de la clase y la posición racial y colonial
de los hombres blancos burgueses. Pero tan importante como su función
reproductora de la propiedad y la raza es que las mujeres burguesas blancas
sean excluidas de la esfera de la autoridad colectiva, de la producción del
conocimiento, y de casi toda posibilidad de control sobre los medios de
producción (Lugones, 2007).
¿Cómo es posible que
siendo el sistema de género heterosexualista, patriarcal y racializado sobre la
producción, incluida la producción del conocimiento, y la autoridad colectiva,
cómo es posible que integre a las lesbianas en su proyecto de familia? Si la
heterosexualidad es, a la vez, compulsiva y perversa ya que provoca una
violencia significativa contra los derechos de las mujeres, sirve para
reproducir el control sobre la producción; la reproducción lésbica,
tecnológicamente asistida, tiene un sentido heterosexual porque la elección de
un fenotipo no está libre de los valores dominantes del grupo de hombres
blancos heterosexuales y científicos, cuya verdad es el conocimiento
tecnológico y la limpieza racial.
El poder de la ciencia al
alcance de unas cuantas personas con capacidad adquisitiva, no es un accidente
económico, refuerza una posición de clase. El privilegio de pocas, posiciona a
la sujeta en el lugar de la construcción opresora, afirma Vergara.[8]
Las adopciones podrían
ser valiosas opciones en la constitución de familias resignificadas, sin
embargo es la menos socorrida. En la mayoría de lugares ésta opción no está
legalmente permitida a lesbianas y homosexuales. La posibilidad de adoptar como
soltera/o es difícil, justamente porque la valoración de familia constituida,
prima en los jueces para quienes es preferible que los orfelinatos estén llenos
de niñxs abandonadxs. En los lugares donde la adopción es permitida a
disidentes sexuales, las lesbianas son la que menos recurren a esta posibilidad
por lo engorroso del trámite como por lo atractivo que resulta para ellas la
opción de los hijos propios y la elección racial.
Para el caso de varones,
la adopción tampoco es frecuente, aún en lugares donde la ley lo permite, son
pocos los casos de adopción y aun cuando el trámite es gratuito, los
solicitantes deben presentar la documentación autenticada por notario público
quién da fe de que el documento oficial emitido por determinada instancia es
válido, lógica que encarece la burocracia y enriquece al notario.
De esta manera, el
oportunismo sistémico, amolda una vez más la transgresión incómoda a la
institución matrimonial, así, la familia, la raza, el capital, la clase, se
acomodan de manera adecuada y rentable al sistema neoliberal.
Me pregunto si la
desobedencia epistémica, el rechazo de la idea mágica de modernidad occidental,
de los ideales humanos y las promesas de crecimiento económico y prosperidad
financiera nos posibilitará concebir una organización social fuera del
pensamiento familiocéntrico colonial, heterosexual, monogámico, racializado y
funcional al mercado. Me pregunto si cambiarle el nombre a la familia por
comunidad, ayllu, Ch’i’ibalil, láak’tsilil, alaxik, nepentlatkikayotl, ayudará
a pensarnos fuera de la trampa. Resignificar nuestros afectos fuera de la
propiedad y su transmisión como herencia, del linaje, de la obligación
hetero-reproductora, de la marca institucional de la estabilidad, de la
monogamia obligatoria, de la nuclearización occidental y neoliberal es una
aventura por inventar, ¿te atreves?.
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[1] Publicado en: Mogrovejo,
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estudios de Caso: Migración y Sexilio Político; Madres lesbianas, familias
resignificadas. Poco sexo, más clase y mucha raza. Creatividad editorial, México, 2015.
[2] El método Ropa, la recepción de óvulos de la pareja, consiste en realizar una fecundación in vitro (FIV) a la madre no gestante e
implantar los óvulos ya fecundados en la gestante. De ésta manera, la madre gestante dará a luz a un bebé genéticamente de la no gestante. Así, una será madre gestante y la otra madre biológica.
[3] http://www.mirales.es/sociedad-activismo/guia-util-10-maneras-de-acceder-a-la-maternidad-lesbica/
[4] Espinosa, ibidem.
[5] La subrogación
de vientres es usada también por lesbianas que no pueden o desean gestar,
haciendo uso de la técnica ROPA, inseminan el óvulo de una de ellas en el
vientre subrogado, generalmente en el acta de nacimiento no aparece el nombre
de la madre subrogada.
[7] En alusión a
los aportes que hicieron Enrrique Dussel y Ramón Grosfoguel a la propuesta
cartesiana.
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